Desde las Indias…
Por Francisco Tomás González Cabañas
Aún siguen las réplicas de la tropelía, los susurros al oído del violador, gimiendo de placer sometiéndonos en su goce a la peor de las calamidades. No conformes con todo aquello que lograron al despojarnos de nuestro modo de ser en el mundo, siglos después, muy metido adentro de nuestro espíritu, sigue, casi a perpetuidad, ese mensaje, ese concepto, esa forma que nos dice cómo son las cosas, como es el mundo, como tenemos que obrar en él, que significan las palabras y las cosas y por supuesto, nuestra identificación total y plena de la que no salimos en nuestra posición de víctimas, ya gozosas y acabadas.
En la calma que necesariamente debiera alcanzar el violentado, un día más para encontrar la redención, la paz, que nadie busco perder y que nunca tuvimos en mientes o como objetivo final, como razón de nuestras experiencias. No podemos salir del rótulo, si hacemos tal o cual cosa, siempre será en base a aquello, y allí está la trampa, el problema, el timo, el lazo o la vinculación.
Ni descubiertos, ni encontrados, tal como regla pétrea, que forjó occidente y lo sigue apuntalando, algunos perdieron una guerra, allá ellos sí ni siquiera la dieron o no se percataron que la estaban llevando a cabo. Europa se hizo, y se ancla, por medio de genocidios, en esta práctica cruenta, valida las consideraciones que de tanto en tanto pone en el ámbito de la academia, alguno de sus notables eruditos, a los que, casi como única acción inteligente, escuchan, promueven y apuntalan.
La cosa europea, los discernimientos entre lo ente y el ser, lo que no puede ser pensado ni expresado ni como nada( desde la primera vez esbozada en la Anatolia Griega), a las potencialidades y la participación de los trascendentales, el espíritu absoluto y demás.
No se refiere ni referirá, que aquí desde este no lugar, en la innominación de “las indias”, pensamos, como atributo y tribulación, no desde la cosa, sino del coso, que no es solamente lo masculino de aquello, sino todo lo que está al alcance de la mano, lo que no tiene ni posee importancia sustanciosa, ni para esa criticidad como posibilidad de pensar. El coso es todo lo que podemos hacer para subsistir un segundo más y en tal caso, al acumular ese tiempo tal vez pensar, danzar o cantar, humanizarnos como quién más.
No sería extraño interpretar entonces que conciben la intelectualidad, lo filosófico o el pensamiento crítico cómo la continuidad de la conquista por otros medios. Y que desde las indias nos encanta continuar en la condición de conquistados, de pensados y de hablamos, por ellos mismos, por sus lógicas y apotegmas.
Tampoco se trata de una cuestión excluyente, en donde el discernimiento de lo humano no pueda obrar. Pero el precepto de amo y esclavo tan afincado, de hecho y por derecho, aún lo tenemos en la administración de nuestro orden simbólico.
Sobramos (en verdad sobran los pobres, a los que del otro lado del océano le tienen fobia, y a los que aquí le tenemos filia, amor, empatía, condescendencia o identificación plena al punto de sacralizarlos) quiénes pretendemos salir de las Indias. Bajo la excusa intelectual, sorbiendo obediencia en los pupitres encadenantes del saber cosificado. Regresamos a nuestras coronas de origen la de nuestros abuelos o las simbólicas, nos hacemos seguidores (como los fanáticos de un referente popular por redes sociales) valorado por las tesis de grado aprobadas en magisterios y doctorados. Volvemos con el logro, por ellos determinado, bajo el brazo y desde aquí, rechazamos el propio topos, el lugar, el significante y el significado. Ya no son las Indias, para los que se han ido y volvieron, con el alma y la cabeza otorgada por las cucardas, pregonan desde aquí los nombres propios, aprobados en lo político por los procesos revolucionarios de allá. Se creen herederos de Girondinos y Jacobinos, y en tal lógica perversa se presentan ellos como los emancipadores del centralismo que propician y propalan desde antes mismo de que se fueran para regresar.
En los estados de excepción en que han logrado matar el hambre de varios de los suyos, transformándolos, por el instinto de supervivencia, de pobres y carenciados a ricos imperialistas, la conquista a perpetuidad no culmina, no cesa, por intermedio de los conceptos de trabajo y educación, que nos metieron, por la vagina y el ano (para que se entienda cuando hablan de bit-poder o de corporalidad), previamente lubricados, para que penetre el falo aleccionador, disciplinante, con forma de crucifijo o de dispositivo de traducción económica o báculo.
En esas misiones, que tras siglos alcanzaron la cúspide del poder eclesial (vaya si no lo tenían merecido) las órdenes del pastor mayor siguen siendo palabra sagrada como expresión máxima del que partió de las indias para ser máximo constructor de puentes. Se llevaron puesta la consideración de la tierra sin mal, toda una cosmovisión, y en la fe de los conversos se recrudece la fuerza de tal manifestación.
Es la lógica replicante de los que niegan y se ofuscan que sigamos siendo lo nunca dejamos de ser, las indias y por ende los indios que desde este terreno innominado de las cosas imposibles creemos y nombramos nada más y nada menos que el coso que nos podrá salvar para tener una posibilidad más de no perecer de hambre o de la irracionalidad del otro que por temor o instintivo se saltea el diálogo y la palabra, para cancelarnos con el absolutismo de la eliminación.
¿Estamos esperando acaso otro genocidio perpetrado por Europa (como concepto no como continente ni como territorio, Europa como concepto desterritorializado), de acuerdo a los postulados teóricos de algunas de sus mentes más brillantes que siempre, han considerado que en occidente brilla la luz de la razón a diferencia de la oscuridad que abunda en sus fronteras o márgenes?.
¿Será necesaria otra feroz muestra de calamidad humana, para que entendamos de una buena vez que sólo de nosotros depende vivir mejor, que todo aquello que nos han contado, tiene muy poco asidero con lo que viene ocurriendo?
¿A qué medio o porque medio vamos a creer cuando nos sigan mostrando los que se mueren por querer entrar a ese reducto de la razón sagrada, que nunca incluyó, sino que ejerció lo contrario, la exclusión, y la segregación, porque la humanidad, en tales términos, sólo la comprende de tal manera?
Por lo pronto, en los escasos márgenes de posibilidad que nos forjamos al sobrevivir un lapso de tiempo más, es dable destacar que nada hemos conseguido con el cambio semántico o el arquetipo nominal de la cosa.
Este lugar en el mundo, seguirá siendo las “Indias” hasta tanto y en cuanto logremos y queramos pasar del plano de los cosos (supervivencia) a la integración y propuestas de una cosmovisión que nos otorgue la subjetividad y con ello nuestra condición de sujetos atribuibles de identidad.
Los que nos quieran confundir por su propia confusión o por otras intenciones y nos pretendan decir que nos llamamos de otra forma o manera que sigan recogiendo aplausos y reconocimientos del saber cosificado que no es más ni menos que la continuidad de la conquista perenne por otros medios.
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