Desafío: Malos augurios
Malos augurios
Por Rafael Loret de Mola
Esta columna no es apta para quienes temen al futuro y prefieren no enterarse del día y hora del nacimiento, mucho menos del sexo, de sus hijos; o, peor aún, no se animan a tenerlos porque consideran, no sin razón, que traerán a su bebito (a) a sufrir sin remedio en este mundo de lágrimas. Hay quienes, por ejemplo, se plantean los días por venir al observar las tragedias matrimoniales de sus padres –no hay pleitos de mayor calibre que entre cónyuges por nimiedades tan absurdas que luego ni siquiera se recuerdan-, o las guerras, cada vez más cruentas y prolongadas, ya no sólo entre naciones sino entre las grandes multinacionales del delito con ramificaciones tan elevadas como controvertidas. Y para colmo el maldito coronavirus.
Bueno, pues les diré a los valientes quienes se han animado a pasar a este segundo párrafo, que los pronósticos son bastante devastadores. De vez en cuando, La CIA –por sus fueros se considera con derecho a espiar a todas las naciones de la tierra para preservar su seguridad, dicen, del odio generalizado hacia los estadounidenses-, publica una especie de cuadernillo en donde traza no sólo los nuevos círculos del mal –terroristas, narcotraficantes, secuestradores, perturbados seriales-, sino los posibles destinos, efectos de las políticas de otros países con mayor presencia e influencia entre algunos sectores de la población estadounidense; digamos, los mexicanos estamos bajo el microscopio no sólo por la geografía, tan cercana como diría Don Porfirio, sino, sobre todo, por la creciente oleada de emigrantes, con o sin muro de la ignominia de por medio, dispuestos a vadear todos los obstáculos con tal de aventurarse en busca de alguna oportunidad de empleo. Fíjense, aunque las remesas a México sufren ahora no dejan de estar por arriba de los treinta mil millones de dólares por año aunque se teme que se detengan por efecto de la pandemia pero se elevan como la primera fuente de ingresos más importante para el país. Eso significa, nada menos, que el trabajo clandestino y la desesperación pueden bastante más que las trampas para bestias, así tratan los miserables a los indocumentados, instaladas a través de la frontera más transitada en el mundo.
Pues bien, de acuerdo a un reciente estudio de George Friedman, convertido en uno de los mayores bestseller del New York Times, “Los Próximos Cien Años” –Océano, 2013; odio hacerle publicidad a esta casa editora, represora de críticos mexicanos, pero la cita es inevitable-, no habrá manera de evitar, en 2050, “una guerra de dimensiones globales” aun cuando Estados Unidos mantendrá su hegemonía. Lo lamentable es que, en algún momento, cualquiera, volveremos a los terrenos de la guerra fría entre los vecinos norteños y Rusia, ya recuperada “su antigua área de influencia” aun cuando no se vuelva a integrar la Unión Soviética. En esta circunstancia, y ante las amenazas del gigante asiático, China, Japón abandonará su tradicional pacifismo actual –bastante reciente cabría exponer-, “para asumir una política más agresiva” acaso en busca de la preponderancia dentro de su continente y hacia fuera.
Lo más interesante de la cuestión tiene que ver con nuestro país. De acuerdo a Friedman “a finales del siglo XXI –por fortuna los mayores de sesenta estamos muy lejos de esa fecha-, México emergerá como una gran potencia económica hasta convertirse en una seria amenaza para los estadounidenses. Ambos países estarán al borde de una confrontación militar”.
Si bien, México ha sido invadido tres veces por los Estados Unidos, considerando la lacerante “expedición punitiva”, a cambio de una sola incursión mexicana a suelo norteamericano, esto es cuan el gran guerrillero Francisco Villa llegó a Columbus y le dio una revolcada a quienes pretendían cobrarle de más por las armas entregadas, los saldos son bastante infortunados para nuestra causa. Una especie de 3-1 para decirlo en términos futboleros y con la anulación de otro gol, el del Álamo, por fuera de lugar: esto es, cuando ocurrió aquella batalla con la que tanto nos denigran en Texas, esta región pertenecía todavía a México y el denostado general Santa Anna pretendía defenderla de los nacionalistas texanos. Ello significa que no hubo invasión alguna, como presentan los distorsionadores que no historiadores de allá, sino una intención d preservar parte de nuestro territorio de los abusos del norte que acabaron por anexarse, con el tiempo, la mitad de nuestro territorio. Y ésta es una verdad incontrovertible.
El hecho es que si Friedman, y con él The New Tork Times, ya se percataron del potencial productivo de nuestro México tal es motivo de alarma y de preocupación y no tanto de bienaventuranza. Acuérdense los amables lectores de la amarga sentencia de la millonaria Teresa de Kerry, esposa del actual secretario de Estado de la Unión Americana: “ya basta de hacer guerras por el petróleo”, dijo en resumidas cuentas dirigiendo la mirada a las invasiones al Medio Oriente que conllevaban y conllevan la ambición de aumentar las reservas de la gran potencia sin disponer de las propias, las mayores del mundo, listas a ser utilizadas cuando las de los demás se extingan.
¿Hacia dónde nos quieren llevar? Es obvio: a la dependencia total, no como consecuencia de un exceso de precauciones sino, más bien, siguiendo un guión perfectamente orquestado para eliminar a los adversarios de los Estados Unidos con la simpleza de los recursos naturales por ellos abatidos y, además, impidiendo desarrollar técnicas, como la eléctrica, que hace tiempo hubieran podido sustituir al uso indiscriminado de energéticos.
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