Conflicto por Kosovo: ¿La luz al final del túnel?

Belgrado (PL) La iniciativa del presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, de realizar un diálogo nacional para buscar una solución de consenso al histórico y controvertido diferendo sobre Kosovo aún no tiene marcada fecha de inicio, pero el debate está más que instalado.   Si se juzga por la repercusión en los medios, puede llegarse a la conclusión de que encontró en la sociedad más rechazo que aprobación, así como muchas suspicacias, mientras que en el entorno regional se percibe comprensión, aunque algunas capitales la consideran demorada en el tiempo.
Las fuerzas políticas de la oposición, por esencia representantes de la opinión de sectores de la sociedad, dan más señales de explicitar su descalificación a quienes ocupan el poder del Estado y el gobierno que en el complejo asunto territorial en sí y son escasas las excepciones que consideran útil la discusión al respecto.
No faltan quienes sugieren que Vucic dio ese paso porque lo tiene todo preparado para presentar una propuesta y hay quienes van más allá y dicen que todo está negociado con la Unión Europea (UE) y Estados Unidos.
En tanto, si bien reconocen la existencia de la explícita mención en la carta magna del país sobre la pertenencia a Serbia del territorio de Kosovo y Metohija, las realidades impuestas después de los bombardeos de la Organización de Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1999 originan posiciones de cierto pragmatismo.
La resolución 1244 del Consejo de Seguridad de la ONU en junio de ese año, estableció un régimen de administración provisional (UNMIK) para ese territorio tras el cese del conflicto bélico y los choques interétnicos, con el fin de mantener la paz y la convivencia.
Pero la presencia militar de Washington mediante una gran base, en 3,86 kilómetros cuadrados -la mayor del mundo construida desde cero después de la guerra de Vietnam- y la proclamación unilateral de independencia en febrero de 2008 por el liderazgo albanokosovar produjeron un giro, no por esperado menos contundente.
Por eso, no es extraño escuchar criterios encontrados en Belgrado. O sea, quienes mantienen inamovible que «Kosovo es Serbia» y no se debe ceder un ápice, y otros que consideran llegado el momento de establecer nuevas fronteras y pasar la página, en el entendido de que así se desbroza el camino hacia la UE.
También hay partidarios de un estatuto similar al de Chipre, con más de la mitad del territorio bajo el dominio de Turquía.
El primer vicepresidente del gobierno serbio y ministro de Asuntos Exteriores, Ivica Dacic, lanzó en la televisión pública una propuesta de establecer sobre el terreno cuáles territorios son serbios y cuáles albaneses, lo cual califica de demarcación, no división.
Opinó que un arreglo así podría poner fin a esa disputa histórica, sin apelar a la fuerza, y se eliminarían permanentemente las causas en torno a las cuales pelean las dos nacionalidades, es decir, de quién son los espacios en que viven.
Pero los albanokosovares en el poder en Pristina consideran que tal compromiso llega con 10 años de atraso, porque dan por sentado que el reconocimiento internacional obtenido (más de 110 estados) es una carta blanca para establecerse como estado.
Vale mencionar también que esos líderes consideran la iniciativa de Vucic casi una capitulación y como se proclaman los más fieles aliados de Estados Unidos y la OTAN en los Balcanes occidentales se sienten muy bien respaldados, lo cual está más cerca de la verdad.
Otro elemento que flota en el ambiente es fuente de inquietud: el renacimiento de la idea de la creación de la Gran Albania, que líderes políticos en Pristina insuflan con frecuencia en sus discursos, sobre todo en la campaña para las recién celebradas elecciones legislativas.
Ello implica pretensiones expansionistas hacia otras regiones del sur serbio y los vecinos estados de Montenegro y Macedonia.
Tirana, en ocasiones, se desentiende del asunto y dice que una unión con Kosovo está excluida de sus planes, pero quienes miran con preocupación el desarrollo de los acontecimientos temen que en el futuro esas tendencias ganen adeptos, ante el consabido rápido crecimiento demográfico de los albaneses en la región.
En un entorno más amplio, la posición de la UE de dejar a voluntad de sus estados miembros el reconocimiento o no de Kosovo, admitir a los representantes de los poderes albanokosovares en los foros regionales y ser mediador en negociaciones entre Belgrado y Pristina alimenta el statu quo del polémico territorio.
Cabe añadir que, junto con Serbia, Macedonia, Montenegro y Bosnia y Herzegovina, Kosovo está incluida en el proceso de integración.
En el Consejo de Seguridad de la ONU, los debates cada tres meses de la situación kosovar sirven para que Washington, Londres y París se pronuncien por terminar con la misión UNMIK, lo cual de hecho sería echar abajo la resolución 1244, con el argumento de que todo está en calma y se negocia en Bruselas, a lo que se opone Rusia.
Todo esto, además de las cuestiones históricas de profundo arraigo imposibles de obviar, permiten concluir que el túnel es extenso en extremo y que está muy lejos de percibirse, aún, la luz de su final.

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