EL LIBRO DE LOS PRESAGIOS – POR OSMAR ÁLVAREZ CLAVEL

El cuarto año comenzó a tal velocidad que ya estamos en diciembre. Pero, como se sabe, nada o casi nada en este mundo es perfecto: no hay manera de de andar sin tropiezos, ni estar seguros, ni hacer planes y sentarse a pensar estratégicamente. Cuando menos te lo imaginas, alguien o algo se interpone, como si en la vida lo único constante fuera la inconstancia y la única planificación fuese la replanificación.

La noticia me alarmó. Una periodista mexicana, galardonada con la orden José Martí, llegaba el día 30: quería conocer la ciudad y disfrutar del fin de año con nosotros. Su anfitrión, el profesor Cabrera, tenía interés en facilitar un encuentro informal entre la visitante y el equipo del periódico.

-Me agradaría que dialogáramos. Será un momento enriquecedor para ambas partes, tanto en lo profesional como en lo humano. La mexicana es una gran periodista y , hasta donde sé, una gran persona. Estoy seguro que le interesará conversar con ustedes y creo que no deben desaprovechar esa oportunidad.

Yo no podía decirle que sí y no debía decirle que no. No podía rechazar la invitación del profe Cabrera porque, aunque es adjunto, cada vez que tenemos que redactar un trabajo complicado, le pedimos auxilio y aunque el dice invariablemente que no tiene tiempo, invariablemente terminamos en su oficina.

Repasé lo ocurrido en el encuentro con Cabrera hace unas semanas. El día antes el profe Rafael había aceptado ser mi tutor y yo debía comunicárselo a Cabrera, con cuidado. Lo encontré de mal humor, pero como tenía premura le hablé de la tesis. Se quedó un buen rato absorto y luego empezó con sus disparos.

-Este país es un país de locos. Fíjate: me levanto tempranito, por hábito; me baño, por hábito. Vengo para la oficina a cumplir con mi deber, a cumplir con mi plan de trabajo cuya actividad fundamental consiste en tratar de corregir lo que hacen otros. De cuando en cuando se me ocurren ideas, hoy tengo una muy original: voy a desayunar como los blancos, voy a hacerme pasar por cliente en algún restaurante de Palmeras.

Ayer recibí unos trabajos para montar una revista dedicada al aniversario de la ciudad y ahora no se qué hacer con tanta ramplonería. Pero, la revista es un compromiso. ¿Tu me entiendes?.

Si se me hubiera ocurrido antes le habría encargado los trabajos al equipo de tu periódico y estoy seguro de que habríamos ganado todos; y ahora tu me vienes con lo de la tesis. Si quieres investigar sobre la prensa escrita de la provincia, hazlo, pero búscate otro tutor.

-Profe ya tengo tutor, el doctor Rafael aceptó ser…

-¿Rafael aceptó?… Debías haber comenzado por ahí. Pero, te aclaro dos cosas. Una sobre Rafael. Algunos lo acusan de autosuficiente, porque tiene la costumbre de hablar en primera persona. Yo no opino lo mismo, ni de él ni de quienes saben hacerlo: en periodismo hay que hablar en primera persona, contar lo visto y lo vivido. Pero, hay que ser racional y modesto porque quienes opinan tienden a equivocarse y de todos modos tenemos que opinar. A Rafael le gusta hablar de él porque es la persona a quien mejor conoce, la única a quien no puede herir ni siquiera inconscientemente, él es así, y yo respeto su modo de actuar.

Tampoco comulgo con quienes lo atacan porque a veces discrepa de cosas que en algún momento defendió. Rafael tiene un pensamiento trashumante. Además, cuando todos pensemos siempre lo mismo será porque ya no pensamos. Quiero que desde el principio mi posición quede clara.

Le respondo que estoy de acuerdo con sus observaciones.

-Segunda aclaración. Lo primero que hago al llegar a esta oficina no es pensar en las proyecciones de trabajo, en la gestión o en la manera de mejorar lo que hacemos, sino verificar el gasto de electricidad y apuntarlo en esta libreta. Aunque mi oficina gasta menos que mi casa, tengo que informar a diario cuánto se gasta. Luego me pongo a organizar papeles, a mirar las reuniones convocadas por miles de gentes y cuando me queda tiempo, hago periodismo y doy clases. Así que no es tiempo lo que me sobra y mi sistema de trabajo descansa en un tipo de organización casi maniática a la cual

tiene que adaptarse todo el que trabaje conmigo…Si a pesar de todo eso, tú insistes y lo que quieres es que yo colabore… ¿Es eso, no?.

-Exactamente, profe… Lo molestaré solo cuando sea imprescindible y usted pueda…

-Bueno, si se trata es de sumar otro loco a un proyecto descabellado, vamos a ver qué hacemos. Y disculpa que no te invite a desayunar como los blancos: lo que tengo en el bolsillo solo alcanza para un cubano normal.

No podía soslayar la solicitud de Cabrera, por él. Tampoco podía aceptarla, por nosotros. El plan lo esbozó el flaco y entre los dos lo construimos. Nos iríamos para su pueblo, precisamente el día 30, pasaríamos un rato con su familia y seguiríamos para la finca. El 31 tomaríamos por asalto la casa de Ruby, Allí, mientras el cerdo atravesado por una vara se balanceara sobre las brazas, compartiríamos en familia. Nosotros, con la cooperación del viejo mío, aportaríamos algunas bebidas. El regreso dependería de la calidad de la acogida.

-Profe, esta tarde le doy respuesta; permítame conferenciar con el equipo, es decir con Amael; el resto de la tropa ya debe estar lejos.

-Llámame por la tarde, hazme el favor. La mexicana y su marido llegan en la noche del 30. Los dejaré descansar y el 31 les propondré visitar algunos sitios de la ciudad. Al filo de las cinco podemos vernos en mi oficina e intercambiar. Por la noche los invitaré a comer en mi casa. El primero los dejaré libres y el 2 retornarán a La Habana. No dejes de llamarme.

-Descuide, profe.

Confiaba en que Amael, con su proverbial apego a la planificación, me ayudaría a buscar la mejor variante. Lo encontré plantado frente a la computadora y lo urgí a que me atendiera. Le resumí la situación y le informé que por la tarde llamaría al profe para excusarnos.

Pero, Amael es impredecible. Esta vez tampoco coincidimos. Dice que cree lo contrario; que si a la periodista mexicana le dieron el José Martí, es una profesional de primera y si para escribir un libro se tuvo un tiempo enorme en la selva, es una mujer excepcional.

Añade que tendremos muchos fines de años más. Ruby, mi familia y la finca pueden esperar, eso dice él y agrega.

-Lo que quizás nunca más tengamos es la posibilidad de compartir un momento de la vida de una persona como la mexicana. Olvídate de las fechas. Tu mismo dices que para el periodista las únicas que cuentan son las que pueden proporcionarle noticias. ¿Entonces?, para mí el asunto está muy claro.

-Pero, para mí no. Si tú insistes en la entrevista, tendremos que desmontar el plan.

-Y los desmontamos. Ya lo volveremos a montar… Tú no dices que el periodista tiene que conocer lo que escribe para ser creíble. Entonces: ¿cómo renunciar a entrevistar a la mexicana? y, para entrevistarla, ¿no tenemos que conocerla?

-Bien, si tu insistes…Fíjate que no quiero ser culpable de nada. Incluso si quieres tu continuas con lo planificado, vas a tu casa y yo voy donde los mexicanos.

-Si eso es lo que te preocupa, no hay problemas: vamos los dos a la entrevista, a no ser que tú no me necesites.

Ni le respondí. Le di una mini disertación conceptual sobre la entrevista en tanto un tipo de conversación natural, pero convenientemente programada y lo invité a dar el

primer paso: buscar los datos de la periodista en Internet , a ver qué encontrábamos. No debí resultar muy convincente, porque me miró fijo:

-Tú estás embullado para pasar el día con Ruby y yo tengo que ver a mi familia. Si quieres nos vamos tempranito el día primero, aunque cuando lleguemos del cerdo asado solo queden las huellas.

Tu mismo me enseñaste las razones. Esa mujer estuvo años metida en una selva para escribir con propiedad. ¿No es eso lo que hay que hacer? Tu por ejemplo, Ricel, si te encargaran un buen reportaje o un libro sobre la recogida de café o el corte de caña, de seguro irías y te pasarías un mes o un año compartiendo con los macheteros o los recogedores para convertirlos en protagonistas , y gracias que en Cuba no hay selvas que si no…

Ante tamaña insinuación, en venganza, le conté un trozo de mi vida. Comencé por aclararle varias cosas. Primero que, aunque nací en el campo, no soy campesino.

-Además, soy único hijo, estuve a punto de tener una hermana pero murió a poco de nacer y por un poquito mata a mi madre. Me educaron de forma ejemplar. A mi madre solo le interesaba, según sus palabras, que anduviera limpio y fuera buena persona. Mi padre apenas me atendió cuando más debía hacerlo: se pasaba la vida en los rollos de la jefatura. Sin embargo, me inculcó la pasión por la lectura entre otras cosas para que yo hiciera alguna demostración de buen lector cuando él se reunía con sus amigos. Por el viejo me habitué a leer cualquier tipo de textos y, algo curioso, me crié entre libros y desde pequeño leía los de mi padre, incluso los que no entendía. Y ahora papá lee los libros míos, por simple hábito y porque le gusta la comunicación.

Pasé la secundaria y el pre becado. Ir al campo era un deporte, pero yo prefería el deporte de la lectura y mientras los otros perdían el tiempo en juegos y cosas por el estilo, yo aprovechaba y leía. ¿Por qué tu crees que aprobé cómodamente el examen de concurso o de aptitud, qué se yo? Y: ¿por qué cuando decidí estudiar periodismo y dejar letras me preocupé por estudiar otras cosas importantes? Tú que lo analizas todo : ¿cómo no me preguntaste de dónde saqué las habilidades para preparar las ensaladas que degustamos en casa de mi tío Mongo y que ustedes elogiaron tanto?

-Porque no hacía falta: tú eres un bárbaro, un tipo multipropósitos.

-Nada de eso, hermano: aquí el genio, el soñador eres tú. Yo soy un tipo que se parte la cabeza diariamente, que se come los libros, que se pasa el día tratando de vivir…

-Y eso que tiene que ver con las ensaladas.

-Tiene que ver, y mucho. A pesar de la reticencia de mi padre y de la indiferencia de mi madre, pasé un curso de gastronomía, de esos que la asociación imparte los sábados. Sí, de gastronomía. Al principio no me querían matricular, después no me dejaban salir. ¿Sabes por qué?

-Porque tú eres genial, ya te lo dije. Gracias que la asociación no imparte cursos de formación de cosmonautas.

-No hermano. No me dejaban salir porque comprendieron que yo soy un tipo con un poco de imaginación, la suficiente para entender que los oficios del periodista y del gastronómico tienen muchas similitudes: somos gente de servicios. No siempre lo hacemos bien, pero nuestra función es la misma, servir.

-Dijiste: ¿No siempre…?

– Bien…Vuelvo al tema para responder tu sugerencia o tu insinuación. De todo lo anterior se deduce que yo no soy campesino. Ni siquiera la tradición del campo me convence. Solo tengo nostalgia, y no mucha. Así que si hay que ir a la caña o al café yo no soy el más indicado. Si voy contigo a la finca es porque somos hermanos y si

trabajo en el campo es porque no me molesta, pero de ahí a que me guste hay un tramo bien largo. Y si a alguien se le ocurre que tengo que cortar caña una semana para escribir un reportaje sobre el azúcar, me meto a corresponsal de guerra, es preferible morir de un balazo y de una vez.

Iniciamos la búsqueda en internet . Encontramos a una mujer con el mismo nombre y el mismo apellido. Pero esta no podía ser. Claro que no: era una artista española. Seguimos buscando, y apareció. Había una referencia a su libro sobre los zapatistas, con una foto que no decía mucho. En otra sección había una entrevista; la leímos. La foto parecía la de una artista. Amael se preguntaba como sería en realidad esta mujer. Debía ser más varonil o menos femenina, si se quiere, para poder estar todo ese tiempo en la selva, decía. Sería bueno, afirmaba, tener una idea de la edad, porque parece muy joven y no debe tener menos de 30, ni más de 40. Si trabajó en todos esos periódicos debe tener más de 30 y si estuvo años en la selva no debe tener más de 40.

Le di la razón y lo conminé a leer con atención la entrevista, no solo para obtener información, sino para ver la técnica empleada por el periodista. En eso nos pasamos horas, hasta que llamé al profesor Cabrera.

El 31 llegamos a la oficina. Cabrera nos recibió, miró el reloj y esperamos. Para ganar tiempo le sugerí al profe que nos visitara en el periódico y nos diera una breve charla sobre “telenovelas, democracia y derechos humanos”; tema que él abordó recientemente en el aula y que nos dejó con ganas de seguir oyendo.

Me dijo que ya veríamos y yo me puse de lo más contento porque lo dicho significaba que sí. Al equipo le iba a interesar el tema y a mí me agradaba la idea de que el fuera a nuestra oficina, donde yo me sentía más seguro y quizás allí podríamos trabajar con tranquilidad: en la suya, entre las llamadas telefónicas, las visitas y otras interrupciones menores y mayores, no dejaban trabajar a nadie.

Los mexicanos no acababan de llegar. Para ganar tiempo le pregunté a Cabrera sobre la conversión de videos. Dio una explicación rápida muy apropiada para Amael, quien se sintió aludido y comentó algo sobre el video que los militantes vimos hace unos días.

-Usted no cree que esos videos debían pasarlo por la televisión, para que los viera todo el mundo. El video lo vimos nosotros, ahora lo deformamos y al final cada quien lo interpreta a su manera, argumentó el flaco.

– De acuerdo con lo primero. Pero si se lo ponemos a todo el mundo el efecto es más o menos el mismo. Cada cual lo interpreta a su manera, y eso es lo interesante, replicó Cabrera.

-En este caso, lo peligroso es aceptar que esa gente se ha pasado la vida simulando, aprovechándose del cargo, como unos desalmados y lo peor, esa gente se formaron aquí, se corrompieron por ellos mismos, añade Amael.

-Te voy a facilitar un articulo: “La corrupción, la hidra de las siete cabezas”. Estamos ante un fenómeno al cual es difícil de escapar, casi incontrolable; tiene que ver con el alma, y no todas las personas tienen el alma en el mismo sitio, incluso hay quienes ni siquiera saben donde la tienen.

En eso tocaron el timbre. Los mexicanos llegaron, con un poco de retraso, pero llegaron. Cabrera presentó a la periodista y al esposo, quien pidió disculpas por la tardanza, solicitó salir a tirar unas fotos y prometió retornar ahorita.

Aquella mujer extraordinaria nos dejó pasmados. Era tan grácil como en la foto de Internet, pero más bonita y muy femenina. No hubo que preguntarle nada. Ni me acordé de la agenda donde estaba el cuestionario.

Hablaba con una naturalidad tremenda y hablaba de ellos, no de ella; de los zapatistas, y sobre todo de las seguidoras del sub comandante Marcos. Hablaba con una tranquilidad escalofriante, pero nunca se refería a ella sino a los otros. Amael tiraba fotos. Yo solo oía. Me preguntaba cómo pueden equilibrase el amor y el periodismo. Cómo esta mujer tan frágil pudo acompañar durante años a un ejército de indígenas y mestizos, a los fundadores de un despropósito que removió la conciencia de tanta gente. (El calificativo es de ella). Cómo pudo convivir con esas gentes simplemente para contar su historia. Cómo se puede actuar así y seguir siendo cronista del mismo despropósito.

No le pregunté nada. Por poco la entrevista no las hace ella a nosotros, pues empezó a hablar de sus viajes a Cuba, de su admiración por nuestra gente y terminó por interesarse en los estudios de periodismo.

En un momento se quedó pensativa y yo atiné a hacerle la única pregunta del cuestionario que recordaba y que fue sugerida por Amael.

– Así que usted estuvo varios años en la selva Lacandona para escribir un libro sobre los zapatistas.

-No exactamente, no fui a la selva para escribir un libro; escribí el libro, entre otras razones, porque fui a la selva. Eso más o menos dijo.

Entonces el profe Cabrera entró en el diálogo para retomar el tema de la universidad y hubiéramos seguido hasta las mil y tantas sino hubiese sido por el regreso del marido de la periodista quien, como buen mexicano, propuso un brindis con tequila, propuesta aceptada por unanimidad.

El brindis fue breve porque los visitantes debían pasar por el hotel y luego ir a casa del anfitrión y nosotros ir a casa de mis padres donde mi madre debería estar nerviosa por que le prometí que llegaría con el sol y ya salieron las estrellas.

Nos fuimos a pie, atravesamos media ciudad, llegamos al parque donde alguna vez hubo un zoológico, descansamos unos minutos y lanzamos nuestra estrategia para el próximo año.

Amael le había dicho que no a los mexicanos, pero al final aceptó una caja de Delicados. Nunca lo había visto fumar aunque, según versiones, de cuando en cuando Yuliesky le regalaba algún cigarrillo con filtro y el aceptaba, lo prendía y lo tiraba: el cigarro le servía para relajarse.

El flaco parecía melancólico y prendió un cigarrillo; por poco se ahoga. No se de donde sacó la idea de fumar. Su padre había dejado el cigarro por orientación del organismo

superior y solo compraba tabacos para ponérselos a la Virgen de la Caridad del Cobre, la única virgen en quien confiaba.

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