Francisco Tomas Gonzalez

Ni molecular ni disipada, ordenada y conceptual es la revuelta en caso de que lo sea

Por Francisco Tomás González Cabañas

La revolución es siempre conceptual, del lenguaje, del logos, de lo contrario es solamente agresividad vana.

“La democracia obliga a habitar un mundo de individuos desiguales, mientras hace de su individualidad un principio; por ende se condenan a volver cada vez más insoportable la separación entre las esperanzas que suscita y las plasmaciones que ofrece”. Mona Ozouf.

Desde el fin de la gran aporía política del último siglo, que no debe existir ninguna alocución o interpretación de ningún pensador actual que no refiera a los problemas de nuestras democracias, líquidas, inacabadas o inciertas (a cada término le corresponde casi una línea de pensamiento que confluyen en conclusiones semejantes). 

Debemos poner cierta claridad y ajustar precisiones, ante la confusión que juega un rol, claro y específico, que es el de contribuir a sostener los privilegios de quienes gobiernan y de los que se aprovechan de las reglas de juego establecidas y por tanto no desean siquiera que teóricamente se plantee cambio o modificación alguna.

“La revolución es el triunfo de un nuevo pacto social y político, fundado sobre una nueva relación del hombre con el poder, en la cual el ciudadano reemplaza al sujeto y la libertad a la autoridad”. E. Quinet.

Existe parcialmente un camino, un sendero, un transitar que inobjetablemente nos tiene a medio hacer, a medio realizar, en el momento exacto en el cual es sumamente válido preguntarse si falta más de lo ya transitado o sí resultaría más conveniente regresar.

Regresar sería apasionarnos, enceguecernos con nuestras democracias y creer que no existe nada mejor que ella, por temor a creer que necesariamente otra cosa, sería retroceder a los tiempos de las dictaduras. 

En todas las aldeas occidentales en donde estalla mediáticamente un conflicto, los requerimientos a lo democrático, son casi, copias exactas, sintomatologías iguales de una pandemia que tiene como punto neurálgico o cabal de su ferocidad a la democracia en su forma y contenido.

La brecha, el abismo entre representantes y representados, en cómo viven unos, bajo sus propias reglas, que incluyen ética y moral sectorial, facciosa, y que les otorga el derecho a exigir a los demás, todo tipo de esfuerzos, que obviamente los primeros no realizan, sumado al estado general de una humanidad que ofrece a los pocos con contante y sonante que mediante el metálico pueden acceder a una vida cada vez más ficcional, estrafalaria e irreal, como atractiva, a expensas de que cada vez sean muchos más los que se queden con las ganas, con la ñata frente al vidrio, de todo lo que ese mundo ofrece (sin que puedan mostrar lo contrario, lo que el mundo realmente es, donde en verdad muy poco, de lo artificial o humano se precisa) y que por más que trabajen, vidas enteras, jamás lo alcanzarán, hacen de la realidad actual, un caldo de cultivo para que el orden establecido cambie, varíe, se modifique, en la sustancialidad de lo que se denomina democrático.

Uno de los tantos problemas en este transitar, en este sendero, es precisamente lo metodológico, es decir cómo llegar a tal objetivo, de una forma más auténtica, rápida, efectiva o con menos concesiones entregadas en el camino.

Ya describimos que definición de revolución nos determina o compartimos. Tanto desde dentro de los procesos novedosos, por la tentación o la referencia al pasado, como por fuera, desde el temor que les genera a los sectores complacidos con las reglas de juego cuestionadas, siempre conducirán, irreversiblemente, la necesidad de los cambios, el subvertir lo establecido, a la revuelta en las calles, a la lucha cuando no armada, en las calles, a la insustancialidad de la disputa de poder, entre la animalidad del golpe o la fuerza como último elemento de la ratio.

Pensar la política, desde la lógica del adentro y del afuera, es un canal posible, para dejar esa posición arrogante de creer que los que estamos adentro, es decir los que comimos para poder pensar, podemos tener la integridad como para pensar o representar a quiénes no lo pueden hacer, estableciendo aquella falacia de los de arriba y los de abajo.

Sin embargo, tanto los actuales revolucionarios, independientemente del proceso en que se encuentren sus revoluciones y obviamente el lugar en donde las están llevando a cabo, deben tener en claro que la revolución de nuestro tiempo, es una revolución del concepto, que se da o debe dar en el ámbito del lenguaje.

A contrario sensu, de lo pretensión metodológica de las revoluciones del pasado, no es necesario convencer a muchos y que esos muchos provengan de un campo popular, sometido u oprimido.

Debemos subvertir la revolución. La revuelta pasa por convencer a los privilegiados que no tienen verdadero provecho de los privilegios de los que dicen o sienten gozar. No necesitamos ocupar ninguna calle, incendiar ninguna bandera, edificio o botella con gasolina.

Simplemente nos bastará con tener claro esto mismo, para socavar la mente de los que mandan, de los que gobiernan, de los que tienen en sus manos las reglas de juego actuales. A ellos debe apuntar nuestra revolución, hacia allí debemos apuntar nuestro objetivo revolucionario. Debemos subvertirlos para que sean los abrazos, armados y ejecutores, de occidente, que tenga reglas de juego más inclusivas y democráticas, tal como entendemos algunos, la verdadera democracia.

De lo contrario la disputa será eminentemente semántica, un ejemplo reciente nos sirve para graficarlo. En las protestas en Colombia, cuando un ex presidente, expresó en su cuenta de red social, el concepto de “revolución molecular disipada” una reconstrucción de un término de Guattari por parte de un publicista chileno acusado de nazi, estalló más furibundamente la polémica nominal que la protesta misma.  

La siempre privilegiada, entre orgánicos, partidarios e institucionalistas, claque de intelectuales no pudo permanecer al margen al escuchar que desde un sector del arco ideológico (maniqueo y perimido) se entrecruzó un concepto para reutilizarse desde el otro pliegue, abordaje o lugar.

Sanseacabó, sí alguna discusión podría permitir la ebullición a la colombiana, se ocluye por la vanidad no intelectual, sino de los que así se consideran por las facciones a las que responden y representan en tal posición que no es más que un postureo. 

De lo contrario, tendríamos por ejemplo, ámbitos de debates, discusiones y tensiones con hombres y mujeres que se dediquen a pensar en extensos ámbitos del mundo, que funcionan como archipiélagos de excepción, patios traseros o veladores exóticos que iluminan la supuesta apertura de los que siguen mandando (en el maridaje de oficialismo y oposición del que se retroalimentan), bajo las aburridas e irracionales categorías de derecha e izquierda, de neoliberales y populistas, y todo lo que logran seguir eclipsando y ocluyendo con ello. 

No existen, siquiera en la virtualidad pandémica, foros que propongan conocer los pensamientos actuales de la africanidad y su relación con la democracia, Centroamérica y sus tensiones por fuera de las confrontaciones de décadas atrás. Asoma apenas, la posibilidad de mirar a cierta región de Asia con las catalogadas autocracias electorales y no mucho más. 

Ocurre, sucede, acontece, que a todo lo ocurre le ponemos un nombre, una caracterización y muchas veces el fenómeno excede a la cosa y por ende al suceso.

Está dentro nuestro, por más que lo queramos fuera. De esto se trata, no de organizar en la verticalidad, en el oprobio de la superioridad del número, sino en el entendimiento horizontal de las palabras y el tiempo que le debemos dar para que florezcan sus significaciones. 

En caso de haberlas usado antes, pierden su cabal sentido y ocurrirá que las pretenderemos usar después, y por tanto quedaremos apegados a ellas y al pretender comunicarnos con el otro, en cuanto tal, apenas nos podremos entender. Tendremos la tentación del acto violento muy a mano, y es allí en donde no podemos volver a caer.

De tan aciaga ciénaga debemos escapar, en ese adentro o estamos todos o no debe estar nadie, el afuera debe ser la circunstancia desgraciada a la que se debe socorrer al que cae en la misma. Empujando a tal abismo o permaneciendo impávidos ante la marginalidad del otro, no es más que la repetición absurda del tiempo en que creíamos que por haber nacido en un determinado lugar o bajo ciertas condiciones éramos superiores a otros. 

Deja un comentario