Desafío: La Barbarie no Para

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Por Holanda ya se tiene programado terminar con el consumo de combustible en el año 2025, dentro de nueve para ser preciso, a cambio de utilizar bicicletas con bandas y motores eléctricos, no contaminantes, para caminar con rapidez sin necesidad de gasolinas. Tal, por supuesto, les libraría de la dependencia del petróleo y provocaría, de extenderse como se espera esta medida a otras naciones de Europa, una tremenda, irreversible, caída en los precios del crudo… cuando así convenga a la nación con mayores reservas en el mundo: los Estados Unidos o se imponga la Unión Europea a los multimillonarios norteamericanos que apuestan por el “pato” Donald Trump para ocupar la Casa Blanca.

Mientras, en Alemania se esmeran en edificar grandes zonas para captar la energía solar como sucedánea de la eléctrica y así cubrir sus necesidades, de la manera más natural, sin requerir de enormes inversiones y sus secuelas, desde la peligrosa construcción de plantas nucleares –la solución ideal para los estadounidenses-, termoeléctricas o hidroeléctricas, como la mayor parte de las nuestras qu aprovechan la fuerza del agua mientras ésta no se acabe por los predadores urbanos y el colapso en cuanto a la creciente demanda del líquido en la macrópolis llamada ciudad de México que absorbe cuanto necesita el campo para sobrevivir sin haberse logrado la cultura necesaria para evitar el diario desperdicio.

¿Cuántos de ustedes, amables lectores, suelen detener su andar, siempre apresurado, cuando observan cómo las mangueras de algunos jardineros están inútilmente abiertas hasta anegar las banquetas? ¿Les recaman por ello o simplemente toleran lo abusos, descendiendo al arroyo, con los consiguientes riesgos, sin chistar? Por aquí debería comenzar, por ejemplo, nuestra #cerocobardía. Por desgracia, nos hacemos los tuertos y seguimos sin denunciar estas anomalías que trastornan, en mucho, la vida de la ciudad y nuestra propia existencia. Ya es hora de ser congruentes con nuestros deberes colectivos.

Lo mismo va para quienes, abusivos, sacan a tres o cuatro perros a pasear, además de cuantos son contratados ex professo para ello, y ganan los espacios dedicados a los niños cuyas cuidadores temen dejarlos corretear ante la mirada y los “jugueteos” de los animales. No son pocos los casos de criaturas, y de personas mayores, brutalmente lastimadas por la prepotencia y negligencia de los amos de las mascotas de razas agresivas a los que sueltan sin siquiera un bozal –dicho de otra manera: el cautiverio al que las someten tiene enormes inconvenientes como el descrito cuyo parangón sería el del hollywoodense Hanibal-, o el menor cuidado para los demás, tantas veces acosados.

Me enfada, y mucho, que habiendo espacios propios para pasear a los perros no se respeten las sendas y los parques en los cuales se prohíbe la presencia de animales –salvo las curiosas ardillas que liberan de predadores las zonas de recreo-, y he debido sostener serias discusiones con los prepotentes que se creen dueños de la ciudad; algunos de quienes se ejercitan por la mañana han dado cuenta frecuente de estos abusadores con escasa fortuna y no son pocos aquellos que logran mantener su conducta ilegal a costa de distribuir mordidas… ¡y denunciar a los ofendidos! No he llegado a este extremo pero sí, casi, a los empellones y los insultos de los “amos” impetuosos cuya egolatría es tanta que requieren rodearse de perritos al estilo de Hitler. ¡Y no cuestiono a quienes aman a sus compañeros de vida, de cuatro patas, a veces más nobles que los sembradores de desamores!

La costumbre de exaltar a las mascotas, extendida por el mundo –en España debe uno deslizarse por algunas calles de la capital usando zapatos ex professo para la nieve aunque ésta haya sido desplazada por los excrementos-, como una ingenua manera de devaluar los valores humanos o concentrarlos en la protección de los animales, como hiciera el fürher, como muestra de civilidad. Jamás me opondría a contar con una mascota –los niños y su ternura saben por qué las piden, emocionados-, siempre y cuando no descuidara a los niños o no hiciera algo por ellos.

Los extremos son grotescos y, según mi punto de vista, indignos. Cuando se crean restaurantes de lujo y también hoteles de cinco estrellas para perros, me siento denigrado al sopesar la desigualdad de clases prevaleciente, no sólo en México sino en el mundo entero, en donde no pocos trabajadores, de esos cuyas tareas don de sol a sol, todavía en el siglo XXI, no tienen acceso ni a un puesto callejero para sobrevivir… y no a causa del ocio y la vagancia.

Es pregunto a ustedes: ¿Qué es más pesado? ¿El trabajo del albañil que soporta cientos de kilos sobre sus espaldas a diario o la del director de un banco cuya labor consiste en revisar las utilidades obtenidas por su sucursal para entregarlas al consorcio financiero? Me dirán que lo segundo es fruto de una preparación de excelencia lo que me llevaría a concluir la extraña valoración vigente: es la capacidad financiera, que posibilita la enseñanza superior hasta los doctorados, y no el esfuerzo real lo que determina las dimensiones del salario. Este es el justificante de los jueces, magistrados y ministros de la Corte que obtienen en un mes lo que no pocos trabajadores en diez años. Esta injusta depreciación del sudor humano a cambio de las comodidades de la elite es lo que puede reventar en cualquier momento. ¡Entiéndanlo!

Tenemos, por tanto, dos vertientes del modernismo, no de la modernidad porque este término es fruto de la tecnocracia insensible y tan soberbia que desprecia las reglas esenciales de cada idioma, a saber:

  1. El imperativo de crear nuevas fuentes, eficaces y menos costosas, sucedáneas del petróleo o de la energía artificial. Por una parte, los vehículos eléctricos son una realidad incluso en México en donde ya circulan autos sin gasolina –taxis también- y hasta algunos funcionarios presumen por tener uno aunque con ello no le hagan mucho favor a la importancia estratégica de frenar la baja de los precios de nuestra mezcla mexicana de crudo.
  2. La cursi idea de exaltar a los animales por encima de los seres humanos, criterio que surgió de la cultura anglosajona en donde es necesario asimilar las bajas de hijos, hermanos, sobrinos, en las guerras prefabricadas para mantener en auge a la industria armamentista. Y, claro, los vacíos se llenan con los perros hogareños que suelen ser vistos como otros hijos a cambio de quienes no volverán jamás al calor de las chimeneas de sus casas. De esta desgracia, surgen las voces que extienden el flagelo de los “antis” de todo dispuestos a llamar asesinos a quienes simplemente comen carne o van a los toros, aun a sabiendas de que el espectáculo taurino es el más ecológico del mundo –enfrenta el instinto natural con el carácter- según criterio de grandes pensadores contemporáneos.

Estamos, por tanto, en el filo. Por una parte, la urgencia de encontrar alternativas viables para crecer al menor costo posible; por la otra, el estancamiento mental que desdeña la obra de los humanos ilustres a cambio de optar por recoger los desperdicios orgánicos de sus mascotas en los jardines a donde ya no acuden los niños por temor a un ataque sorpresivo como ya ha sucedido, por desgracia. Insisto: me encantan los animales pero prefiero preservar la cultura humana, a las mujeres y hombres con quienes crezco y me realizo, con ustedes, amigos lectores, con quienes piensan y se superan a sí mismos; y sí, me conmueven algunos videos de mascotas excepcionales que parecen pensar aunque, hasta donde sabemos, sólo les guía su instinto de supervivencia porque alcanzan un alto grado de dependencia respecto a sus amos “queridos”.

No perdamos de vista las cosas. En el universo contemporáneo lo principal es rescatar al planeta de sus predadores –por desgracia los humanos que dejan de pensar en sí mismos para guiarse de las manos de sus ambiciones más rudimentarias-, y no caer en la simpleza de aborrecer a los congéneres por puro dolor social. Sí, hay mucha mala yerba alrededor, como en la clase política, y debemos podarla. Hagámoslo antes de que sea demasiado tarde para la humanidad… pero no a costa de santificar a nuestras mascotas.

Debate
Los gobiernos –el federal y los estatales-, apuestan a eludir los llamados a huelga y son terriblemente reticentes al diálogo. Por ello se prolongan las problemáticas sociales hasta que las “autoridades” logran su objetivo: cansar a la ciudadanía por tanta marcha y tantos paros para volcar los rencores hacia quienes defienden sus derechos y no sobre los responsables de la pérdida sustantiva de salarios y el crecimiento del desempleo.

Al respecto las fuentes oficiales insisten en defender su tesis acerca de que la tasa de empleo aumentó en un 4 por cierto en el último mes cuando entre la población se percibe lo contrario; suele ocurrir igual con las célebres encuestas de pacotilla ordenadas por el establishment para inhibir a los votantes dispuestos a evitar la repulsiva continuidad del mal. Y es así cómo se gobierna a una nación con hombres, como decía mi admirada amiga Margarita Michelena, con pantalones a media asta; y mujeres públicas con la honra a vista de la falda más arriba de los muslos –esto lo agrego yo-.

El hecho es que el ingreso pér cápita de los mexicanos es uno de los más bajos del mundo y lo que obliga a entrar en el círculo diabólico de la emigración y las remesas internacionales –mismas que elevaron la riqueza de Ricardo Salinas Pliego, un sujeto que debiera ser investigado pero a quien se teme por “intocable”-, para equilibrar la economía social a la baja; a cambio, claro, de una inmejorable salud de la macroeconomía. Contrastes que caminan por la senda de la injusticia más feroz.

La Anécdota
En un estadio de fútbol, en Tampico, se confirmó el estado fallido que pervive en Tamaulipas como puerta de entrada a la colonización estadounidense. Y en el centro del país, atraídos por los videos “virales”, un grupo de chamacos enloquecidos prendió fuego a un perrito para “divertirse” con algo más que el X-Box incitador de la violencia cruda aunque digan que es estimulante para el cerebro; quizá lo sea, pero no para bien. Dos actos de barbarie injustificados, atroces, que muestran la descomposición mental de muchos mexicanos.

Dirán que de esto no puede culparse al gobierno; pero no es así. Es el entorno, creado por la enorme corrupción prevaleciente, lo que nos conduce al inframundo de la conciencia colectiva.

México no será lo que queremos mientras no volvamos a una escala de valores humanista,
aunque debamos desechar a quienes se han convertido en animales por sus acciones criminales,
dentro y fuera del gobierno.

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