Entre docenas de cadáveres, unos colgados en puentes y otros descuartizados, el Caudillo instaló el plan de apoyo a Zacatecas. Fue el 24 de noviembre. Los jilgueros lambiscones -como los llama López- le cantaron alabanzas, arrobados y llenos de emocionada gratitud. Zacatecas estaba salvado. Bendito sea Dios. El 9 de diciembre el crimen organizado masacró, a la vista de la gente, a tres campesinos: Carmelo Hernández y los hermanos Salvador y Eutimio Herrera. Nadie del plan Zacatecas se acercó para simular la indignación y jurar que el triple crimen no quedaría impune. Les valió un pimiento. Ante ello, el alcalde Eleuterio Ramos subió a redes un video dirigido a los capos de los carteles. Les pidió respetar a las familias y dejarlas vivir en paz. Ya pasó un mes y ni el alcalde, ni las familias de las víctimas, ni las familias desplazadas de comunidades de Valparaíso han recibido una visita, un whatsapp, un correo electrónico ni una llamada telefónica para saber cómo les ha ido y si pudieron enterrar a sus muertitos. Y no es exageración. Muchas de ellas no saben cómo se llama el gobernador y otras nunca lo han visto en persona. Y no están seguras de querer conocerlo.