Venezuela no está sola

Buenos Aires (PL) La ceguera que produce la impunidad en los poderosos terminó siendo una trampa para el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que creyó llegado el momento de «actuar» contra Venezuela, mediante una orden ejecutiva, nada más y nada menos para dejar sus manos libres para tomar cualquier decisión de «emergencia» que necesite.
A sólo seis días de ese decreto imperial, el gobierno, el pueblo, las fuerzas armadas bolivarianas, en las calles de Venezuela, por una parte y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) así como movimientos que agrupan a intelectuales, científicos artistas en el mundo, movimientos sociales, sindicales, políticos e incluso parlamentos entre otros, le han dado una respuesta contundente: el rechazo a esa orden ejecutiva y la necesidad de suspender un decreto, que coloca a Estados Unidos en una situación de vergonzoso aislamiento.
Su guerra psicológica ha fracasado frente a la realidad de que «otro mundo es posible». Y es posible en lo que siempre consideró su «patio trasero», hoy en justa rebelión emancipadora e independentista.
La orden ejecutiva de la Casa Blanca que declaró una «emergencia nacional» por la amenaza «inusual y extraordinaria» del gobierno de Venezuela a «su seguridad nacional», según el Presidente, es en realidad una verdadera amenaza terrorista que anticipa una intervención bajo cualquiera de las modalidades contrainsurgentes utilizadas contra varios países en este siglo XXI.
¿En qué amenaza Venezuela a Estados Unidos?, es una pregunta tan básica como la inexistente respuesta. «Inverosímil» dice el gobierno argentino sobre este argumento, que nadie puede aceptar, como se ve en la reacción de diversos gobiernos de la región y del mundo.
En todo caso la pregunta válida es: ¿qué tiene Venezuela que la transforma de alto interés geoestratégico para Estados Unidos? Venezuela tiene importantes reservas petroleras y muchos más en recursos, pero no sólo eso. Fue el primer país en América Latina que en febrero de 1989 rompió el fuego en la rebelión antineoliberal de su pueblo, que fue reprimida y dejó más de un millar de muertos y miles de heridos.
Washington y sus vasallos locales no entendieron que esa sangre regada, era un semillero de raíces que se extenderían a todo el continente, cuando creía haber abierto el camino para una nueva recolonización de América Latina y el Caribe.
De ese febrero de 1989, nació el febrero de 1992, el alzamiento militar que en este caso no salía de sus oficinas ni del Comando Sur, sino que rompería audazmente con el viejo estilo golpista. De ese alzamiento sofocado, pero no derrotado en su base real, que era el pueblo venezolano, llegó el triunfo de los rebeldes, pero esta vez por el voto a fines de 1998, cuando el pueblo eligió al comandante rebelde de 1992 Hugo Chávez Frías.
Y de allí en adelante -Constitución nueva y revolucionaria votada por el pueblo mayoritariamente- llegaría el hombre que traía encendida la tea de la integración y la unidad de América Latina, continuando el sueño y decisión de nuestros héroes independentistas. El comandante del 92 durante 15 años ganó las elecciones y consolidaría uno de los procesos democráticos más votados en la historia del mundo. Es decir por la voluntad del pueblo.
Y cuando en marzo de 2013 el nuevamente presidente electo Hugo Chávez Frías murió víctima de una enfermedad, y Washington festejó perversamente esa muerte, la presencia de millones de venezolanos en las calles durante días demostró la vigencia del líder y la furia del poder hegemónico.
Y sigue ganando Chávez no por la fuerza, sino por la razón y la dignidad, algo desconocido para los habitantes de la Casa Blanca.
Lo decretado por Obama es una bravuconada doblemente ofensiva, cuando lo dice el presidente de un país, que hace unos pocos meses reconoció algunos de los crímenes de lesa humanidad, incluyendo torturas y asesinatos cometidos en su guerra preventiva contra el mundo, al que pretende imponer una gobernanza global para dominar.
El país responsable, junto a sus asociados de los primeros genocidios del siglo XXI (Afganistán, Irak, Libia, Siria que aún resiste la invasión mercenaria de la OTAN y Ucrania, sembrada de antiguos y nuevos nazis) intenta dictar la política de derechos humanos que violenta adentro y afuera de su territorio, de forma cada vez más brutal, utilizando mercenarios en sus guerras coloniales de este siglo.
Estados Unidos tiene detrás el record mayor de intervenciones y crímenes a lo largo y ancho del mundo, sin olvidar Hiroshima y Nagasaki, donde probó sobre una población inerme la bomba atómica. Y si todos estos no son crímenes de lesa humanidad, ¿cómo podrían llamarse?
El desabastecimiento de alimentos, los sabotajes, la guerra económica y de baja Intensidad aplicada en Venezuela, como el bloqueo de más de medio siglo contra Cuba, dejaron miles de víctimas por diversas razones.
En diciembre pasado el Congreso estadounidense aprobó sanciones contra funcionarios y militares venezolanos bajo la indudable presión del fundamentalismo republicano, y Obama las ratificó el 18 de diciembre de 2014, pero fue este 9 de marzo cuando se puso nombre a los afectados por esas medidas, congelando sus activos en EE.UU. y la prohibiéndoles entrar al país, entre otras medidas.
«La Casa Blanca está profundamente preocupada por esfuerzos del gobierno venezolano para aumentar la intimidación sobre adversarios políticos», es otro argumento de Obama, además de exigir la liberación de los «presos políticos». Por supuesto, los «políticos» presos son un grupo de activos golpistas, cuyas acciones dejaron una y otra vez -porque no fue el primer intento golpista sino la continuidad de un golpismo eterno contra Venezuela- centenares de víctimas, si consideramos los sucesos de 2002 hasta este 2015, en que la violencia golpista dejó muertos, heridos y enormes daños económicos.
¿Qué haría y qué hizo Obama, o los gobiernos de Estados Unidos, si un grupo violento financiado desde afuera matara a sus ciudadanos en su propio territorio, quemara edificios, manifestara con fuerzas de choque, disparando a mansalva como ha sucedido en Venezuela, como lo vimos en febrero-marzo de 2014?
Recordemos los últimos dramas raciales en Estados Unidos, sin castigo para los asesinos y los asesinatos y cárceles aplicados a quienes marcharon contra las medidas económicas que afectaban y afectan gravemente al pueblo de ese país. O los inmigrantes asesinados en las fronteras de una América que a lo largo de 200 años fue saqueada por el dueño de este «patio trasero», que fuimos y no seremos nunca más.
Un país que tiene cárceles secretas en su territorio con jueces sin rostro, y otras en países con gobiernos cómplices en el mundo donde se puede torturar a víctimas, trasladados ilegal y secretamente de unos países a otros. Un país sobre el que pesan los millones de muertos de este siglo en Iraq, Afganistán , Libia, Siria y otros sometidos bajo la guerra preventiva global, sin fronteras y sin restricciones. El mismo país que nos amenaza con el horror del laboratorio de torturas que es la base militar de Guantánamo, en un pedazo de territorio que usurpa a Cuba. Ese país es el que quiere actuar contra Venezuela «en defensa» de los Derechos Humanos. ¿Con qué moral puede hacerlo?
Precisamente la llamada «Guerra Global contra el Terrorismo» es considerada por Washington como un gran «esfuerzo humanitario» para «proteger» a los pueblos y cuyo resultado son poblaciones enteras y ciudades convertidas en cenizas o los miles y miles de cadáveres que están gritando al mundo desde las arenas de los desiertos y montañas en Medio Oriente, en el Norte de África, en Asia.
CINISMO IMPERIAL
Hay que ser un cínico perverso para llamar a esas guerras coloniales «esfuerzos humanitarios» o «democratizadores», sembrando de mercenarios y fascistas los territorios invadidos donde se sigue matando, como matan en Honduras y en Paraguay.
¿Y el caso México? Más de cien mil muertos y unos 40 mil desaparecidos (más de 80 mil si se cuentan los inmigrantes centroamericanos que fueron asesinados en ese mismo período de 2006-2012), durante la «guerra contra el narcotráfico» que dirigió Washington en territorio mexicano, involucrando a las fuerzas armadas, a la justicia de ese país y con la anuencia y complicidad del gobierno de Felipe Calderón (2006-2012).
Esa guerra contrainsurgente disfrazada de antinarcotráfico transformó a toda la población en el «enemigo interno» que por supuesto amenazaba la seguridad estadounidense. Los asesinatos masivos de poblaciones tiene su continuidad en el reciente secuestro y desaparición de 43 estudiantes normalistas campesinos en manos policiales y parapoliciales en lo que llaman «muertes del crimen organizado», cuando saben perfectamente que se trata de la vieja contrainsurgencia y la política exterior colonialista de Estados Unidos contra los pueblos del mundo.
Es la misma escenografía contrainsurgente que propone Obama tomando medidas que envía al Congreso, como si Venezuela fuera parte de su territorio. No olvidar la famosa Ley para la Defensa de los Derechos Humanos y Sociedad Civil en ese país propuesta por el demócrata Robert Menéndez (juzgado en estos días por delitos incalificables), junto con los congresistas republicanos que apoyan ya no sólo la sostenida guerra terrorista contra Cuba, sino contra el mundo, como son Marco Rubio e Ileana Ross-Lehtinen.
Decreto como el que dictó Obama contra Venezuela el pasado 9 de marzo es lo que se utilizó para actuar en los países invadidos, órdenes ejecutivas, para apoyar a los ejércitos mercenarios creados en el seno de una Organización como la del Atlántico Norte (OTAN), que desde sus orígenes -como ha sido demostrado en Europa- utilizó el terrorismo contra los pueblos.
Habría mucho que decir, pero basta entender que en un decreto donde se habla de Venezuela como «un riesgo inminente para la seguridad estadounidense», Obama está creando un «enemigo Invisible» un «estado canalla»una «amenaza» que debe asustar al pueblo de EE.UU, tanto como para acompañarlo pasivamente en otra nueva aventura de su guerra contra el mundo, sostenida por la guerra sicológica, que llevan adelante los equipos militarizados y contrainsurgentes de los medios masivos de comunicación.
Aunque hay que decir que estrena un nuevo esquema: el golpismo simultáneo, como la «primavera brasileña», que no es sino golpismo encubierto y no tanto, o el armado en Argentina, contando con una buena parte de la vieja y caduca estructura judicial que nunca se democratizó.
¿Por qué ahora y a pesar de que saben que el 90 por ciento de los venezolanos no quiere un golpe ni una invasión? Porque saben también que la oposición no tiene posibilidades ciertas electorales.
El accionar contrainsurgente de viejo cuño, impone hoy cercos militares y el uso de las fronteras, como las de Venezuela con Colombia, donde están las nueve bases militares y las tropas especiales de EE.UU, las mismas que se usan en Medio Oriente, en Asia, en Europa, para crear «acontecimientos», terrorismo y otras situaciones que pueden llevar a una intervención en nombre «de la democracia» y los «derechos humanos», como si fueran posibles las invasiones «humanitarias» o democráticas.
Aunque nada es lo mismo, es posible generar -como ya lo han intentado- si no pueden doblar a Venezuela por otras vías, un conflicto con apariencia civil como el del grupo de estudiantes de 2014, como un caballo de Troya desde donde emergen mercenarios, paramilitares de los que Colombia tiene una enorme y trágica reserva, dirigidos por las famosas «fuerzas especiales», con rango militar, del Pentágono estadounidense.
Similar al papel que hicieron jugar a Honduras contra Nicaragua en los años 80, con los mercenarios de la «contra»-revolución llamados por el ex presidente Ronald Reagan «los combatientes de la libertad». Y por eso también ha sido amenazante el envío de casi cuatro mil soldados de Estados Unidos a Perú, donde hay bases y tropas para actuar como «fuerzas de despliegue rápido» contra cualquiera de nuestros países.
Tenazas y cercos que se van tendiendo. Sólo que no han podido medir aún los efectos de estos nuevos tiempos en la región, los mismos que hasta ahora han logrado hacerles fracasar los incontables intentos de golpes en cada uno de nuestros países y a pesar de la intensidad de la guerra psicológica, que nos ha puesto más de una vez al borde de una «guerra civil». Esta es la mayor aspiración de EE.UU para justificar una intervención directa.
El 16 de marzo la región ha pasado a la ofensiva, con otra realidad. Ha dejado de ser una «idea conspirativa» la posibilidad de una intervención abierta, montada en la invasión silenciosa de todos estos años, en su red de arañas de Fundaciones, ONGs y establecimientos militares. Es una posibilidad, pero deberán medir cuidadosamente las consecuencias, porque están entrando en terrenos cenagosos donde pueden hundirse sus sueños de recolonizar el «patio trasero» y empantanarse la impunidad con que hasta ahora han actuado, con una ONU (Naciones Unidas) petrificada y una OEA (Organización de Estados Americanos) que es algo menos que un símbolo colonial del pasado.

* Prestigiosa intelectual argentina y colaboradora de Prensa Latina.

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