La crisis del periodismo

Por Samuel Prieto Rodríguez

En la fotografía actual, el periodismo no se ve atorado en un bache. Se ve en una calle repleta de hoyos, además en medio de una gran tormenta que amenaza con transformar cualquiera de ellos en un horrendo y fatídico socavón.

No se trata únicamente de las redes sociodigitales que gradúan serialmente a un ejército cada vez más abultado de periodistas patito, analistas de cafetería, opinólogos prófugos de la materia gris y refugiados en el delirio de la estupidez colectiva con acceso a una red mundial en que hacen gala masiva de su ignorancia, desinformación, prejuicios, odio y conspiranoia.


Tampoco se trata solo de los populistas actuales que utilizan la politización del resentimiento social como la más eficaz de sus armas y etiquetan a los medios informativos como una especie de antipueblo para vacunarse contra los señalamientos que hagan sobre su ineptitud, corrupción o incongruencia.

MEDICIONES DISPARATADAS

En ocasiones, el origen de los baches son los agujeros que dejan los propios medios al darse un balazo en el pie o las conclusiones tan raras e incomprensibles que publican de repente algunas de las instancias que los miden.

Una muestra. Las gráficas sobre México en la edición 2021 del prestigioso Digital News Report que hacen el Reuters Institute y la Oxford University desde hace 10 años, no tienen lógica.

Entre los medios tradicionales, los servicios noticiosos de las dos televisoras más importantes del país aparecen ahí como los más vistos.

En el universo online ocupan los sitios tercero y quinto, pero resulta que están en el último y penúltimo en cuanto a la confianza que inspiran en las audiencias. O sea, ¿cómo?

No hay datos de alguna otra instancia para intentar un cotejo en la medición de ese punto en específico pero ¿en serio la mayoría de las personas prefieren ver contenidos informativos en los que no confían? Obviamente algo está muy mal en el diseño de la metodología.

Antes de la irrupción de internet y su firmamento de celebridades e influencers, el axioma tradicional era simple: un medio periodístico es muy visto, escuchado o leído ergo es confiable.

Por supuesto, ninguna regla está completa si no tiene sus excepciones. Durante las últimas tres décadas del siglo pasado casi completas, cuando la televisión lo era casi todo, los mexicanos se informaban mediante un solo noticiero nocturno. El resto del universo de medios era básicamente una caja de resonancia. Ningún periódico cerraba la edición para irse a la rotativa antes de que ese programa terminara porque era el poderoso e influyente portavoz hegemónico del poder.

Así que en ese caso sí, para los mexicanos ver 24 Horas no era una cuestión de confianza sino de referencia obligada.

Pero eso es prehistoria. Hace más de 25 años que la televisión ya no está controlada por una sola empresa y además ahora hay cualquier cantidad de medios periodísticos con perfiles editoriales diversos, mucha más libertad de prensa y acceso a la información, así que absolutamente nadie está sujeto a nada remotamente parecido a un monopolio. De ahí que concluir que los medios con más audiencia son justamente esos en los que menos confían las audiencias es un completo absurdo.

Claro, también hay que decir que no todo el informe del Digital News Report con respecto a México está tan fumado. Considerando que se basa en encuestas y está comprobado que a las personas les da por negar que ven la tele aunque lo hagan mientras afirman que son más residentes digitales de lo que son, el que las noticias online aparezcan como las más vistas y el smartphone sea el dispositivo más usado para ello no es ninguna sorpresa.

El dato está en la misma sintonía que la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) que hacen periódicamente el INEGI, la SCT y el IFT. En su edición más actual dice que al cierre de 2020 el rey cada vez más fuerte del acceso a internet es justamente el smartphone, muy por encima de la computadora portátil y haciendo ver a la de escritorio ya básicamente como una especie en extinción lista para convertirse en pieza de museo.

El vértigo en el cambio continuo de la forma como las personas consumen noticias obliga a los medios y periodistas a estar buscando todo el tiempo las maneras más eficaces de comunicarlas, reto obligado con solo dos resultados posibles: alargamiento temporal de su ciclo de vida con cada reinvención o la muerte prácticamente instantánea.

QUIÉN ES QUIÉN

Dicho eso, lo siguiente es el embate cada vez más frontal del poder y sus intereses cubiertos con un blindaje de populismo impulsor de la polarización y el discurso de odio. En México, el episodio más reciente es “el burro hablando de orejas” o mejor dicho “el ganso incapaz de gobernar su pico”. Los medios y periodistas señalados con el dedo índice condenatorio respondieron a las acusaciones del primer “quién es quién en las mentiras de la semana” puntualizando sus imprecisiones, falsedades y el hecho de que no presentó ningún argumento ni prueba que desmintiera realmente nada.

En contraposición, ese mismo día la empresa Spin y su director, Luis Estrada Straffon, publicaron su infografía actualizada sobre las 641 mañaneras hasta entonces en que, de acuerdo con su conteo, el inquilino del Palacio Nacional ya llevaba 56 mil 181 afirmaciones no verdaderas lo que significa un promedio de 88 por conferencia.

El desatino presidencial de subirle más rayitas a su confrontación con los medios críticos de su administración y asumirse en la práctica como el poseedor de la verdad absoluta y de la autoridad moral para juzgar como maligna a toda posición distinta a la suya o develación de incongruencias, ineptitudes y corruptelas gubernamentales, fue criticado hasta por periodistas que le son afines.

Carmen Aristegui lo dijo sin titubeos: “a mí, se lo digo con toda transparencia y claridad, me parece que este ejercicio del presidente de la República de poner en el banquillo y poner esto del quién es quién en las mentiras, me parece un absoluto despropósito del presidente de la República. Un absoluto despropósito que se erija la presidencia de México en la poseedora de la verdad y que se atreva a hacer un ejercicio de esta naturaleza. Esto no significa para nada que los periodistas no seamos sujetos de crítica, de observación, de reclamo, de réplica, de todo lo que usted quiera por parte de la sociedad, de los lectores, de los seguidores, de los cibernautas, de la población en su conjunto, del propio presidente de la República si tiene algo puntual que decir respecto de lo que se ha publicado de algún asunto, todo eso cabe. Pero este ejercicio de decir ‘el que tiene la verdad soy yo y quien va a decir quién miente y quién no, soy yo’ me parece absolutamente fuera de lugar, fuera de todos los estándares democráticos y los estándares de gobierno de una institución como la Presidencia de la República, de los países y en este caso de México, el plantear las cosas de esa manera”.

También se han pronunciado organismos internacionales. La Sociedad Interamericana de Prensa, que agrupa a 1,300 medios informativos, alertó sobre el riesgo constante de que el bullying presidencial degenere en más violencia contra los periodistas en un país que de por sí ya es el más peligroso del planeta para ejercer el oficio. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos advierte que el llamado “quién es quién en las mentiras” afecta las garantías para un debate libre e informado, lo que representa una afectación directa a la democracia.

Más aún, la defensa gubernamental sobre los señalamientos de espionaje a periodistas se limitó a etiquetar burdamente como falsas y maliciosas contra la actual administración incluso a publicaciones que se hicieron en 2017, como un reportaje publicado por Forbes que documentó entonces esa misma práctica en el sexenio peñanietista. Pero más allá de esa torpeza, no ha presentado una sola prueba real de qué ha pasado con el sotfware Pegasus y otros mecanismos de espionaje en manos del gobierno.

CONFLICTO Y EQUILIBRIO

Cómo toda historia humana que inicia con el rompimiento del equilibrio y termina con la finalización o estabilización del conflicto, las crisis actuales del periodismo tenderán a encontrar soluciones gradualmente. No significa que las cosas volverán a ser como antes porque eso implicaría un retroceso muy desafortunado para todo el mundo.

Así como las dictaduras generalizadas, el llamado periodo neoliberal y otras épocas tuvieron sus ciclos de vida, los populismos capitalizadores del mal humor social y la polarización también llegarán a su punto de agotamiento que significará el fin del problema actual aunque también el inicio de otros inherentes a la tendencia política que se ponga en boga.

Tiene que ser así porque la naturaleza del periodismo verdadero es la revisión continua del desempeño del poder. Si en algún momento deja de ser incómodo para gobernantes y funcionarios, ese sí sería un verdadero gran problema.

El mercado hallará un equilibrio cuando el vértigo en la evolución del consumo de contenidos encuentre un punto de convergencia aceptable para todos. El proceso es complejo. Por un lado la proliferación de periodistas instantáneos, improvisados o maliciosos esparciendo noticias falsas y rumores, análisis de pacotilla y suposiciones, fanatismos y discursos de odio, deformando la verdadera función social del oficio y saturando la oferta.

Por otro, el periodismo real en busca de mantener bien marcada la diferencia y la sustentabilidad financiera en un contexto en que la pulverización de contenidos en plataformas cada vez más diversas complica la medición de audiencias, la construcción de lealtad entre los consumidores y la venta de publicidad y suscripciones.

Es una batalla intensa en que no está garantizado que ganen quienes tendrían que hacerlo y los vencedores no saldrán limpios de grandes pérdidas. Pero antes de que eso suceda, falta mucha crisis todavía por transitar.

Colaboración de Latitud Megalópolis

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