Cuba: La alfabetización al Tope

La Habana (PL) Paisaje Natural Protegido, escenario decisivo en la historia de la vida y la política nacionales y base invaluable en el desarrollo educacional de Cuba, son atributos de Topes de Collantes, en el Escambray, que lo consagran como centro de positivos cambios compartidos por numerosos países, entre ellos la alfabetización.
A 936 metros sobre el nivel del mar, en la cima del  Pico Potrerillo, el entonces Primer Ministro Fidel Castro, líder de la Revolución, anunció durante una de sus visitas las obras que se acometerían en Topes, entre estas las educacionales, incluida una carretera de montaña hasta Manicaragua, la que se extiende a la ciudad central de Santa Clara.
Marcos Pérez Álvarez, director entonces de la Escuela Formadora de Maestros Manuel Ascunce Domenech, nombre elegido en honor a ese joven mártir de la alfabetización, coordinó durante cinco años el trabajo de educadores y constructores que cumplieron aquel proyecto de urgencia para el desarrollo económico y social del país.
Pérez Álvarez recuerda hoy que el mandatario cubano visitó aquellos parajes varias veces, incluido el ascenso a la mayor elevación de la zona, en especial la vez que lo hizo con el líder del Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde, Amílcar Cabral, asesinado en 1973.
Fidel Castro había trazado antes las ideas esenciales de aquel proyecto en la clausura del Congreso Nacional de la Alfabetización, el 5 de septiembre de 1961, cuando anunció que, para la formación de maestros en Topes de Collantes, se utilizaría «una gran edificación» antes dedicada a hospital antituberculoso, función que se mantuvo hasta diciembre de aquel año.
Explicó que la instalación la creó originalmente un «sistema inhumano, que hacía venir desde los más apartados rincones del país a los enfermos, sin oportunidad nunca de ser visitados siquiera por sus familiares», por lo que sería sustituido a partir de entonces «por un sistema de hospitales distribuidos por todo el país.»
A partir del año próximo se establecería allí un centro para seis mil estudiantes de magisterio, de los cuales los primeros tres mil 500 comenzarían en enero de 1962; y los siguientes, más de tres mil, lo harían en el curso siguiente, «antes de finalizar el 1962», por lo que en 1963 ya habría allí seis mil educandos.
El Ministerio de Educación estimaba en aquellos momentos que cada año harían falta tres mil nuevos maestros de enseñanza primaria para enfrentar el nuevo proyecto educativo nacional, luego de haberle ofrecido empleo a los 10 mil educadores que permanecían desocupados al inicio de 1959, como legado de la derrotada dictadura de Fulgencio Batista.
De modo que se creó la Escuela Manuel Ascunce Domenech, inaugurada el 5 de enero de 1962, al cumplirse el primer aniversario de inicio de la masiva Campaña de Alfabetización y del asesinato de otro joven maestro, Conrado Benítez, muerto, como Ascunce Domenech, en la cordillera de Guamuhaya, el sistema montañoso de la región surcentral del país.
Mas, el antiguo sanatorio antituberculoso, que le había servido a Batista para amasar una multimillonaria fortuna, con saldo de 300 millones de pesos, solo poseía un millar de capacidades, insuficientes para la afluencia de los nuevos educandos previstos.
Debido a esto Marcos Pérez Álvarez, quien asumió el cargo de director en 1963, inició las obras para la creación de las nuevas edificaciones que ampliaran las disponibilidades, apoyado por su equipo de educadores, mayoritariamente participantes en la Campaña de Alfabetización, de constructores captados para las obras y de los propios estudiantes.
La necesidad urgente de nuevas instalaciones resultaba creciente, debido a que no se producirían promociones hasta el curso 1965-1966, pero se mantendría el flujo escalonado de nuevos estudiantes provenientes de Minas del Frío, donde los futuros profesores cursaban un primer año de preparación.
Junto con Pérez Álvarez, participaron en el esfuerzo los profesores Osmaldo Águila y Jacinto Pablos, entonces subdirectores de la Escuela, quienes aseguran que inmediatamente comenzaron a localizar los terrenos utilizables en aquel territorio montañoso y a nivelarlo con muy escasos medios.
Así se construyeron las primeras naves, luego sustituidas por los edificios que ahora existen, bajo el imperativo de consolidar instalaciones definitivas para aquellas necesidades en el orden educacional.
Comentó Pérez Álvarez a Prensa Latina que hacía gestiones en muchos lugares. A veces en sitios donde había cumplido otras tareas, o con Celia Sánchez, destacada figura de la dirección revolucionaria; o con Armando Hart, entonces ministro de Educación, quien había establecido que el director de Topes de Collantes no tenía que tocar la puerta de la oficina del ministro, sino que debía transponerla directamente.
Águila recuerda al respecto que «Marcos logró conseguir un buldócer viejo y otros equipos parecidos y con ellos comenzamos a rebajar las lomas, también dándoles pico a pulso para construir los edificios donde ahora se encuentran los hoteles Los Pinos, El Serrano, Los Helechos; los que nombran como Los Eucaliptos; y varias construcciones más, totalmente nuevas.
«Había que aserrar la madera para los encofrados y conseguirlo todo: construir fábricas de mosaico, de bloques; un aserrío, una carpintería donde se hacían ventanas, puertas; hasta literas. Esto comenzó después de 1963, cuando llegó Marcos. El actual hotel Los Pinos fue comedor abajo, con capacidad para miles de estudiantes. Otros edificios funcionaron como aulas o se destinaron a diversos fines. Hicimos el hospitalito y enfrente la biblioteca…».
Surgieron así las instalaciones que ahora pueden observarse como si siempre hubieran estado allí. La planta eléctrica data de entonces. Se creó un anfiteatro, hoy en rehabilitación, que contaba con pantalla, escenario, condiciones de iluminación, proyector propio y especialistas asignados por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, creado el 24 de marzo de 1959.
Pérez Álvarez y sus compañeros comentan que lo construyeron los alumnos «a pico y palo, con lajas»; poseía capacidad para 10 mil espectadores -superior a los entonces conocidos- y que en el sótano disponía de camerinos destinados a la preparación de los artistas, muchos de los cuales eran de gran renombre.
Durante un largo período se mantuvo allí el Grupo de Teatro Escambray, que dirigía el fallecido actor Sergio Corrieri, con un elenco en el que se entrenaban estudiantes para las presentaciones de las obras.
La fuerza de trabajo, en un territorio poco poblado entonces, la obtenía Pérez Álvarez en diversos sitios del país, entre ellos La Habana, Cienfuegos, Cumanayagua, Manicaragua, Mayarí o Trinidad… Se asegura que en ocasiones traía 100 o 200 constructores para los cuales había que disponer de albergues, comedores y demás servicios imprescindibles.
El aludido exdirector precisa al respecto que «en el financiamiento, el 70 por ciento de los gastos se dedicaba al salario. Se iniciaba un edificio para concluirlo el día primero, y el treinta se encontraba terminado. La gente trabajaba día y noche. También los alumnos realizaban numerosas horas de trabajo voluntario, por brigada. Carretilleaban, subían los cubos de mezcla, plantaban árboles y acometían otras labores.
«Teníamos un camión para traer madera del monte y con este se subía y bajaba el güinche para la construcción de las placas de los techos, hasta concluir cualquier fundición de estos. Si se rompía una pieza, allí teníamos el tornero. Hicimos molinos de piedras para producir la gravilla. Fueron muchas las soluciones, necesarias entonces».
Su período de dirección concluyó en 1967, etapa que se identifica como la de los Maestros de Montaña. Pasaron a ser conocidos como «makarenkos», pues debían continuar estudios, por dos años más, en la escuela Antón Makarenko, de Tarará, en las proximidades de La Habana, debido a la necesidad de educadores formados para trabajar lo mismo en ciudades que en el campo y las montañas.
Con respecto al nombre de la que llegó a ser ciudad escolar de Topes, Águila refiere que «el día en que asesinaron a Manuel Ascunce Domenech, 26 de noviembre de 1961, estábamos en un curso de preparación en la Universidad Martha Abreu, de Santa Clara; y, cuando lo supimos, ahí mismo acordamos ponerle su nombre a nuestra Escuela, en la que llegó a haber en 1967 cerca de ocho mil alumnos a la vez».
El programa se mantuvo allí hasta 1974, cuando se expandieron por el país escuelas especializadas que asumieron la función de continuar el desarrollo educacional alcanzado. Las magníficas obras de entonces pertenecen hoy al Complejo Turístico Topes de Collantes, del Grupo Empresarial Gaviota, e incluyen el Kurhotel Escambray, un centro de salud y rehabilitación física para militares, civiles y el turismo.
Mas ahora, en el aniversario 55 de la Campaña de Alfabetización, se percibe la necesidad de que se reconozca a Topes de Collantes como el gran escenario que fue para el desarrollo de la docencia. Su simbolismo parece insuperable. De allí surgieron los continuadores de Conrado Benítez y Manuel Ascunce, proyectando la educación hacia nuevos planos y países.
Los iniciadores entonces del desarrollo educacional, cultural, económico y político en Cuba no dejan de reconocer, sin embargo, que su labor la realizaron siempre con el estímulo del más sólido y ferviente impulsor de aquel programa y de muchos otros, Fidel Castro, quien demostró que la alfabetización sería una batalla histórica, la que merece perpetuarse en un símbolo para que se rinda allí homenaje a la victoria.

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