Catexia política
Por Francisco Tomás González Cabañas
Mientras nuestro campo de acción siga siendo el pupitre que nos mutila y aletarga, mediante sus dosis encubiertas de sumisión y de obediencia, o el puesto laboral que nos garantiza la putridez del respirador artificial, azuzando, con perfidia, la supuesta posibilidad de una recuperación imposible, o la impavidez onanista, de plantear batallas de sentido, mediante el ordenador y la interfase de una vida impostada por lo virtual, que nos lleva al falso clímax, del acabar sin sustancia, de amar sin sentir, de escribir sin pensar y de la corroboración de simplemente ser, un dato estadístico que alimenta y alienta la robotización de lo poco que nos queda de humanidad, la vida, esa de la que podríamos decidir algo, que valga la pena, nos está esperando, nos aguarda, nos observa, triste y desilusionada, como nos dejamos conducir inertes, a las muertes seguras, violentas, y morbosas que se nos quieren presentar como ineluctables.
Estamos impelidos al salto al vacío por un desahucio, por una enfermedad, por su remedio, a ser mutilados por un atentado, a la inanición por la injusta distribución de recursos y la anulación de la expectativa y del deseo de todo lo que no se nos ofrece y nunca lograremos siquiera acariciarlo. Nos amenazan con la letra muerta de la ley, que cada tanto se aplica mediante violencia institucional. En la perversa ilusión de que nuestros hijos podrían estar a salvo, cada tanto nos los ejecutan a mansalva, cuando no son perseguidos por las drogas de diseño y por los brazos victimarios de un sistema tecnológico, que está más cerca de perpetrar el ecocidio o el apocatástasis que de brindar ciertas satisfacciones tan momentáneas y efímeras como un me gusta cuando subimos una foto o una frase a nuestra cuenta de red social. Pese a que desde tiempos inmemoriales nos reconocemos como finitos, en la plenitud de conciencia que algún día esto va a acabar, la vida, que no elegimos, nos ganó otra partida, quizá la más decisiva, la que podríamos elegir, que es básicamente, cómo y porqué morir, que por contrapartida, se trata de lo más sustancial de la humanidad; la razón de la vida, o del sentido de esta, que es el único patrimonio real al que debemos prestar atención.
No podemos seguir con la excusa vana, de que las religiones y los medios de comunicación nos convencen de una vida ultraterrena, sea mediante las indulgencias de parcelas de cielo en el más allá, o mediante la inmortalidad, precoz, de ser inmortales por cinco minutos de fama, inconsistente, como los dioses de pies de barro que sostienen tales dogmas.
En el doble esfuerzo, de reconocernos mortales, debemos, redoblar la voluntad o más que nada apelar a nuestro profundo sentido humano y elegir, optar, escoger, tomar la única decisión que le devolverá al mundo una nueva posibilidad, tal acto de libertad, probablemente sea valorado póstumamente, pero allí radicara la trascendencia colosal de su contundencia.
Debemos elegir cómo morir. No podemos seguir en la lógica del amo y de esclavo de perecer con la cadena presidiaria en el cuello. Sea mediante la violencia social que genera el mundo, mediante sus sistemas imposibles, o por intermedio de esas enfermedades agónicas y dolorosas que lo único que hacen es solventar una de las industrias más perversas como lo es la triple conjunción de salud, esperanza y tecnología.
Tenemos en nuestras manos, siempre lo hemos tenido, la salida del laberinto, la clave para desatar el nudo gordiano, el cambio, real y significativo de un mundo, que mediante lo que se propone, podrá tener otra posibilidad, que sea la que elijamos en la plenitud de nuestras facultades.
No necesitamos ni dinero, ni recursos, ni logística, ni medios de comunicación, ni propaganda. Sólo precisamos de ponernos de acuerdo, en un día y una hora, para que en todas las partes del mundo, vayamos al unísono, al lugar más simbólico y emblemático del poder político. Llegarnos a las puertas, o las vallas, o las rejas, de esos edificios faraónicos, totémicos, sacrosantos.
Iniciar desde tal lugar, la huelga de hambre, colectiva y multitudinaria, más rotunda y contundente, exigiendo que las reglas del juego o las principales aristas del sistema, cambien, se modifiquen, radicalmente.
Sin violencia, sin provocación, sin incitación a nada, pero con la convicción de que es la decisión más altruista, más razonable, romántica, salvífica y libertaria que podamos tomar. Sin temor a que seamos muchos los que podamos perecer, más temprano que tarde, tal acto de rebeldía prometeica no podrá ser soportado por nuestros amos, que sabrán de una buena vez que rompimos el lazo, que queremos dejar de ser esclavos o que al menos, necesitamos cadenas más largas y grilletes menos pesados.
Claro que es una decisión polémica, compleja, difícil, controversial, utópica, quizá.
Sé perfectamente que te vas a desentender del asunto, no dar por aludido o seguir jugando, a la consola, al estudiante, al trabajador, al intelectual encorsetado, preso de esa ilusión que te condena a seguir siendo el títere vejado de un guión que siempre te tendrá como actor de reparto, salvo que una vez, apelando a tu humanidad y libertad, le demuestres lo contrario…
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