El cuento de la noche: Amores de pachuco

Por Manuel Pérez Toledano

La gestación de drama, tuvo LUGAR EN UN CABARET LLAMADO “El infierno”, situado en las calles de bolívar. A un costado del mercado Hidalgo.

Vicente Jiménez, alias “El flaco”, mató a su amante en un sórdido hotel del Callejón de Garibaldi.

Socorro Garduño, “La Tongolele”, era el nombre y apodo de la vendedora de amor sacrificada por el “pachuco”.

El día del crimen, acaecido el pasado viernes, Vicente Jiménez, “El Flaco”, llegó al citado cabaret al filo de las dos de la mañana. A la penumbrosa luz del salón, los ojos de éste brillaban intoxicados. Abriéndose paso entre los borrachos y meseras que bailaban, “El Flaco” se acercó al mostrador. Los compases del mambo número 5 aullaban estridentes. El calor era sofocante y apestaba a tabaco, a sudor, a aguardiente y a mingitorio.

Apoyado de un resquicio del mostrador sus manos temblaban sobre la húmeda madera. El cuello de “El Flaco” se estiraba hacia las parejas que danzaban, en busca de la Tongolele. En medio de la niebla de los vapores, su mirada taladraba hasta los gabinetes del fondo para observar las caras de las hembras que fichaban. Era una ravista desesperante en que sentía su alma en la agonía. En vano sus pupilas se agrandaron de mirar; porque ella no estaba.

Un nudo de angustia le oprimió el corazón, como si el deseo de vivir lo abandonara por instantes. ¿Cómo es posible que aquella mujer lo atormentara así? ¿Es que había perdido el dominio y la fuerza del macho? Y una sombra siniestra se proyectó en el rostro de “El Flaco”, haciéndole aparecer más pálido y demacrado.

– ¿Qué te pasa, flaco? -le preguntó Güicho el cantinero -Te pasaste de “chiva”?…

-Ojalá y fuera “eso”, manito…

-Entonces qué es… A poco la vieja…

– Pos si ya sábanas…

-Hace rato se jué con un gil… Y todavía no regresa….

-Dame un tequila.

-No tomes. Te va a hacer daño.

-Déjate de “muletas”.

-Bueno, Flaco; como tú quieras… Nomás no armes bronca, porque el dueño ya te trai en sal; te quiere prohibir la entrada…

– ¡Gachupín “méndigo”!

Y “El Flaco” crispó las manos, enfurecido. Güicho le llenó la copa, y le dijo:

– No te mandes mucho, Flaco; que aleguo te pones como loco…

– ¡Ya “chántala”!  ¿No?…

-Está “suave”, Flaco. -y el cantinero dio media vuelta.

Los músicos tocaban un ruidoso paso-doble. Los borrachos saltaban torpes y grotescos, arrastrando a las mujeres -que más que tales simulaban reses cansadas-. El músico del cornetín inflaba los carrillos como globos, y a cada rato sacudía la saliva de la boquilla del instrumento. “El Flaco” no quitaba la vista de la puerta de entrada. Cada vez que la sucia y andrajosa cortina se movía, su pecho se le encogía de emoción. ¿Cómo había surgido semejante pasión? Y “El Flaco” recordaba las circunstancias en que conociera a “La Tongolele”.

En aquel tiempo, “El Flaco” vivía tranquilo, entregado a sus vicios que le costeaban dos meseras del cabaret “La Lechuza”. Para él, las mujeres habían perdido su pristino encanto, reduciéndose a simples objetos de explotación.

Para “El Flaco”, el hábito de la heroína llegó a suplir todo afecto. Convirtiéndose en el frío conquistador que esclavizaban a las mujeres hasta situarlas en la más miserable de las condiciones. La droga significaba para él su amante única; porque sólo ella era capaz de darle la dicha…

Pero, una noche hastío, se le ocurrió asomarse en “El Infierno”, y conoció a “La Tongolele”… Esta era una mujer de fuego. Cuando bailaba, la turgencia de sus caderas se movía electrizante. Apenas la vio, “El Flaco” nada más pensó en hacerla suya. Inmediatamente la sacó a bailar, para deslumbrarla con sus extraordinarias facultades de bailamón. Había sido campeón de “swing” en el “dancing” Los Angeles.

Así fue cómo se ganó la simpatía de la turbulenta mujer. Al poco tiempo, la tomó de amante. Mas, a tal grado era la sensualidad de ella, y tal la belleza lujuriosa de su cuerpo, que “El Flaco” empezó a perder los sentidos. El calor genésico de su carne le hacía perder la razón. Y sus besos le enervaban con más fuerza que la droga. De triunfador habíase trocado en vencido. ¡Y tuvo miedo de perderla! Cada ocasión que estaba con ella. Un anhelo infinito de no dejársela arrebar lo torturaba. Y se picaba las venas con mayor frecuencia, buscando inútilmente un valor que le faltaba.

Esa tarde, sentados en uno de los gabinetes, él y ella charlaban. Aun no llegaba la orquesta y el lugar estaba en calma.

-Oye, Socorro -dijo “El Flaco”, sujetando entre sus dedos la mano de “La Tongolele”-. No me gusta que te salgas con los clientes.

– ¿Te has vuelto loco? ¿De dónde vamos a sacar la “lana?

-De las “fichas” y de lo que te paguen por bailar.

-¡ja! ¡ja! ¿Y si a mí me gusta salir con ellos?

– ¡No lo harás! ¡Te lo prohíbo!

“La Tongolele” iba a reírse, pero una bofetada le cerró los labios.

– ¡Si te vas con alguien, te mato!

Y arreglándose con además de enojo las solapas del saco, salió “El Flaco” del cabaret.

Pero, al volver por ella esa madrugada, el cantinero le dijo que la mujer se había ido con un cliente. Por eso era que ahora, abatido sobre el mostrador, aguardaba impaciente su regreso. El efecto de la droga recién inyectada, le envenenaba la sangre, llenándolo de brutales impulsos.

“La mataré. Juro que la mataré. De mí no se burla nadie”. Se decía “El Flaco” llevándose a la boca la copa de tequila.

De pronto, la cortina se agitó, emergiendo la curvilínea silueta de “La Tongolele”. Cruzando el salón, “El Flaco” se aproximó a ella y le gritó:

– ¡Vámonos!

La mujer lo siguió, obediente.

Un coche de alquiler los condujo al hotel donde se hospedaban. En cuanto se encerraron en el cuarto, él comenzó a desnudarla febril. Sus manos acariciaban la suave tibieza de sus muslos, y la altivez redondez de sus senos. Y sus labios fundieron a los de ella como en una postrera despedida.

Sacando una botella de coca-cola llena de tequila, se la vació en el pecho. Luego, sorbió el líquido en las exquisitas oquedades.

Saciando sus extraños apetitos, “El Flaco” tomó su “fierro”, y lo hundió hasta diez veces en el cuerpo de la nada. Después, emprendió la fuga.

Al encontrar el cadáver desnudo y sangrante de la mujer, el dueño del hotelucho denunció los hechos a la delegación de policía.

Los agentes de la Judicial buscan activamente al “pachuco” asesino. El cuerpo de la infeliz cabaretera fue enviado al hospital Juárez para su autopsia. Hasta ahora, nadie ha reclamado su cadáver.

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