Francisco Tomas Gonzalez

La obediencia como exigencia democrática

Por Francisco Tomás González Cabañas

“La desobediencia civil invoca los principios utópicos de las democracias constitucionales, apelando a las ideas de derechos fundamentales o de legitimidad democrática. Es, así, un medio para reafirmar el vínculo entre la sociedad civil y la política (o entre la sociedad civil y la económica), cuando los intentos legales para ejercer la influencia de la primera sobre la segunda han fallado, y se han agotado otras vías” (Habermas, J. “Derecho y violencia: un trauma alemán”, en Ensayos Políticos, trad. Cast. De R. García Cotarelo, Barcelona, Península, 1988, p.73).

“El principio del gobierno democrático es la libertad. Al oír repetir este axioma, podría creerse, que sólo en ella puede encontrarse la libertad; porque ésta, según se dice, es el fin constante de toda democracia. El primer carácter de la libertad es la alternativa en el mando y en la obediencia. En la democracia el derecho político es la igualdad, no con relación al mérito, sino según el número. Una vez sentada esta base de derecho, se sigue como consecuencia que la multitud debe ser necesariamente soberana, y que las decisiones de la mayoría deben ser la ley definitiva, la justicia absoluta; porque se parte del principio de que todos los ciudadanos deben ser iguales. Y así, en la democracia, los pobres son soberanos, con exclusión de los ricos, porque son los más, y el dictamen de la mayoría es ley. Este es uno de los caracteres distintivos de la libertad, la cual es para los partidarios de la democracia una condición indispensable del Estado. Su segundo carácter es la facultad que tiene cada uno de vivir como le agrade, porque, como suele decirse, esto es lo propio de la libertad, como lo es de la esclavitud el no tener libre albedrío. Tal es el segundo carácter de la libertad democrática. Resulta de esto, que en la democracia el ciudadano no está obligado a obedecer a cualquiera; o si obedece, es a condición de mandar él a su vez; y he aquí cómo en este sistema se concilia la libertad con la igualdad”. (Aristóteles. Política. Libro VII. Parágrafo 225. Gredos. Madrid).

La democracia entendida y definida en la Grecia antigua, cambió sustancialmente en relación a los sujetos de su constitución o del demos. En no pocos países, las mayorías, estadísticas y demográficas, son las que carecen de libre albedrío, las que están subyugadas a una condición de pobreza muy distinta a la pobreza tal como la entendían los griegos. Nuestras pobrezas contemporáneas, impiden al sujeto su condición de tal o lo desustancializan. La profundización social, cultural y política de las riquezas correspondidas con lo material hacen el resto. Es imposible ser considerado sujeto o ciudadano sí se carece de una fuente de ingresos que permita a cada quién poder alimentarse a diario. La democracia actual, sin embargo, quedó detenida en aquella definición primigenia y exige a una obediencia que no puede corresponderse con los derechos que brinda o deja de brindar o con el reconocimiento en la condición de ciudadanos a los multitudes a las que no les permite alimentarse.

En nombre del temor que genera a los que están en el límite de caer en tal situación, es decir los sí reconocidos por tener al menos la posibilidad de subsistir, se llevan a cabo, como mecanismos de protección, protestas y demandas directas que son vistas por el pináculo de los administradores de la democracia, como desafíos directos a la exigencia de obediencia que sostiene la institucionalidad y los principios inviolables del sistema democrático.

Ningún compendio normativo, podrá reconocer en la abstracción teórica el derecho a la desobediencia o rebelión, tal como lo plantearon autores como Arendt, Thoreau o Rawls o el citado up supra, entre otros.

La obediencia democrática estipula que reconozcamos en los resultados eleccionarios a gobernantes y representantes, independientemente de sí los mecanismos electorales garantizan las mínimas libertades para no estar condicionados por tal dinámica en donde no se prohíben los condicionamientos, vía dádiva, prebenda o disposiciones monopólicas de los espacios públicos y semipúblicos para realizar las acciones tendientes a obtener el voto, pedirlo, solicitarlo o directamente tomarlo.

El pueblo, o los que pretenden serlo o no dejar de estar dentro del mismo, es nuevamente el que realiza el mayor esfuerzo. Sus exigencias y demandas, deben estar suscriptas dentro de lo establecido, y para realizar algún cambio lo debe hacer en forma paulatina o gradual, volviendo a confiar en los actores políticos, que tal vez en otras oportunidades ya han fracasado (el juego entre oficialistas y opositores que muchas veces deviene en una casta, clase o claque).

Mientras más evidente e intensa sea la exigencia a la obediencia, más débil se encontrará el sistema democrático, dado que generará deseos y acciones en tal sentido, de desconocimiento o desobediencia. La mejor manera de fortalecer el sistema dado, para no ser cambiado, es que por cumplimientos más efectivos o por una mayor elaboración de promesas más verosímiles, no les haga sentir a sus gobernantes y representados, que los tiene subyugados por un lazo que más que tal, se asemeja a la cadena que sostiene el amo con su esclavo.

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