Derecho a pensar y filosofía en las aulas
Por Francisco Tomas González
Proyecto de Ley: Fomento e integración de la enseñanza de la filosofía en el sistema educativo consagrando el derecho a pensar.
Artículo 1: La presente ley tiene como objeto declarar de interés público nacional fomentar la enseñanza del curso de filosofía en el sistema educativo nacional (26.206), que garantice el derecho a pensar y permita promover la convivencia democrática, el desarrollo del pensamiento crítico, reflexivo como todos las manifestaciones del accionar del pensar, promover una cultura de entendimiento e integración y la formación en perspectivas generales del respeto y la predisposición a la comprensión en general y el acuerdo para establecer prioridades de lo común.
Artículo 2: Inclusión del curso de Filosofía en el currículo del sistema educativo nacional en concordancia con lo consagrado por el artículo 14 de la Constitución Nacional y los Tratados Internacionales incorporados a ella, la Ley de Educación Nacional que en su artículo 3 establece que la educación es una prioridad nacional y se constituye en política de Estado para construir una sociedad justa, reafirmar la soberanía e identidad nacional, profundizar el ejercicio de la ciudadanía democrática, respetar los derechos humanos y libertades fundamentales y fortalecer el desarrollo económico – social de la Nación, sin que se integre a la filosofía como materia obligatoria en el sistema educativo nacional resulta imposible de consagrarlo.
Artículo 3: Las estrategias y los plazos de implementación de esta disposición serán fijados por resoluciones del Consejo Federal de Educación a partir de la sanción de la presente quedarán derogadas todas las normativas que se opongan a la presente.
Fundamentos.
La presente iniciativa tiene por objeto el garantizar el derecho a pensar. A priori podría darse por supuesto que el mismo se encuentra plenamente garantizado por la habitabilidad dentro del significante democrático. Sin embargo, el pensar como posición prioritaria ante la sociedad o lo general, no sólo que no contó con apoyo, promoción o difusión sino que desde la historia, al menos occidental, de Sócrates a estar parte, siempre resultó como una amenaza, una afrenta o insidia ante lo establecido o instituido. En el apogeo del aceleracionismo de la técnica en la que estamos inmersos, resulta aún más complejo, salir, fugar o vivir más allá del manual de procedimiento en el cayó lo humano y lo que se propone como conducta normal, moral y aceptada. Lamentable, como obviamente, esta disposición, agrava la deshumanización de nuestras experiencias y nos conduce a vincularlos desde la ratificación pura, absoluta y totalitaria de prejuicios por sobre el poner en duda o interrogante la vacilación natural en la que navegamos existencialmente, para incluir a todos aquellos que puedan, quieran o intenten manifestarse de un modo diverso al que determina, exige o condiciona la corriente mayoritaria, que no por tal, se determina democráticamente.
El derecho a pensar no tiene consagrado, hasta la presente ley, una garantía por escrito en el que pueda ser verbalizado. Citamos a continuación las palabras de la filósofa argentina Sofía Giordano: “Hablar de tener derecho a significa hacer un pronunciamiento político respecto de los sujetos, de las relaciones sociales que los atraviesan e incluso las instituciones. El derecho que se propone pronunciar es el que tienen todas las personas a filosofar aunque no sea considerado como tal por la mayoría de quienes determinan el sistema académico. La filosofía históricamente ha sido concebida como una práctica elitista, reducida a algunos pocos, a aquellos que cumplen con ciertas características de género, clase social, raza, nacionalidad, edad, idioma, etc. Las personas, según el lugar que ocupen dentro de estas categorías, están supuestamente mejor predispuestas o más capacitadas para realizar dicha tarea, y por lo tanto tienen mayor visibilidad y credibilidad. Entonces, de algún modo, decir que todas las personas tenemos el derecho a filosofar es también denunciar como injustas las relaciones sociales que determinan que solo algunas personas estén autorizadas a pensar y pronunciarse sobre ciertos asuntos. Con esto no se pretende negar la especificidad que la filosofía ha adquirido como disciplina, pero creemos que esto no debería ir en detrimento de que todas las personas, en el ejercicio de la ciudadanía, puedan participar de conversaciones sobre qué es el bien, qué es lo justo, la verdad, el poder, etc. ( https://www.filco.es/sofia-giordano-filosofia-practica-elitista/ ).
Podríamos continuar hasta el infinito, o al menos hasta la consecución de todo un tratado, para argumentar acerca de lo obvio de poder saldar la deuda pendiente normativa de garantizar el derecho a pensar, cómo de la imperiosa necesidad de integrar la materia filosofía dentro del sistema educativo nacional.
Es destacable señalar que el Consejo Federal de Educación es un organismo de concertación, acuerdo y coordinación de la política nacional para asegurar la unidad y articulación del sistema educativo nacional integrado, entre otros, por las autoridades educativas de cada jurisdicción. De allí algunas o varias incongruencias entre los campos curriculares o de contenidos y, a la vez, una señal de la complejidad para sostener una política nacional al respecto donde la filosofía como tal y no reducida como un matiz dentro de otras denominaciones continue como escondida o arrumbada sólo en el ámbito del recreo o del cumplimiento de una normativa tenue o de compromiso.
Por citar el ejemplo de una jurisdicción esto ocurre en la provincia de Buenos Aires: “La filosofía vuelve aquí a ocupar su lugar en el último año del nivel y está presente en todas sus orientaciones. La única salvedad es que la orientación en Ciencias Naturales, en lugar de tener Filosofía como espacio curricular (DGCyE, 2011a), tiene un diseño curricular específico: Filosofía e Historia de la Ciencia y la Tecnología (DGCyE, 2011b)…En el desarrollo de los contenidos de estos módulos no se los distingue en conceptuales, procedimentales y actitudinales y se enuncian como tales únicamente los conceptuales. (Morales, L. y Bedetti, M. B. (2022). La enseñanza de la filosofía en el nivel secundario en Argentina: contextos socio-histórico-políticos. Cuadernos de Filosofía Latinoamericana, 43 (126).
Tal cómo lo afirma el director de nuestra escuela, Francisco Tomas González Cabañas y autor de iniciativas como la creación del instituto nacional de filosofía y la institución de la filosofía en los circuitos informales de educación, las siguientes palabras de las que nos hacemos parte:
Gabriela Mistral (primera mujer iberoamericana en ser reconocida con el premio Nobel de literatura) desando una poética de la educación, reivindicando el espacio del patio o las escuelas a cielo abierto (que abriría en México al ser invitada para iniciar una reforma educativa) privilegiando el entorno de lo común, el horizonte democrático y que recordamos con su definición inmortal: «Enseñar siempre, en el patio y en la calle como en el salón de clase. Enseñar con la actitud; el gesto y la palabra”. Castoriadis pondría esta decisión conceptual bajo la necesidad de crear un tiempo público, más allá del espacio institucional y regido por horas calendarios, en el sentido lato del término dimensión de lo colectivo o lo común. Recordaba que Herodoto leía sus historias en el marco de los juegos olímpicos. Una pedagogía de lo democrático para dotar la instintividad gregaria bajo una prevalencia ante prioridades comunes, que se definan bajo decisiones consensuales o mayoritarias. Simón Rodríguez, tutor de Bolívar y de Andrés Bello, el llamado “Sócrates venezolano”, alecciona acerca de la distorsión conceptual que había sufrido el aula institucionalizada. Recordaba que desde antes de los peripatéticos (los que daban vueltas) el ocio creativo constituía el elemento central para la educación, la formación y la areté o conjunto de virtudes en la que debía nutrirse alguien para ser considerado ciudadano. Negar el ocio, o el negocio era precisamente para aquellos que debían sobrevivir en el intercambio de bienes e insumos básicos. No tardaríamos siglos, advertía Rodríguez, en la subversión de los órdenes fundamentales. La transformación de las escuelas, otrora recintos para propiciar el ocio creativo, el pensamiento, la reflexión, en dispositivos que seriadamente forman sujetos-cosificados u objetos para un mercado o para el negocio, de contar con instrumentos deshumanizados o precarizados, o amputados de tal humana condición.
Establecimientos donde se disciplina en la lógica del mando-obediencia, lucha en la que abiertamente pedagogos de la talla de Paulo Freire se dedicaría a los efectos de lograr que “se enseñe a pensar y no a obedecer”.
El patio reúne la disposición espacial como la dimensión del tiempo para lo público, tanto en una escuela, en una facultad, en una conjunto de viviendas o en un hogar mismo, el patio es el recinto en donde lo social puede recobrar sentido. Las plazas son los patios de los barrios, manzanas verdes que re-articulan la noción de un conglomerado urbano o ciudad. En la plaza, como en los patios, no hay jerarquías pre-establecidas, las posiciones se dirimen en forma dinámica y sin la imposición de sectores de privilegio o de acomodo. Sí bien no existe “la universidad de la calle”, tampoco en las universidades, las que siguen la lógica del negocio, es en el único lugar en donde se debe, se puede y tengamos que aprender.
No volveremos a pensar o actuar bajo el concepto de lo común, por estar conminados a compartir un espacio cerrado, el sentido de lo aúlico, nos dará mayores posibilidades de contagiarnos del algún virus resistente, antes que abrirnos a la posibilidad del entendimiento o la comprensión que se logra con los otros, aún tensando bajo discusiones o debates.
Es en el patio, en el afuera que reconocerá el adentro donde se debate la partida desde hace tiempo y la razón de nuestra derrota.
Así como el conocimiento no puede ni debe seguir siendo presurizado, resguardado bajo siete llaves y falsamente entregado por alguna autoridad del saber a cambio de obediencia o prioridad disciplinar, tampoco el elemento simbólico de lo democrático, que es el voto, el sufragio debe seguir siendo emitido como antaño en recintos oscuros, cerrados o herméticos.
No es casual que hasta el hartazgo en la mayoría de las aldeas occidentales se pretendan reformas electorales, en relación a las formas y métodos y ninguna se plantee la cuestión de fondo o conceptual.
A diferencia de tiempo atrás cuando la democracia era poco más que un deseo clandestino o una actividad a resguardo, y de allí la normativa de que se vote en forma o modo “secreto” en cuartos oscuros o recintos cerrados, debemos tener el desafío de votar a cielo abierto, en los patios, tanto en forma física como a distancia, elegir u optar nuestros representantes y gobernantes no debe continuar siendo secreto, al contrario debemos hacernos cargo públicamente de nuestras decisiones políticas. La democracia misma debe garantizar que no tengamos ningún problema con respecto a esto mismo. En caso de que no lo pueda conseguir será que no es tal y por tanto, no debe existir excusa alguna, ni procedimiento que nos impida, el educarnos democráticamente en y desde los patios.
Debemos salir de la oscuridad de los cuartos, a la luz de los patios, y no debe ser necesariamente esta una elección que dependa de quiénes se candidatean o postulan a algo para que definan los conceptos centrales de la educación que se imparta o el derecho a pensar que tenemos por el hecho de ser humanos”.
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