LOS AVATARES DEL PERIODO ESPECIAL – POR OSMAR ÁLVAREZ CLAVEL

Por múltiples razones contradictorias, las cuales se agolpan unas a otras y por eso no me matan, hoy necesito tranquilidad. Para evadir a mis amigos del dominó tomo la acera contraria a donde ellos juegan. Estos compatriotas han decretado la propiedad privada sobre las aceras, han ocupado con su mesa, sus sillas y sus gritos la orilla de enfrente. Doy un rodeo, esquivo un charco de agua y me siento en el portal de Yuyo, quien comprende la maniobra y se presenta inmediatamente con un saludo, una botella y dos vasos; se sirve un trago, toma el billete que le extiendo y desaparece.
Ahora puedo constatar cómo han cambiado los tiempos. La época en que mi trabajo era decidir, es agua pasada; ahora mi trabajo consiste en aplicar las decisiones ajenas. Pero no importa: he vivido lo suficiente para sospechar que el éxito y el fracaso son términos correlativos.
Hay cosas harto complicadas. Hay gente insana, gente que practica el oficio de joder. Los científicos han explicado estas patologías. Pero, cómo explicar que personas normales como tú y como yo, intentemos hacer daño sin saber a derechas a quienes perjudicamos. Cómo es posible que gentes capaces de morir por otros, puedan actuar contra ti, aunque tú no le hayas hecho nada. Cómo el mismo individuo que se parte el alma en un país ajeno puede lastimar a su propia gente.

Decididamente Manuel no entiende el mundo. Se pregunta por qué hay gente que disfruta con hacer daño. A lo mejor el símil no es bueno, pero son como ciertas prostitutas, dice. Es verdad que las jineteras pretenden mejorar su vida por el camino más corto. Pero las hay que tiemplan por el simple placer de templar. Esas son las que necesita el piñero del putigobierno, afirma.
El mundo tampoco entiende a Manuel. La gente nace, muere en cualquier instante: la muerte es una sorpresa, piensa Manuel Benedetti. Tienes un estado tutor. Vives, con un poco de esfuerzo, pero vives. Si te lo propones, con un poco de empeño, llegas. Amas y te aman. Eres un tipo normal y alguien actúa contra ti. Cómo es posible que haya gente así, aquí y ahora; y no son ni dos, ni tres. Cada vez entiendo menos, le confiesa Manuel López a Manuel: voy a tener que preguntarle a Luís o a Moltó a ver si por claros o por amigos, me ayudan a entender, o tal vez deba acudir a algunos narradores cubanos que viven en Cuba y saben sentir como yo.
-Esa es la vida, diría Perdomo. Aunque tal vez, en mi caso, estoy sobrevalorando el asunto. Pero, todo parece indicar que mis jefes, mis respetables jefes, no tomaron su decisión por desconocimiento o por ligereza sino porque tienen un compromiso con el otro que no pueden soslayar y, en fin de cuentas, para ello eso es más importante que garantizar el éxito de la misión. Ellos saben que yo puedo asegurar los resultados y que el otro, a lo sumo, solo puede cumplir.

Yuyo retorna, retoma un trago y me libra del abismo de la reflexión.
-Para tomar hay que comer, dice, y coloca un plato sobre una mesita. Mientras haya pollo podemos seguir luchando contra las dificultades. El pollo es un animal que bien frito ayuda a pensar. Y no es que el estómago vacío impida pensar, es que produce otro pensamiento. Algo similar pasa con la opinión. Así, no se piensa lo mismo cuando el opinante está sobre cuatro ruedas, que cuando camina por sus propios pies. Por tanto, el llamado a opinar con los pies puestos en la tierra es relativo y hasta tendencioso.
Me mira fijo, se brinda otro trago y sale en dirección al dominó. Entonces resuelvo una vez más tratar de ordenar mis nostalgias y empiezo a convocar a mi gente. A Carlos, quien ya no está entre nosotros porque se murió antes de tiempo y sin aprender a convivir con la derrota.
Y me acuerdo de Julio, quien está vivo pero no entre nosotros. Con el cuento de los derechos humanos lo convirtieron en un personaje. Julio, cabrón, ¡y eso que parecías tonto! Lo malo es que ya no puedo quererte y, no solo por lo de la ideología, sino porque como dice Gabriel: eres de los que predican agua y beben vino.
Julio y yo estuvimos en Camagüey y allí pasaron cosas. Por eso, al recordarlo me vienen a la mente muchos. Me acuerdo de El indio, un negro que había escalado a fuerza de trabajo, quien por poco se muere al sofocar un incendio. Fuimos a verlo al hospital y le dijimos que por fin habíamos conocido a un héroe. ¿Qué héroe ni qué carajo?, respondió: si el secadero se hubiera quemado, con este color de piel y con los antecedentes penales que tengo, ¡quién hubiera creído que se trataba de un accidente!
Me viene a la memoria Mario, el jefe de campamento a quien logramos involucrar en la batalla por el noveno grado porque, le dijimos, el jefe no solo manda con su autoridad, sino con su ejemplo. Tuvimos que darle clases especiales y lo preparamos para la prueba. Exigió que lo examináramos sin testigos. Y todo hubiera salido bien si al final Mario no se enreda con los números y como tratábamos de ayudarlo a calcular, nos restriega en la cara lo de la falta de tiempo y luego nos espeta: es que ustedes no comprenden; la matemática ha cambiado tanto después de la Revolución.
Desconozco si Pata en grasa, aquella blanquita desteñida y contumaz, aún vive. Ojala esté viva con independencia de que practique o no el oficio que la hizo célebre: recorrer los campamentos de reclutas para ofertar placer. No importa que el organismo superior haya subestimado sus hazañas y de paso nuestra propuesta: otorgarle una medalla por las consecuencias prácticas de su labor y porque la desempeñó con eficiencia y con eficacia, como se dice ahora. Y si tales argumentos no bastaran, debería considerarse en su favor el carácter precursor de su instinto que le permitió anticiparse a Pantaleón y las visitadoras e incluso a Andrea Varón, personajes de cuya existencia no tenía ni la más remota idea.

Nuestra heroína desarrolló sus acciones a partir de la zafra del 70 y jamás pidió nada a cambio de la entrega. El nombre de guerra de Andrea, Nuestra Señora las de Todos, parece haber sido diseñado para ella. Estos hechos prueban que la mejor literatura es, a menudo, sierva de la realidad.
Como los recuerdos no tienen geografía, desando por otros espacios y personas. El que sí está vivo y entre nosotros es mi amigo Lino famoso, entre otras razones, porque se arrepintió de escribir su Antología del disparate, después de trabajar más de diez años. Lino comprendió que el disparate es parte esencial de la vida.
Lino fue mi maestro en la universidad, pero sin despertar celos, confieso que mis mejores profesores fueron profesoras. Por eso tengo que invocar a Ercilia, a Norma o a la Cue. Ercilia, quien te desaprobaba con tanta elegancia, que era ella quien sufría por ti y eras tú quien debía confortarla. O Norma, quien con su espíritu inquieto no te dejaba ni vivir ni escribir, pero cuando por azar dabas en el blanco, te hacía persona. Y para aprender a investigar, la Cue. Estas mujeres fueron tan significativas para nosotros que inventamos expresiones para congratularlas. Por eso hablábamos de ercilizar los porrazos de la vida, normalizar la redacción y cuesificar la investigación. Las malas lenguas, para no ser menos, hablaban de elsificar o quedarse dormido o de arencibiar o andar por las ramas como el barón rampante, no para comprender el mundo sino para enredarlo.
Ignoro a quien se le ocurrió primero, pero lo cierto es que la voluntad invencionera emigró a la escuela de Cubanacán donde, en los escasos ratos de ocio, cuando me libraba de las exigencias de los cursos, asumíamos la construcción de las nuevas palabras como hacer compartido. ¡Cómo inventamos palabras! En algunos casos no sé si las creamos o no las adjudicamos. En aquellas jornadas lúdricas hablábamos de la penocracia y la vulvomania, la clitoricracia y la penología, la vaginocracia y la templomanía. Hablábamos de de la novifobia, la gerentologia y la burofobia y de sus partidarios: los novófilos, los gerentólogos y los burófobos.
Llegamos a construir un código propio. Así, al ejercicio cotidiano de la cultura de la calma lo denominábamos legralizar, en honor a Legrá, un hombre bueno. La acción de decir una cosa y hacer otra, se nombraba yoelizar y aludía a un tipo no tan bueno; y la actuación de los HP se denominaba y se denomina arencibiada. Los nuevos vocablos eran de creación colectiva, pero a mí me correspondía anotarlos. Cada vez que me sentaba frente a la máquina y los escribía, la computadora se ponía las manos en la cabeza.
El otro Manuel propuso confeccionar un catálogo con las nuevas palabras y enviarlo a la academia, no para ganar fama, sino para activar la molicie de los académicos. Pero faltó el consenso. Se impuso el criterio conservador de quienes argüían que la academia asume actitudes tendenciosas e incluso está a favor de virus sociales como el desempleo, porque se niega a autorizar términos como instrumentar y otros referidos al trabajo. Finalmente acordamos que las nuevas voces ingresaran en un texto que yo debía escribir, pero que ni siquiera he comenzado. El presunto libro se titula: “La palabra que nos sobra”.
Y recuerdo a Teté, el jefe de lote de La Anita donde recogíamos café – no sé si está vivo o muerto, entre nosotros o fuera -, aunque dudo mucho que esté en cualquier otro sitio que no sea su finca, en la Gran Piedra. Teté, a quien por poco le da un infarto el día en que me metí en el almacén para sacar los únicos frijoles que allí había, porque – le dije- mis muchachos no van a comer arroz solo habiendo frijoles. El me respondió que allí no había frijoles y cuando le mostré el saco aseguró:
-Aquí no hay frijoles, esos frijoles que usted cree ver no existen, los sembramos hace meses, mi jefe lo anunció en la asamblea de balance y hasta se publicó en la prensa.
Mi amigo Teté y los frijoles que nunca fueron…No sé por qué la referencia a los frijoles que nunca existieron me condujo a evocar a aquella mujer- olvidé anotar su nombre -, quien sí existió plenamente y ojala esté viva y en plenitud de facultades. Tenía fama de ser media loca y efectivamente lo era: era loca de la cintura para abajo. Estaba dotada de una técnica depurada para apretarte el pene, como si tuviera un molusco dentro de su vagina y para liberarlo luego, como si el molusco se transformara en una esponja, de suerte que penetrarla era como navegar en internet.
Mujer sin nombre, aún puedo rememorar mis excursiones por tu piel, mi devoción por la perversa habilidad de tu cintura, sobre la cual propuse en su momento hacer un análisis semiótico; mis diálogos con tus glúteos huracanados, mi admiración por tus cualidades de gimnasta olímpica. En fin, mi vocación por tu cuerpo, ese cuerpo que tenía el insondable sabor de la quimera. Puedo y quiero recordar mi dependencia de tu avidez, mi falta de autodeterminación ante tu capacidad para globalizar el placer. Mi loca maravillosa, mi amiga: ¿En qué país de Europa dormirás esta noche?
Y pensé en ti Maria, a quien no necesito invocar porque siempre estás. Maria a quien -consciente de lo mal que suelen llevarse el amor y la cordura- jamás le he dado un abrazo por temor a los daños colaterales del amor o porque cuando la experiencia deviene lastre es imperioso resguardarse de las borracheras del corazón.
Decidí apelar también a los ambiguos. La nómina más completa corresponde al hotel escuela: allí están Antico y Gabriel, quien nos enseñó un método de dirección estelar: hacerle creer a los demás que ellos son quienes deciden
Y estuve al borde de convocar a los otros. A Yamelia, a quien le deseo suerte para que halle al ser humano adecuado a sus apetencias. A Nancy, a quien no supe o no pude hacer feliz. Al Coly, para que no olvide su periodismo indócil.
Y pude recordar a muchos más, pero estaba agotado y era hora de buscar el sueño. Mañana será otro día: habrá que levantarse dispuesto a ganar el pan viejo de cada día; habrá que salir temprano para esquivar a los jodedores matutinos quienes por cualquier motivo te desean felicidades, lo mismo por el día del campesino, por el día de los inocentes y si te descuidas te felicitan hasta por el día de las madres.
Podría dilapidar el tiempo y escribir. Si escribo las metáforas saldrán con un aliento etílico auténtico. Pero, hoy carezco de voluntad para lidiar con las palabras. Hoy no podré escribir y no porque la poesía sea una vocación de imposibles, sino porque jamás me ha salido bien un poema; ni porque quiera escribir y me salga espuma; ni porque la utopía sea el pensamiento humano como proyecto, porque no tengo ningún proyecto con el cual complicarle la vida a los demás; ni por las siete razones de las cuales habla el cantor. Yo, parafraseando lo que dice Fernando Oramas sobre su pintura, podría decir: escribo para comer, como para vivir y vivo para escribir. Por eso estoy tan flaco.

Yuyo regresó cabizbajo: en el dominó le habían dado una paliza. Vino a compartir tristezas. Brindamos en silencio por su derrota de esta noche y por mis fracasos más recientes. Al rato le propuse tomarnos el último trago y el aceptó. Una hora más tarde le propuse por quinta vez tomarnos el último trago y el volvió a aceptar.
-Te vendo una botella de añejo siete días, me ataca. Tú sabes que mi negocio no consiste en ganar sino en vender. Te la vendo en lo mismo que me costó, en veinte pesos.
Respondo con el silencio. Y como tiene lo filosófico de guardia, agrega:
– La relación entre el hombre y la palabra solo puede ser entendida cabalmente cuando se produce un minuto de silencio. Para mí un minuto de silencio significa algo así como el kilómetro cero. Recuerda que fui chofer, manejé cierta literatura.
Y se baja de su nube y anuncia:
-Me marcho, voy a comprar el pan de la tarjeta. Hay que darse prisa: antes el pan no alcanzaba por culpa de los choferes pues éstos, además del pan del desayuno, se agenciaban algunos de emergencia por si algún policía los paraba y les pedía los documentos. En tal contingencia se comían el pan para ahuyentar el alcohol, de modo que al hablar con los agentes, más que aliento etílico, tenían un aliento pánico. Pero, la nueva tecnología acabó con el procedimiento: ahora no vale la pena tratar de engañar a un médico con una finta a base de pan. El nuevo recurso consolida la función de la ciencia al servicio de la verdad y al mismo tiempo exonera de culpa a los choferes respecto a la carencia del alimento. Pero hay un detalle: el pan sigue sin alcanzar.
Abrió la botella que pretendía venderme. Se tomó un vaso entero de un tirón. Se fue y me dejó con un aliento pánico. Al rato volvió acompañado por un negro fuerte y cabezón pelado de una forma rarísima – tenía en la parte posterior de la cabeza una especie de letrero o de jeroglífico que por su complejidad y extensión seguramente versaba sobre la situación de la zafra azucarera o algún otro asunto cardinal. El recién llegado me tendió la mano y con los ojos me solicitó un trago. Se lo bebió sin respirar y me informó sobre su desgracia: esta semana la suerte se había fugado; no podría cumplir el plan semanal, le faltaban por atrapar cinco perros callejeros.
Estuve a centímetros de reírme, pero opté por compadecerlo. Yuyo arremetió contra el muchacho.
-No te inquietes por un perro más o un perro menos, eso carece de significación. Preocúpate por asuntos trascendentes como la situación de la economía mundial o las secuelas de la globalización para los procesos culturales. Solo preocúpate, no es imprescindible que entiendas… Hablando de perros: para suerte perra, la mía.

Para evitar que comenzara con alguna de sus anécdotas tomé el bate:
-Confieso que siento nostalgia por Mofli a quien tuve que desterrar porque contrajo una serie de hábitos y prejuicios incompatibles con el desarrollo de nuestra sociedad, como el apego a una dieta exclusiva a base de carnes o su racismo beligerante y anacrónico, pues mordía exclusivamente carnes negras. Mofli no se percató de que vivimos en una época de revalorización contextual de los colores, en la cual no solo los turistas extranjeros vienen acá a cazar chicas (mientras más oscuras más atractivas) sino que hasta las hembras de la culta Europa acuden al carnaval con la esperanza de atrapar a algún joven negro (con moñitos o pelado al rape es lo de menos).
Pobre perro mío, ojala se halle entre los canes que este señor no ha capturado. Tengo que buscar un sustituto sin experiencias burguesas y educarlo acorde con nuestros principios. Según la televisión los amos pacientes consiguen enseñar con facilidad a los perros más indóciles.
A propósito de la televisión, dijo Yuyo. Y se salió con la suya.
– Nada, que nuestra televisión está de pene. Si mejoraran la programación infantil nocturna de la televisión, los problemas del transporte decrecerían sensiblemente.
E inmediatamente nos convidó a un brindis y como no había más ron, extrajo de un bolso gris una botella de alcolite. Destapó la botella y un olor enemistoso saturó el ambiente. Decidí recoger los bates y en el preciso instante cuando movilicé el cuerpo para obligarlo a asumir la posición erecta, en ese momento y no en otro, sentí una leve palmada. Levanté la vista: el visitante de la palmadita era nada menos que Manuel. Si Manuel Gómez, mi querido hermano Manolo.
Manolo y yo nos fuimos. Su carro estaba parqueado frente a mi casa. Abrió la puerta del auto, extrajo un bolso plástico y entramos a mi hogar.
-Hace días que estaba por venir, me dijo. Tuve que esperar porque teníamos una auditoria, de la cual salí ileso y el análisis de un anónimo, del cual salí más o menos magullado.
-Otro anónimo, hombre.
-Otro, y por la misma causa del anterior, y en el preciso momento en que pedí mi liberación.
– ¡Cuándo la gente dejará el hábito de joder!
Manolo afirma que no vino a lamentarse. Abre el bolso, saca una media botella de añejo blanco y una carpeta gris y me la extiende.
-Estoy perdiendo el hábito de tomar, traje esta botellita para darme un par de tragos contigo: en Cremina me acostumbré a tomar helados.
…¿?
-Sabía o por lo menos suponía que estabas en casa. Estuve en la agencia de empleo para ver el asunto del cambio de trabajo. Tengo tres propuestas: irme para el Meliá a trabajar con extranjeros, cosa que no me agrada mucho; irme a dirigir una unidad en Restaurantes Sur, cosa que tampoco me agrada porque esa es la compañía rival de Palmeras o irme para la universidad…
-En serio.
-En serio. Estoy pensando en volver a tomar la tiza. Estoy cansado del turismo, tengo poco que aportar, aunque la Comisión de Cuadros opine lo contrario. Habría que ver si mi experiencia práctica en el turismo puede ser útil en la universidad, habría que ver cómo congeniarla con el fanatismo teórico que tanto entusiasma a los nuevos comunicadores. ¿Cómo insertarme en ese mundo donde la gente alista sus mejores culitos para recibir lo ajeno?, esa es una pregunta que me hago. En el combate contra el jineterismo no me ha ido demasiado mal; pero: ¿tendré fuerzas para afrontar a los jineteros culturales?
Aún no puedo decidir, pero no me jubilaré en el turismo; tiene sus atractivos, pero eso no basta. Lo peor es la conciencia de que hay situaciones que empiezan a ser habituales y tú no tienes capacidad ni poder para cambiarlas.
-Es una decisión importante, Manolo, no hay que apresurarse.
– Sí, claro. Como te decía, fui a la agencia y me encontré nada más y nada menos que con Yamelia, parece que quiere volver al turismo. Ella me dijo que estabas de vacaciones, por eso vine.
-Esa cabrona debe estar buscando algún puesto donde acomodarse y buscar más dinero.
-Es una lástima que las cosas hayan cogido ese rumbo, porque Yamelia es como un bistec.
-Si, tienes razón, Yamelia es un bistec, un bistec con espinas. Y a propósito, el otro día trajo una botella de Santiago, está en la cocina, intacta, si quieres…
-No hermano, vine para darnos solo un par de tragos, con este añejito sobra.

Manolo me confiesa que está un poco cansado y necesita pensar bien lo de su ubicación. Me pide que me quede con la carpeta donde hay varios documentos que quizás me puedan servir. Él había pensado escribir un libro sobre turismo, pero desechó esa posibilidad.
-Ya basta con que tú escribas sobre el tema. Yo, si me decido, escribiré algo más serio, algo relacionado con las disciplinas comunicativas y su aplicación en el turismo cubano. Pero eso llevará tiempo y solo podré hacerlo si vuelvo a la universidad, si trabajo en restaurantes me dedicaré a escribir cartas menú.
Le recuerdo que estoy en una maestría de comunicación donde entiendo bastante poco de los asuntos teóricos, pero tengo varios textos que localicé en internet y, si decide construir su libro, quizás puedan servir.
Y cuando me dispongo a mencionarle algunos de los títulos, antes de contarle sobre mi entrevista con Perdomo, se arma una gritería alrededor del carro.
Salimos a ver qué pasa. Manolo quita el seguro de las puertas. En el asiento trasero sientan a Yuyo y a su amigo. Ambos parecen más muertos que vivos. Un vecino se monta junto al chofer quien sale disparado hacia el hospital. Nadie me sabe explicar realmente lo que pasó.
Mientras Manolo regresa abro la carpeta y leo lo relacionado con el concurso para acabar con el periodo especial desde la ficción. Su premisa era muy simple: si el hombre es en esencia un ser social, el cubano es en principio un ser jodedor.
Me acuerdo muy bien del concurso organizado por la escuela. Manolo me designó presidente del jurado. En el file está el resumen de las propuestas.

“-Para solucionar los problemas del transporte, preguntarse: ¿Dónde el ciudadano permanece más tiempo, en el ómnibus o en la parada? Es obvio: se es más esperante que viajero.
Propuesta de solución: quitar los asientos de las guaguas y colocarlos en las paradas. Ventaja inminente: la espera gana en confort.

-Para optimizar la relación entre los problemas del transporte y el desarrollo de la lectura. Propuesta: trasladar las bibliotecas hacia las paradas. Colocar en los estantes textos, preferiblemente de autores cubanos. Objetivo: literaturizar la espera.
Ventaja. La medida contribuirá a ejercitar la paciencia de los viajeros, a difundir la lectura, a crear buenos hábitos, a combatir el estrés, a dignificar la espera, en tal grado que nos convertiríamos en el primer país subdesarrollado en contar con licenciados en esperantura.

-Para complacer a los teóricos de la recepción. Propuesta: despojar a los textos literarios de los finales.
Ventaja obvia: ahorro de materias primas. Ventaja adicional. Cosecha de lectores activos, participantes, estimulación de sus capacidades indagatorias, conquista de la simpatía de quienes aman lo inconcluso.
Advertencia. Bajo ningún concepto, por ninguna circunstancia, omitir en la portada o en cualquier otro sitio el nombre del autor. Se pueden amputar los títulos y subtítulos, suprimir los finales, etc. Pero, nunca, silenciar el nombre del creador. Libros anónimos, ¡jamás!: abundarían las quejas de los autores, algunos de ellos morirían, mientras otros aprovecharían para medrar: se encargarían de probar que este texto lo escribió Fulano, este otro Zutano y entonces: controversias, desmentidos, nuevas indagaciones; es decir: polémicas, publicaciones, eventos; esto es, gastos.

-Para solucionar carencias alimenticias. Propuesta: cultivar flores para comer. Deglutir margaritas, claveles, azucenas.
Ventajas: diversificación de la dieta, disminución de los costos, reducción de plantilla, ahorro.
Inconveniente práctico: quien come flores lógico es que expela aromas. Entonces: qué hacer con las personas que viven gracias a los malos olores, qué hacer con los puestos de trabajo que devendrían obsoletos. Habría que reubicar, replanificar y, por lo tanto, aumento de los costos, inestabilidad de las plantillas, es decir; gastos. Se recomienda estudio de factibilidad.

-Para actualizar el sentido tradicional del cumpleaños. Propuesta: celebrar el cumpleaño y no el cumpleaños.
Procedimiento: festejar el cumpleaño del ojo izquierdo o de la pierna o brazo derechos, pero nunca del vaso derecho o del corazón izquierdo.
Observación: se permite celebrar el aniversario del riñón a secas si al celebrante le han extirpado uno.
Ventajas. Este tipo de cumpleaño, más modesto y económico, funcionaría como sustituto del aniversario tradicional. Además, si rotamos planificadamente los órganos homenajeados, si somos sistemáticos, al cabo del tiempo lograremos recuperar la concepción actual que concibe al cumpleaños como agasajo de la totalidad de los miembros del cuerpo.

-Para solucionar problemas varios y de paso acallar a los críticos de siempre. Propuesta: en vez de malgastar tiempo y dinero en realizar gestiones, análisis e inversiones, cambiarle el nombre a los objetos.
Procedimiento: rebautizar los objetos. Así tendríamos: tanque de simbustible ( con lo cual se conjura la posibilidad de un incendio); sinquista de América (con lo cual se ahorran polémicas y se suprimen oficios improductivos ); definición del proceso de repartición de huevos como cohete, por lo de la cuenta regresiva (con lo cual desparecen rumores porque nadie lamentará la ausencia de cohetes en la carnicería) ; en vez de reformar la fachada del restaurante, cambiarle el nombre ( con lo cual se liquidan de antemano las quejas malintencionadas y extemporáneas, pues cualquier queja sobre un objeto carece de sentido si el objeto en cuestión es otro).
Nota. Como los quejosos suelen ser insistentes, cuando los deslenguados comiencen a cuestionar el funcionamiento del nuevo objeto, repetir la operación de canje.

-Para distribuir adecuadamente el concepto de racionamiento.
Propuesta: en vez de racionar ropas o alimentos, racionar la tristeza, la soledad, la nostalgia y el egoísmo; distribuir los conceptos anteriores a partes iguales independientemente de la pertenencia del beneficiado a determinados grupos sociales, sexuales, etáreos, etc.
Ventaja. Esta nueva forma de racionamiento contribuirá al sosiego de los estómagos y, por consiguiente, a la paz de los espíritus.”

Manolo regresó una hora y media después y se marchó de inmediato porque tenía un compromiso. Quedamos en vernos el fin de semana y almorzar juntos.
Le agradezco su visita, entre otras cosas, porque me salvó la vida. Gracias a su oportuna llegada puedo contar la historia. Yuyo y el muchacho del periódico en la cabeza ingirieron varios tragos del ron que pretendían brindarme, y por poquito se mueren. En el hospital le hicieron mil cosas. El muchacho se recuperó ponto, pero Yuyo aún está recluido. De cuando en cuando voy a verlo para animarlo y para escuchar las anécdotas que insiste en contarme excepto – claro está- la referida a su última aventura, porque su difusión implicaría pulverizar su fama de alcoholitero mayor: un tomador competente no ingiere alcolite ligado con alcohol de madera; y si algún extravío de la fortuna lo conduce a tal percance, tiene que armarse de valor y seguir tomando hasta morir heroicamente intoxicado.

Deja un comentario