El esquema Ponzi de lo democrático
Por Francisco Tomás González Cabañas.
“El sentido común, en una de sus acepciones, puede ser engañoso. Ese sentido común es el de la sabiduría tradicional de la tribu, esa mezcla de lo que todo el mundo sabe, que los niños aprenden al crecer, los estereotipos de la vida cotidiana, donde también están incluidas las generalizaciones de las ciencias sociales sobre la naturaleza de los fenómenos sociales, las correlaciones entre las categorías sociales (por ejemplo, entre raza y delito, o entre clase social e inteligencia) y la etiología de las condiciones sociales problemáticas, como la pobreza o la guerra. Las generalizaciones de las ciencias sociales, por principio y muchas veces de hecho, cambian cuando surgen nuevas observaciones que demuestran que eran incorrectas. Las generalizaciones del sentido común no cambian. Esta forma del sentido común, en especial porque sus errores no suelen ser aleatorios, siempre juega a favor del orden establecido”. (Becker, H. “Outsiders”. Editorial siglo veintiuno. 2018. Buenos Aires., p 207).
El esquema o sistema Ponzi, se define de la siguiente manera: “un fraude de inversión que paga a los inversionistas existentes con fondos recaudados de nuevos inversionistas. Los organizadores del esquema Ponzi a menudo prometen invertir su dinero y generar altos rendimientos con poco o ningún riesgo. Pero en muchos esquemas Ponzi, los estafadores no invierten el dinero. En su lugar, lo utilizan para pagar a quienes invirtieron antes y pueden quedarse con algunos para sí mismos” (United States Securities and Exchange Comission).
La criminalidad se hace manifiesta al no estar controlado el accionar de los administradores de estos sistemas. Al funcionar en la marginalidad de lo legal, por la razón que fuese, sí uno de los integrantes se siente estafado (tenga o no razón en su reclamo) no posee instancia de apelación o de queja. Esta es una de las razones por las que el sistema o esquema Ponzi, en un momento dado, deja de ingresar nuevos actores y súbitamente cae en las obligaciones (sostenidas en promesas) mantenidas. Sólo los pocos que desde la cima de la pirámide, organizaron el esquema se llevaran los beneficios en detrimento de esas mayorías, a los que se les daba muy poco para mantenerlos expectantes en las promesas prodigadas y fortalecidas en esos escasos en la cima a los que les iba bien.
No han sido pocas las víctimas, en sus distintas variables y lugares en donde se llevaron a cabo estafas bajo esta lógica o modalidad.
La democracia impone un conjunto de reglas, bajo el eufemismo de contrato social, sin cláusulas leoninas o draconianas, asegurando siempre la libertad para el contratante para expresar lo que desee o sienta, sin que por ello pueda ser perseguido, muerto, desaparecido u hostigado. Ahora bien, se le reservará en la lógica del etiquetado la caracterización de desviado o marginal. De allí la cita al sociólogo nacido en Chicago que refería al sentido común y que seguirá diciendo: “Otra acepción de sentido común señala que el hombre corriente, que no tiene la cabeza llena de teorías enrevesadas y abstractas nociones de especialistas, puede al menos darse cuenta de lo que sucede frente a sus propias narices. Filosofías tan dispares como el pragmatismo y el budismo zen veneran el respeto por la capacidad del hombre simple de ver, como Sancho Panza, que un molino de viento es un molino de viento. Sin importar cómo se lo mire, pensar que es un caballero de armadura y a caballo es un error grave” (Becker. Op. cit., p. 207).
La democracia además de ser un orden que se impone, dispone subrepticiamente de un sentido común, en donde creemos estar eligiendo, cuando en verdad (y sobre todo en los tiempos electorales) optamos y donde probablemente no tengamos más opciones que seguir participando del sistema Ponzi, que a los que estamos en los niveles más bajos de la pirámide sólo nos podrá otorgar las migajas de las promesas eternas y las sobras escuálidas de lo mucho que sobra arriba donde anidan los pocos o los menos.
No es casual, que en nombre de nuestros supuestos derechos humanos consagrados y respetados por el sistema, cada vez se integren más colectivos de diversas inquietudes y aspiraciones en las que se subdivide la comunidad. Se reduce la cantidad de años (voto o participación joven) para que estos se transformen en nuevos actores del contrato social establecido, y si bien, aumenta (o cómo mínimo no disminuye) el drama de la pobreza y la marginalidad, hemos avanzado en los derechos que se les brinda a las mascotas que viven siempre con quiénes tienen, entre tantas cosas aseguradas, la posibilidad de comer todos los días.
Tal como en el esquema Ponzi, la democracia necesita seguir haciendo ingresar nuevos actores, poner en circulación “mentiras nuevas” que sean comprendidas, por ese sentido común que maneja (fortaleciendo tal tutelaje del relato o la narrativa, mediante intelectuales orgánicos y medios de comunicación que les garantizan la hegemonía o preponderancia cultural) como ilusiones, expectativas y deseos próximos a cumplimentar.
A diferencia de los estafadores que actúan al margen de las entidades de crédito e inversión oficiales, la democracia se constituye como la piedra basal del sistema mismo, escindiéndose, muy a su favor, en contra de su alter ego, o contraparte, el capitalismo, a quienes, muchos intelectuales de izquierda o posmarxistas, ven o entienden como el verdadero problema a resolver o tumor maligno a extraer.
Este monopolio absolutista de lo democrático, obtura aún más la posibilidad, de que tengamos una chance mínima de escape o de fuga ante el sistema o esquema Ponzi del que nos resulta casi imposible liberarnos.
Emanciparnos es una acción solo destinada para los que dogmáticamente creen en aquella visión de que el capitalismo es en verdad el tutelador de lo democrático y que por tanto puede existir una democracia popular, progresista y emancipada.
Lo único cierto es que las mayorías, los múltiples, el gentío, la gente, el pueblo, las masas no tendremos posibilidad alguna de enterarnos antes, cómo si lo harán esos pocos que se reditúan de nuestros esfuerzos y desconocimientos, del momento exacto en que el sistema democrático ya no les sirva más. Será una novedad para nosotros, lo que seguramente ya figura en el plano y tal vez en un tiempo de ejecución de ellos. Mientras menos creamos en tal posibilidad y más datos desconozcamos, se fortalecerá este hiato del que no habrá razón ni dimensión semejante o conocida, a la que nos podamos atener, para seguir considerándonos seres humanos.
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