Francisco Tomas Gonzalez

Artículo: Protesto, luego pienso

Por Francisco Tomás González Cabañas

El planteo discurre a partir de las divisiones clásicas o academicistas, acerca de las ramas de la filosofía y como la política en especial y a diferencia de las restantes, y por sobre todo y como contraste de la ontológica o metafísica, demuestra a lo largo de su historicismo, siempre occidental, su escaso desarrollo dialógico. Para ponerlo en términos sintéticos: Desde los Griegos (partiendo de Platón con su idea del estado gobernado por los filósofos y por sobre todo Aristóteles con sus definiciones de tipo de gobierno) estamos sometidos al pensar desde lo democrático. Luego desde la Patrística hasta el medievo la contribución ha sido el establecimiento del derecho divino, que insospechadamente se sigue sosteniendo no sólo como valor simbólico en la Europa vieja o clásica, en una suerte de maridaje, con el aún más, antediluviano, concepto democrático, proveniente de lo griego. Las contribuciones de la “Modernidad”, han sido tanto el Contratismo como finalmente el Marxismo. No creo estar abusando de economía del lenguaje o de la argumentación, este es el punto teorético del artículo, pero la filosofía política, presumo, se resume en lo arriba mencionado y no mucho más. Esto explica, o explicaría, por qué estamos como estamos, o seguimos estando sin estar, en términos políticos.

Claro que existen islas de excepción, que confirman el continente de lo planteado, que además no dejan de ser desprendimientos de los desarrollos nodales, experiencias, como mucha de las totalitarias, que enmascaradas en formas, democráticas, justificaron su acceso al poder, sin que por definición pretendiesen o intentasen siquiera, sostener el horror aplicado de que la ultima ratio es la violencia.

Menos aún las ramas, del árbol de las consideraciones tanto democráticas, como comunistas, que se remozan, o multiplican en rizomas de postulados modernos, que siempre terminan abrevando en aquellas.

Se deja en claro que la pretensión no es hacer ni discutir ciencia, a partir de la premisa de que la filosofía política, de un tiempo a esta parte, no viene discutiendo, nada o casi nada, que establezca consideraciones radicales que propongan un estado de cosas, (discutir la misma noción de estado dentro de ellas) que difiera, al menos, discursivamente, de una inercia en la que se podría decir que estamos sometidos, desde los primeros libros de consideraciones políticas tal como la conocemos. A diferencia, de lo que ocurre, por ejemplo, con otro campo, extenso de lo filósofico, como el ontológico, en donde las perspectivas, no sólo que han sido y son, de diversidades insondables, sino que además interpelan, a la confrontación de la experiencia metafísica, del cabo a rabo del fenómeno humano. Se entiende que podrán alegar, que esta consideración pueda ser catalogada de logomaquia o pecaminosa por insustancialidad académica, sin embargo, el registro de los hechos de nuestras democracias occidentales actuales nos impelen a pensar, utilizando la filosofía política para ello, por más que como se considera, esto mismo sea un oximorón.

Que en ninguna de nuestras tensiones institucionales, se plantee, tanto en el mundo académico o intelectual, la razón de ser de lo democrático, es la acabada muestra de porque la filosofía política ha dejado de pensar, o de pensarse, o tal vez nunca tuvo tal cometido.

Sin que sea una cuestión gnoseológica, probablemente la filosofía política, sea el escudo protector, para sostener, argumentalmente, un estado de cosas, que bajo la petición de principios de la institucionalidad, nos remite obligadamente a posiciones dogmáticas, que las traza o sitúa como indiscutibles. O en el caso de que permita su discusión, las condiciona, o direcciona, imponiéndonos los términos de la misma, o incluso las refutaciones que debemos usar como para confrontarla.

 Una de las verdades incontrastables de la política en su hacer, no desde su perspectiva de ciencia, es la condición circunstancial, es decir, por más que permanezca un tiempo largo o considerable el poder no puede anidar eternamente en mismas manos, por la finitud del sujeto básicamente y por definición, de allí que para legitimarse, desde el poder se construyen razones, argumentos, o representaciones, como para validar esa tenencia del poder que practican los tenedores. La autoridad constituida mientras se funde en razones más argumentadas, plasmadas en sofisticadas leyes o cuerpos normativos, serán más difíciles de desandar para los que no estén de acuerdos con las mismas. Es decir, si la construcción de una autoridad de poder, se sostiene en principios de autoridad que hacen referencia a situaciones poco racionales, desligadas de la misma y basadas en la informalidad de caprichos o de decisiones plagadas de irracionalidad, seguramente, será mucho más circunstancial su permanencia o latencia en el poder, puesto que tendrá que ratificar tales principios, con un incremento de la fuerza irracional del poder, que al acrecentar su nivel de presión, se convierte en opresión, culminando en un estallido de las normas hasta entonces aceptadas (de allí que las “revoluciones” o crisis siempre conlleven sangre y fuego”).

Los sistemas políticos, son limitados en sí mismos. Son reglas que definen pautas de convivencia social. Lo democrático de un tiempo a esta parte, se comparaba cómo un límite ante lo dictatorial. Tras décadas, es decir el transcurso de diferentes límites, de tiempo y geográficos, el reinado de lo democrático es cuasi totalitario, absoluto, es preciso, refefinirlo, readecuarlo, resignificarlo. Limitarlo.

“Existe una especie de opresión con la que están amenazados los pueblos democráticos…Veo una innumerable muchedumbre de hombres, semejantes e iguales, que giran sin descanso sobre ellos mismos, con el fin de satisfacer los pequeños y vulgares placeres con los que colman su alma. Cada uno de ellos sea retirado aparte, como ajeno al destino de todos los otros; sus hijos y sus amigos particulares constituyen para él toda la especie humana. En cuanto a sus conciudadanos esta junto a ellos sin verlos, los toca sin sentirlos, solo existe en sí mismo y para si mismo, y si todavía le quedaba una familia, por lo menos, puede decirse que ya no le queda patria. Por encima de todos, éstos  se elevan un poder inmenso y tutelar que se encarga solo de garantizar sus placeres y de velar por ellos. Ese poder es absoluto, detallado, regular, previsor y apacible. Se parecería al poder paternal, sí como éste tuviese como objeto preparar a los hombres  a la edad viril, pero, por el contrario, sólo busca fijarles, irrevocablemente en la infancia; no le disgusta que los conciudanados gocen, siempre y cuando, solo piensen en gozar; trabaja con gusto para serles felices; pero quiere ser el único agente y el único  arbitre; subviene a a su seguridad, prevé y garantiza sus necesidades, facilita sus goces, gestiona sus principales asuntos, dirige su industria, regula sus sucesiones, divide su herencia. Ah sí pudiere quitarles la molestia de pensarles y el dolor de vivir.”

Ciertos sistemas políticos se edifican desde la identidad cultural de los pueblos a los que conducen y de allí su permanencia por períodos considerables, que son desplazados por otros grupos que reinterpretan mejor los cambios o ajustes que esa cultura precisa de su identidad cultural-social-política. Internarnos en estas cuestiones ameritaría al menos, un tratado pormenorizado, solo nos limitaremos a nominalizar o señalar en verdad como ejemplos, a los que estamos refiriendo o tratando de.

“Desde esta época- es decir, con el desarrollo de los estados modernos y la organización política de la sociedad-, el papel de la filosofía ha consistido también en vigilar los abusos de poder de la racionalidad política, lo que le proporciona una esperanza de vida bastante prometedora…más que preguntarse si las aberraciones del poder del estado se deben a un exceso de racionalismo o de irracionalismo, sería más sensato, centrarse en el tipo específico de racionalidad política producida por el estado…la doctrina de la razón de estado intentó definir cuáles serían las diferencias, por ejemplo, entre los principios y los métodos de gobierno estatal y la manera en que dios gobierna el mundo, o el padre a su familia o un superior a su comunidad…el gobierno racional se resume en lo siguiente; dada la naturaleza del estado éste puede abatir a sus enemigos durante un tiempo indefinido, pero no puede hacerlo  más que incrementando su propio poder. Sus enemigos hacen otro tanto, por lo que el estado que únicamente se preocupa de perdurar terminará con toda seguridad catastróficamente…la razón de estado no es un arte de gobernar que sigue las leyes divinas, naturales o humanas. Este gobierno no tiene por qué respetar el orden general del mundo. Se trata de un gobierno en correspondencia con el poder del estado. Es un gobierno cuyo objetivo consiste en incrementar este poder en un marco extensivo y competitivo…los que se resisten o rebelan contra una determinada forma de poder no deberían contentarse con denunciar la violencia o criticar la institución. No basta con hacer un proceso a la razón en general; es necesario poner en cuestión la forma de racionalidad vigente actualmente en el campo social…la cuestión consiste en conocer cómo están racionalizadas las relaciones de poder. Plantearse esta cuestión es la única forma de evitar que otras instituciones, con los mismos objetivos y los mismos efectos, ocupen su lugar (Foucault, La Vida de los Hombres Infames)

Volvemos al límite en este caso de la hoja, o del artículo, para finalmente destacar de la filosofía del Límite de Trías, la siguiente interpretación de la misma que compartimos del Dr. Jacobo Muñoz Veiga: “El límite de Trías deja de ser muro para ofrecerse como puerta… Estaríamos, pues, ante un mapa de los mundos que comprende el Mundo… y su más allá. Un mapa de un vasto y plural territorio de-limitado, pero abierto por eso mismo a lo que queda del otro lado. Un mundo cuyo ser pasará a ser, en consecuencia, el “ser del límite”, siendo un límite del mapa –su puerta y su muro a un tiempo– lo que conferirá activamente un sentido a ese ser, oficiando de razón del mismo. De “razón fronteriza”, por tanto, como fronterizo es el sujeto que en él tiene su morada. Y más allá de ese límite, el misterio”.

El límite, como muro o como puerta, precisa de una expresión de reconocimiento para sí misma, de identidad. La protesta, antes del pensamiento o de la acción pensada, es condición necesaria, como previa para reactualizar, refundar o reconstruir las democracias en crisis actuales. 

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