Tsipras: una tragedia griega del siglo XXI

La Habana (PL) Como Prometeo encadenado, el primer ministro griego, Alexis Tsipras, ha sido atado por el Banco Central Europeo (BCE), el Fondo Monetario Internacional (FMI), y en particular Alemania, a un acuerdo draconiano y chantajista que eterniza la deuda externa.
Lo contraproducente es que Tsipras acepta el paquete de medidas restrictivas de los 19 socios de la Eurozona cuando el 61 por ciento de sus compatriotas, en un referendo histórico, votó por no aceptarlas, un éxito que remeció a la Europa arcaica la cual hizo todo a su alcance para forzar un sí a la negociación y partirle el brazo al propio Primer Ministro y a su partido Syriza.
Prometeo se defendió cuando Zeus lo condenó por haber proporcionado un privilegio a los mortales, al robar el fuego de los dioses, pero la ira de estos se impuso. Tsipras se defiende ante los ataques desde su propio partido, y justifica lo que algunos denominan claudicación -y que él niega- con el argumento de que quedó sin alternativas.
Tenía tres opciones en la negociación con la troika (Comisión Europea, BCE y FMI): aceptar el acuerdo actual, una quiebra desordenada del país o la salida de Grecia de la eurozona. Él escogió, según estima, el menor de los males a cambio de un tercer paquete de salvamento por unos 86 mil millones de euros.
Argumentó que finalmente aceptó el arreglo con el fin de evitar la aplicación de planes más extremos impulsados por las fuerzas ultraconservadoras de la Unión Europea, lo que incluía la posibilidad de expulsar al país de la zona euro.
Sin embargo no se planteó, al menos públicamente, si esa hipotética salida de Grecia del euro era el ineludible sacrificio del carnero en honor a Dionisos que el mundo marginal y deudor espera para fecundar la dignidad y establecer finalmente el nuevo orden económico internacional que los trasgos teóricos de hoy salmodian desde la gran crisis de 1973, cuando Estados Unidos comenzó a desbordar los continentes con papeles sin valor dando inicio a la era de la deuda eterna e inmoral.
El mandato que había recibido Tsipras del referendo, sin embargo, era claro en cuanto a que una mayoría de sus correligionarios le daba un gran respaldo para que dijera no a esas condiciones impuestas por la troika, a contrapelo de las posibilidades reales de una retaliación que expulsara al país de la zona euro con todas sus previsibles consecuencias.
Ese «mal menor», es decir, recibir anualmente y durante tres años poco menos de 30 mil millones de euros a cambio de reducir los programas sociales, aumentar los años de jubilación, bajar las pensiones, incrementar los impuestos y correr el riesgo de mayores desequilibrios laborales y sociales con un desempleo que puede desbordar el 25,6 por ciento actual, no es una garantía para salir de la crisis porque esta no es coyuntural, sino estructural.
El nuevo paquete de rescate, por el contrario, puede tener un efecto negativo inversamente proporcional a su dimensión al incrementar en una cuantía superior a lo prestado por la acción de los intereses, la relación deuda-PIB que puede pasar del actual 177 por ciento al 200 o más en muy poco tiempo.
Parodiando a Fidel Castro en 1984, la deuda griega ahora es más impagable que nunca, un imposible financiero y moral.
La tragedia de Tsipras puede ser mayor que las de Prometeo y Edipo juntas, pues la canciller federal Ángela Merkel, principal arquitecta de la encrucijada griega, ha logrado pararlo al borde del abismo político junto a su partido Syriza, cuya demolición absoluta es el objetivo más claro y definido de la troika.
El asunto es que en la lucha por alcanzar esa meta han logrado avances, como son las renuncias de varios integrantes del gabinete de Tsipras, resquebrajamiento a lo interno del partido y, lo que es peor, pérdida de crédito del joven dirigente ante sus compatriotas y los votantes del no, que se sienten frustrados.
Tsipras no se ha amedrentado. Es un hombre valiente, como los héroes de la mitología. Por el contrario, ha tomado el toro por los cuernos y enfrentándose a los amigos que lo abandonaron con lágrimas en los ojos, reclamó apoyo a los diputados de su partido para que no lo dejaran solo y aprobaran el acuerdo con la troika aun admitiendo su condición descomunalmente leonina. Los legisladores lo apoyaron.
No se debe perder de vista que el alegato del Primer Ministro a sus compañeros fue en favor de la unidad partidista dentro de las discrepancias, no solamente para preservar el gobierno sino para impedir el propósito oculto de acabar con el Syriza, cuya supervivencia es fundamental en la nueva etapa económica y política que se abre con el acuerdo.
En ese sentido Tsipras bien pudiera ser un émulo de Prometeo quien, después del castigo, se convirtió en un monumental profeta que develó los designios más secretos y alcanzó a través de ellos vislumbrar la luz de su propia libertad.
La tragedia de Tsipras no necesariamente debe tener un final desgarrador por muy griego que sea el problema.
Con una fuerza descomunal la crisis griega revela la incongruencia del sistema económico y financiero internacional y el caos en el que se desenvuelve, pues cuando hacen falta estímulos para solventarla lo que hacen es reajustar la economía para agravarla.
En ese sentido el BCE y el FMI -y por supuesto la canciller Merkel- poco han aprendido del derecho romano. En 367 antes de nuestra era el tribuno Licinio Stolon impuso en el Senado romano las conocidas desde entonces «leyes licinias», una de las cuales imponía que los intereses de la deuda debían ser deducidos del capital principal y el resto sería pagado en tres años a partes iguales.
Si esa legislación se aplicara en esta época, no se habría dado el fenómeno del crecimiento artificial del endeudamiento por su servicio y la recapitalización de intereses, Grecia no adeudaría 320 mil millones de euros y su relación con el PIB sería racional y no del 200 por ciento.
Pero, claro, entonces no existirían ni el FMI ni el BCE que viven como las plantas parásitas de esa parte ilegal e injusta de la deuda, el resorte que la convierte en eterna en países como Grecia, que no tienen ni tendrán con qué pagarla.
Los objetivos políticos de aplastar al Syriza, de una parte, y los criterios desproporcionados de dictadura económica y financiera del BCE y el FMI, les impidieron ver a los 19 de la zona euro el salvavidas que Tsipras les estaba tirando cuando les propuso a sus acreedores ampliar el programa de ayuda al país, lo que permitiría a Grecia obtener otros 70 mil millones de euros y adquirir las condiciones para pagar el funcionalismo y la deuda de 16 mil millones con el FMI.
Pero su pedido fue rechazado porque no se le podía dar ni la más mínima ventaja ni un poquito de razón a un gobierno popular calificado de izquierdista.
No obstante, los griegos insistieron en las últimas negociaciones de Bruselas en su interés de lograr la aprobación de una segunda propuesta: tener acceso al programa europeo de ayuda, lanzado en 2012.
Para Grecia el rigor del ajuste, aunque haya que derrumbar a mandarria los restos de la Acrópolis y el Partenón, y vender sus piedras a los mercaderes y usureros.
En buena lid, Grecia debía ser el punto de inflexión del BCE y del FMI, para que dejen de imponer a los deudores las políticas de reajuste económico y social como estas contra los griegos, y se las impongan ambos a sí mismos.
Es decir, reformarse y flexibilizar sus condiciones, y hacer un esfuerzo por extrapolar las leyes licinias a la realidad actual para que el default no se convierta en una enfermedad crónica universal con efectos demoledores para un sistema financiero internacional evidentemente desfasado, como queda claro en esta tragedia griega del siglo XXI.

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