Francisco Tomas Gonzalez

Teoría psicoanalítica: la función desconocida

Por Francisco Tomás González Cabañas

Es constitutivo del ser humano, una funcionalidad, absolutamente desconocida, a la que estamos determinados a brindarle una respuesta determinada, acabada y específica. Hasta el momento mismo de hacerse efectiva la finitud de todos y cada uno de nosotros, la operatividad de tal función, se manifiesta en la incesante disposición que alienta, hasta el final la pulsión de vida, y que junto a la característica primordial de ser seres deseantes, nos lleva a que creamos haber correspondido a esa demanda congénita, de haberle entregado la respuesta pretendida y anhelada que nos dispuso como finalidad misma, el precisamente, dotar de sentido, lo que en términos conocidos y expresados no lo tiene, ni lo tendrá en los campos de la razón disciplinada o lógica concluyente y que significará para cada uno de los seres humanos en la definición de tales, que construyamos la disposición hacia, la intención existencial o la función dentro de las estructuras que nos moldean, para convencernos, de acuerdo a los diferentes procesos individuales y graduales que llevamos a cabo, que tal desconocimiento de lo que vivenciamos o para lo que tenemos o debemos vivenciar, excede el cumplimiento normal, efectivo y común de las funciones corporales que nos mantienen con vida.

Así como lo fue para Sigmund Freud el inconsciente, y para Jacques Lacan el objeto a, la disposición desconocida, es la tercera arista que complementa, completando tal vez, la tríada de elementos que no figuran de modo asequible o asible, pero que son constitutivas del sujeto en relación, a su condición de tal y de su experiencia en calidad de humano en su aquí y ahora determinado.

Es desconocida, dado que no opera desde la ubicación física de un órgano determinado, pero tal conformación o dotación espectral, la hace integral, omnipresente en su ausencia expresa y acabada.

No existe ser humano en la tierra, que en un momento dado, no haya creído, sentido, intuido o razonado, que su existencia, que su presencia, que su manifestación viviente, se debe, obedece o se corresponde con una funcionalidad, una disposición o intención, natural, energética o colectiva de la que es parte, para llevar a cabo una suerte de objetivo, de finalidad o sentido que precisamente, tiene como mandato llevar a cabo, en el tiempo que tenga (o incluso se de para sí) como habitante en el presente plano.

Lo que se llama o define como destino, es la huella, el rastro, de búsqueda que viene realizando el sujeto, para dar con el condicionante que lo impele, lo intima a denunciar, expresar y armonizar, colectiva e históricamente, esa demanda natural, ínsita, de brindar una respuesta, que satisfaga la operatividad de la disposición o la función en sí misma y para cada uno de los sujetos.

Es decir, podrá ser en un determinado momento, la consecución de logros materiales, acumulativos, vinculados a un rol, familiar, o social dentro del ámbito laboral, artístico, deportivo, profesional, informal o del que fuere. Lo cierto, es que siempre será, esa respuesta que se le debe a esa función, a esa disposición que demanda.

Al creerla, sentirla e intuirla como tal, en nuestra condición de sujetos, tenemos la inacabada como inexpresada sensación, que en algún momento conocimos (previos al arrojo existencial) o que finalmente lo haremos (cuando nos sobrevenga la muerte) esa determinación, ese objetivo, esa función, ese sentido, para el que tenemos el paso obligado en esta experiencia que llamamos vida.

Entendiendo la importancia, nodal que posee, en todos los momentos, desde que tenemos consciencia de nuestras existencias, podemos dar cuenta, de cómo hemos conformado nuestra experiencia colectiva en el mundo.

La dimensión numérica, de contabilizar, para generar resultantes, obedece obcecadamente a esta disposición, como el forjar antecedentes y precedentes, en una suerte de saga, para la que creemos que venimos a ser parte, con un rol, con un papel, específico y determinado.

Todos y cada uno de los conceptos que nos hemos construido a fuerza de nuestras experiencias, tienen como punto de encuentro, junto a las otras características fundantes de nuestra condición de sujetos, el saciar, el responder, el otorgar, el brindar, el dar, el ofrecer, una respuesta a esta función, a esta intención, que permanece desconocida,  y desde tal lugar, la pretendemos, descalzar, dislocar, correrle tal velo de ocultamiento, para sentirnos plenos, felices o realizados.

Dada esta peculiaridad, que comparte con los aspectos fundantes de lo humano, nunca puede ser absoluta, ni definida, encontrada, y por ende, encerrada o anatematizada.

Esto que en un a priori, podría significar un elemento, negativo o que denote un disvalor, en realidad dinamiza, imbrica, la consecución del sujeto por la libertad, como desapego, precisamente del mandato, la misión, el rol o el papel, a tener o, a ejecutar.

Es decir, esto mismo al estar oculto, no expresado, orbitando en tal ámbito de lo desconocido, y pese a condicionarlo de forma tal, que hace, el sujeto, una búsqueda, como construcción de sentido, existencial como social, le permite, el juego, la oscilación, generándose la sensación de libre albedrío que cada tanto se experimenta.

Es decir, como uno no sabe, ni nunca sabrá, a ciencia cierta, ese rol, específico, ni determinado, pero que se siente, se intuye y se hace presente, mediante esta función o disposición desconocida, la libertad, a conseguir, se equilibra o tensiona, con esa función del destino, previamente asignada o escogida. Se libra una suerte, de disputa, como entre las fuerzas o pulsiones de Eros y Thánatos, entre las Moiras de la mitología griega, a quiénes acudiremos para la alegoría, de determinar la función, la disposición o la intuición desconocida. Son tres, Cloto (disposición), Láquesis (función) y Átropos (intuición), quiénes se debaten, en la constitución del sujeto, y en la decisión de este (condicionada obviamente) la dinámica misma del objeto u objetivo que ese sujeto determinado, se vaya trazando en los diferentes períodos de su vida.

El ir y venir, las contraposiciones y demarcaciones, de las Moiras entre sí que pululan como los tironeos o movimientos que siente, intuye o percibe el sujeto dentro sí y lo que hará que finalmente tome una decisión que también podrá ser cambiada, es finalmente la libertad adquirida o adquiriente que puede traducirse como felicidad, por el descubrir de aquello desconocido (la función o disposición primigenia) y el manejo que haga de tal demanda en el decurso de su propia existencia, liberando y alimentándose a la vez, de la energía de la libertad, que se nutre de las condiciones, previas y anteriores que permiten que ese cuerpo, sobreviviente, cumplimentando sus funciones vitales, se constituya en sujeto, sujetado, pero liberado a la vez, de ese libreto que es destino (elegido o asignado en un tiempo anterior o ulterior) como posibilidad de libertad, a cada rato y en cada momento, definiéndose este interactuar, como el sentido mismo de una instancia o un instante de felicidad.

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