Desafío por Rafael Loret de Mola

*El Pueblo Maya

*Furia Ciudadana

*La Voz para Oír

Pocos pueblos han sufrido y resistido más que los mayas. Nunca ofrecieron armisticio a los invasores españoles y, en contraste con la crueldad de éstos, albergaron al náufrago Gonzalo Guerrero quien desistió unirse a las huestes de Cortés, años después, integrado ya al paisaje y al calor de los indígenas cuya sabiduría prosiguió sin armisticio alguno; jamás se doblegaron y hubo de darse, tres siglos después, en 1847, bajo el desastre nacional de Antonio López de Santa Anna, porque buscaron siempre no asfixiarse con el yugo de sus explotadores blancos quienes colocaban torreones en sus palacetes de Mérida para avizorar si llegaban los rebeldes en reclamo de justicia e igualdad…algo jamás alcanzado en estas tierras tan cuajadas de sangre y de obcecaciones centralistas.

Pasé en Mérida las fiestas invernales, como dirían los hombres eternos del Mayab, recorriendo la tierra de mis pies aunque sin intención de que fuera ésta la última vez. Dicen los brujos que antes de la partida final, los hombres deben andar por aquellos sitios que les fueron entrañables para despedirse y vigilar, desde el plano material, su legado. No fue este mi propósito sino el de un reencuentro con cuanto rodeó mi infancia –aunque proclamo siempre con orgullo que nací en Tampico para empaparme, para siempre, de la tinta periodística que emanó de la sangre paterna-, mis primeros andares, el humo de los ferrocarriles que se desprendían hacia la calle 46 donde vivieron mis abuelos, los olores penetrantes del achiote y la fina pastelería que acaso alcanza su cumbre, cuando menos para mí, con las hojaldras de jamón y queso, las Roscas Brioche que elabora mi hermana Silvia y los pasteles “de fudge” de diversos expendios. Casi sólo puedo probarlos, pero con saborear sus esencias me basta. Nunca más cierta la nostalgia de López Velarde por “el olor de la panadería”.

Quiero a Yucatán pero me duele, acaso más que el resto de una nación mal gobernada, rebosante de amorales que medran con los dineros ajenos y el patrimonio de todos, hasta el subsuelo y nuestras costas, porque un pueblo, entero, no quiere ver destruir su verdadera idiosincrasia a golpes de trascabos que se llevan las tradiciones para imponer obras que nadie quiere pero generan enormes comisiones. La impudicia, siempre; el clamor popular, por ahora reprimido por el vandalismo oficial, también.

Recuérdese que en la democracia, insisto una vez más, debe privar la soberanía popular. Esto es, los mandatarios, sean gobernadores o el presidente de la República -¡cuántas minúsculas por escribir-, no pueden imponer su voluntad a la ciudadanía sino que es esta la que debe señalar los derroteros. La fórmula es simple pero pocas veces, más bien casi nunca, se cumple. Por ejemplo, en el mal llamado Paseo de Montejo, joya urbana de la ciudad blanca en la que no debiera honrarse a los genocidas que se impusieron a la fuerza sino, por ejemplo, al mestizaje –amalgama feliz que dio paso a la nación mexicana desde los hijos de Gonzalo Guerrero-, la señora Ivonne Ortega Pacheco, nacida en Dzemul en 1972 según su biografía, decidió construir, porque así le dio la gana, un paso a desnivel que no sólo rompe la armonía de la perspectiva sino, además, no tiene continuidad ni arribo libre, limitado por sendos semáforos que interrumpen la circulación. Me recuerda al “puente de la corrupción”, erigido entre Coatzacoalcos y Villahermosa el la era echeverriana, que no pasa por ningún cauce de agua ni atraviesa calle alguna sino que se alza sobre  terregales infecundos. Todo sea para disponer hasta de los últimos centavos del presupuesto para afianzar complicidades inconfesables.

En esa misma época, durante la visita del costarricense José Figueres Ferrer –el padre a quien llamaban “Don Pepe”-, el mandatario anfitrión, echeverría, se vio atrapado por un diálogo rebosante de sarcasmo cuando los dos arribaron a las puertas del complejo Cordemex, una empresa centralista arrebatada a Henequeros de Yucatán –bajo el supuesto de combatir la corrupción de ésta por una inmensamente mayor-, y Figueres deslizó, con voz suave, una tremenda sentencia al tiempo que golpeaba las columnas de piedra, gruesísimas, que señalaban la entrada:

–¡Qué buenas, señor presidente!¡Pero qué buenas!

Orgulloso, el también genocida echeverría respondió:

–Si, presidente Figueres. ¡Se hicieron a conciencia!

–No me refiero a eso. ¡Qué buenas, sí!¡Pero qué buenas comisiones! Porque en un terreno calizo, como éste, no hace falta alguna levantar tanto cemento. Es un desperdicio.

Y el anfitrión no se atrevió ni a balbucear mientras escondía, detrás de los hombros de sus custodios del Estado Mayor, el rostro enrojecido. Algo de vergüenza quedaba. Y luego se fueron a comer a la Posada de los Presidentes, en Maní, donde cuenta la historia que ardieron la mayor parte de los códices mayas por órdenes de Fray Diego de Landa –si bien hay versiones de que éste sólo simuló la quemazón poniendo a buen resguardo los originales, enviándolos a España en donde se guardan en algún convento bajo siete candados-, para degustar la verdadera cochinita pibil, esto es enterrada para darle el sabor de la tierra caliente de los hornos naturales, con la sazón inigualable de Panchita May que, gracias a ello, se ganó el privilegio de convertirse en pequeña empresaria de la gastronomía hasta su muerte tan sentida por mí. Memorable.

Hoy van perdiéndose las tradiciones con la arribazón de los foráneos. Me temo que muchas familias de la aristocracia criminal –la de los capos renombrados- se han instalado en las nuevas colonias del norte de la urbe y, por ello, cuidan de que no se altere la paz aparente mientras se desangran económicamente las empresas que dieron fama a esta región, que fue muy lejana hasta que se construyeron las carreteras y puentes que hicieron desaparecer las “pangas” sobre los ríos y con ellas el aislamiento geográfico, que era capaz de elaborar lo indispensable pero con su propio sello: hasta refrescos, galletas y panes de caja, pasando por botanas –únicas, como los “charritos”-, y un sinfín de antojitos a los que ni los diabéticos podemos resistirnos.

Mientras tanto, quiero creer lo que me han dicho: la ciudadanía vernácula está unida, lo suficiente para no permitir que se le sobaje o agreda con las canalladas habituales de los políticos carcomidos por las ambiciones y por el sectarismo. Si Ivonne, la vandálica ex gobernadora,  pasó encima del Paseo aristocrático que recuerda, sin exageración, a los Campos Elíseos de París, y es una muestra extendida del Art Noveu que tanto gustaba a Don Porfirio y se ha conservado a pesar de los destructores que se dicen modernizadores, su antecesor, el panista Patricio Patrón Laviada, ordenó colocar una estatua que pervive al final del mismo: la de los Montejo, el “Adelantado” y “El Mozo”, capitán de Hernán Cortés el primero. Sí, la derecha, fiel a sus entrañas, sólo tuvo imaginación para honrar a los que se dicen conquistadores. Como fueron a buscar, igual, al enajenado barbado de Miramar para combatir al inmenso Juárez. La historia puso a cada quien en su lugar.

Pero, ¿cómo es posible tal afrenta? Algunos meridanos protestaron; otros no. Los primeros llegaron al grado de incordiar, día a día, a los matadores de indios, con leyendas infamantes… pero la estatua permanece contra la voluntad manifiesta de los yucatecos bien nacidos, es decir de quienes no aceptan injerencias obtusas ni sumisiones vergonzosas: la de cuantos aman la libertad que comienza en el punto exacto en donde se alzan las raíces de la patria, tan grande, que ni estas ofensas la perturban.

Debate

Alegan que hay paz social en Yucatán. Por desgracia, no es cierto. Desde los tiempos del cacique extinto, extendido a sus discípulos que sólo crecieron cuando aquel se fue definitivamente, uno de ellos el gobernador actual Rolando Zapata Bello, un ser tan oscuro que no hay manera de iluminarlo ni con un enjambre de luciérnagas, se proveyó a los cárteles renombrados en principio, el llamado de Juárez que denigra el sagrado apellido del Benemérito, jefatura por Amado Carrillo Fuentes, el “señor de los cielos”. Fue entonces cuando se construyeron, nada menos, cuatro decenas de autopistas clandestinas… que el ejército no ha destruido ni ocupado acaso para honrar compromisos indescifrables.

Y se creó, además, un triángulo del silencio, igual que en el norte del país, en donde no llegan los radares aéreos y se pierde el control sobre los vuelos rebosantes de cocaína; parte de ésta, se arroja, por cierto, todavía, sobre las extensas heredades de Roberto Hernández Ramírez, en las rías de Quintana Roo, con la anuencia de los gobernadores del sureste. Lo saben hasta los niños y hasta los presidentes, de México y los Estados Unidos. ¿Quién se atreve a decirme que son casualidades?

Pese a ello, la pacífica Yucatán, y los yucatecos tan llenos de calidez humana, no perciben cercano el peligro como lo olfateamos nosotros. Si las familias de los grandes “capos” se han instalado por aquí, además del éxodo de chiapanecos, guerrerenses, oaxaqueños, entre otros, ¿cuándo puede durar el espejismo? Lamentablemente, poco. Y me duele, de verdad. Sobre todo porque, me dicen, la ciudadanía está presta a defenderse…con piedras y palos si es necesario. ¿Pero podrán hacer algo más que protestar ante la inmoralidad galopante de sus gobiernos?

La Anécdota

Por allí deambula un personaje singular, amalgama de las viejas tradiciones con la sed moderna de justicia. Marcha, muchas veces, solo; en otras ocasiones ha optado por acercase a algún partido político hasta que sus protestas sui géneris les llegan a los aparejos a las dirigencias. Sin más ayuda que su decisión, un día se plantó ante el flamante Hospital de Especialidades y comenzó una huelga de hambre para exigir que se le diera uso a un elefante blanco. Todavía hoy, las magníficas instalaciones están semi-vacías porque se trata de una obra del foxismo y los priístas la repudian.

Otro día, se colocó de rodillas, frente al Palacio de Gobierno, para exigir a la descastada Ivonne Ortega que pusiera a funcionar los centros médicos de Tekax y Valladolid. Permaneció así dos horas; y en una ocasión más cercana se plantó frente a un crucero peligrosísimo, en donde se han dado varios accidentes cerca del Hospital Agustín O´Horan –que lleva el nombre de mi tío bisabuelo, por cierto-, con un letrero que exigía un puente peatonal, Cuando menos, en lugar de la suntuaria e inútil obra del Paseo Montejo.

Parece, moral y físicamente, un Quijote. Y es un filósofo de quien he aprendido mucho. Se llama José Patrón Juanes y ha sido, hasta hoy, yerno de un gobernador, primo hermano de otro, primo del pederasta de la Cámara baja, cuñado de este columnista y tío del periodista de Televisa quien no le teme a los conflictos internacionales; todo ello sin otro compromiso que ser útil. A mí me da mucho orgullo la parte que me toca.

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WEB: www.rafael-loretdemola.mx

E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com

LA DEMOCRACIA COMENZARÁ CUANDO QUIENES SE PRETENDEN MANDANTES, TERGIVERSANDO LOS TÉRMINOS, SEAN CAPACES DE AUTOLIMITARSE Y CONSIDERAR QUE NO PUEDEN MARCHAR EN CONTRA DE LOS DESIGNIOS GENERALES. DE ESO SE TRATA ESTE VILIPENDIADO MODELO QUE ALGUNOS, A FAVOR DE LAS TIRANÍAS, CONSIDERAN AHORA CADUCOS. NO, SEÑORES. HAY MUCHOS PALOS Y PIEDRAS QUE PUEDEN ENCONTRARSE A SU PASO PORQUE NUESTRO MÉXICO NO SABE VIVIR DE RODILLAS. NO LLEGUEMOS AL GRADO DE QUE DEBAMOS HACER JUSTICIA POR PROPIA MANO.

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