En la librería del viejo

Por Manuel Pérez Toledano

Llegué a la librería de viejo con el propósito de liquidar a su propietario -antiguo conocido mío- una corta cantidad de dinero que le quede a deber en mi última visita.

El vendedor de libros es un grandullón de ojos asiáticos, minúsculos y recelosos.

Al saludarlo, su rostro lampiño se ilumina, sus labios dibujan una sonrisa vaga, mordaz, abominable y, de sus narices salen odiosamente sus gangosas palabras:

– ¿Cómo le va joven? –

Cuando le entregó el dinero, finge no recordar aquella modesta deuda.

Y yo, molesto ante su ruin hipocresía, le hago las debidas aclaraciones. Y él, guardándose cachazudamente las monedas, torna de nuevo a sonreír. Siento deseos de aplastarle la nariz a puñetazos.

Después de cambiarnos mutuamente grases baladíes, me dirijo a echarle un vistazo a los libros que, en absoluto desorden, se apilan sobre las tablas de madera en que se exponen para su venta.

Romo entre mis manos un volumen de poesías de García Lorca.

Leo algunas de ellas, y pienso que son bastante originales; indudablemente Lorca es uno de los grandes poetas españoles contemporáneos.

Entretanto, penetra en el establecimiento un joven de haraposa vestimenta, trayendo consigo un grueso libraco. Parece un estudiante hambriento; por su desmirriada cara y sus ojos agotados por insomnios, vigilas e inalcanzables ensueños.

-Vendo este diccionario- dice, con voz feble, dirigiéndose al encargado.

– ¿Cuánto quiere?

– Siete pesos.

– Le doy dos…

El dueño del libro explica la buena edición y el magnifico estado en que se encuentra la dicha obra. Pero el propietario de la librería, ineflexible, arguye que la edición es arcaica, que las palabras han evolucionado mucho, y que, por ende, tiene menos salida.

Por fin, acaba por convencer al pobre joven que se conforma con recibir los dos pesos ofrecidos desde un principio.

Como me repugna la forma inicua de despojar al prójimo, me despido del ingrato comerciante, dejándolo como lo encontrara: sentado a la bartola, y con su sonrisa vaga, mordaz, abominable.

Colaboración de Latitud Megalópolis

Deja un comentario