El EI, hijo respondón de padre conocido

El Cairo, 30 sep (PL) Los grupos islamistas devenidos preocupación estratégica para Estados Unidos, y sus aliados europeos y levantinos, son hijos de padres reconocidos: los servicios de inteligencia norteamericanos.
El Estado Islámico (EI), la nueva bestia negra del occidente, al igual que las varias ramas de Al Qaeda, tanto en la península Arábiga como en el norte de Africa, matices aparte surgieron como un resultado del apoyo por la Central de Inteligencia (CIA) de la entidad creada por el extinto Osama Bin Laden.
A fines de la década de 1970 Washington dio luz verde al suministro de armas y entrenamiento a las fuerzas cohesionadas en Afganistán bajo el mando de bin Laden, para oponerlos a las tropas desplegadas por la Unión Soviética en ese país del Asia central.
Fue una guerra de baja intensidad de la cual Moscú emergió con graves heridas, políticas y militares, cuyas secuelas fueron dolorosas e influyeron en el surgimiento del mundo unipolar que Estados Unidos soñaba y a cuya creación dedicó enormes recursos y tiempo.
La invasión y ocupación de Iraq y el aumento de la presencia militar en el Golfo Pérsico, siguen ese trazado con algunos zigzag, el más obvio el  abandono de sus aliados Zine El Abidine Ben Alí, en Túnez, y de Hosni Mubarak en Egipto, siempre apuntando a la creación de un nuevo panorama en Levante.
Y por supuesto, al incremento de su influencia en esta región, estratégica tanto por su posición geográfica, encrucijada entre Oriente y Occidente, como, y sobre todo, por los enormes recursos petroleros y de otra índole que atesora.
Sin embargo, Washington olvidó atenerse a lo que ha dado llamarse ley de Murphy, cuyo enunciado es que en un esquema dado «todo lo que puede salir mal, va a salir mal», como demuestran, por orden cronológico, el fallido derrocamiento del presidente sirio Bashar Al Assad y la emergencia de EI.
En ese contexto es preciso inscribir la liquidación a través de una agresión militar de la OTAN del Gobierno liderado por Muamar Gadafi en Libia, cuya consecuencia más palmaria es un caos generalizado en ese país que nadie es capaz de pronosticar hasta dónde llegará y que irradia hacia otros estados del Magreb y del sur del Sahara.
Aún concediendo que la crisis libia pueda ser circunscrita a un ámbito local, lo que exigiría una enorme flexibilidad en el análisis, el EI es un fenómeno que crece de manera exponencial y ha obligado al Gobierno estadounidense a empeñarse a fondo en los campos diplomático y militar.
El inicio de bombardeos masivos contra posiciones del grupo islamista en Siria e Iraq es una solución de resultados dudosos basada en la hipótesis de la eliminación de todos sus miembros desde aviones de caza, cuya factibilidad es dudosa.
Aunque existen evidencias de que Washington capitalizó su aparición, el grupo armado devenido alianza extrarregional, se ha convertido es una causa de inquietud en las presentes circunstancias que requieren orden con el fin de «cobrar ganancias», para expresarlo en la jerga de los operadores de bolsa.
Sin mencionar que los bombardeos aéreos en Siria pueden esconder una forma de intervención militar en la crisis en ese país, rechazada por la Liga Arabe y por varios gobiernos de la zona.
Una lectura entre líneas de la reciente admisión por el presidente norteamericano, Barack Obama, de que no prestó la debida atención al impacto que podría tener el EI permite suponer que Washington capitalizó las acciones de ese grupo sin prever consecuencias, algo parecido a lo que le ocurrió con Al Qaeda en su momento.
Miembros de esa red fueron los ejecutores del atentado contra el World Trade Center en septiembre de 2001, el más severo golpe terrorista experimentado por Estados Unidos en sus más de dos siglos de historia.
Ahora el EI, cuyos métodos horrorizan a la humanidad, deviene el enemigo, fuerza del mal necesaria para alimentar la neurosis estadounidense de dividir al mundo en buenos y malos que tanto material ha dado a las industrias del cine y de la literatura de bolsillo, no por banales, menos redituables.
En los cientos de filmes y novelitas de espías que generará la crisis por las acciones del EI habrá sus nuevos Rambo, pero estará ausente la causa esencial a la que Washington no se resigna: su política exterior, incluido el apoyo a Israel, es la causa de ese antinorteamericanismo cada vez más tangible en esta parte del mundo.

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