LA REBELIÓN DE LOS CORRUPTOS

Durante muchas décadas, el principal cáncer de México fue la corrupción, tolerada y fomentada desde las alturas gubernamentales. La lógica era sencilla: Se permitía a los de abajo (burócratas, agentes de tránsito, coyotes, gestores, etc.) cometer todo tipo de tropelías como “mordidas”, “tranzas”, “moches”, “propinas”, etc., para generalizar la idea de que la corrupción era un mal endémico del pueblo mexicano y parte inevitable de nuestra personalidad nacional. “La corrupción somos todos”, llegó a decir el entonces presidente José López Portillo.

Y no es que fuésemos tontos o ciegos sino que asumíamos esto como verdad al ver múltiples casos de corrupción policiaca o vernos obligados a dar una “propina” para que se atendiesen nuestros asuntos en las oficinas públicas.

Así, los casos de corrupción a gran escala, que involucraban cientos o miles de millones de pesos aparecían como tolerables mientras los grandes corruptos se convertían en personas dignas de respeto y admiración: era los “triunfadores”, que “sí supieron hacerla”, que “llegaron a la meta”. Eran hasta motivo de envidia.

La corrupción se extendió tanto que socavó gravemente la economía nacional. Montados en el tren de la corrupción, poco les importó a los corruptos vender la banca nacional, energéticos, ferrocarriles, conciencia, cuerpo y hasta la parentela con tal de generar ganancias personales para los servidores públicos encargados de administrar la aplicación de la justicia, la economía, etc. México entró en recesión, en un tobogán en el que la única ruta para el pueblo era hacia abajo mientras las mafias cupulares se enriquecían.

Para garantizar la impunidad, los corruptos cooptaron a los policías, los jueces y los magistrados, supuestamente encargados de enjuiciar a los criminales.

El cambio profundo

El 1° de julio de 2018 las cosas cambiaron profundamente. Por primera vez en décadas fue electo un presidente comprometido a terminar con la corrupción y que, en siete meses de gobierno, ha venido poniendo al descubierto la podredumbre que privaba en la administración pública mexicana.

Los corruptos de siempre no iban a quedarse cruzados de brazos mientras se desmantelaba el sistema que les posibilitó enriquecerse a costillas del pueblo trabajador. Casi de inmediato comenzaron una campaña de medios encaminada a erosionar el prestigio de AMLO y de quienes lo acompañan en el proceso de la Cuarta Transformación de nuestra Patria.

Primero las marchas “fifís”, ridículamente minoritarias pero peligrosamente insidiosas. Los medios tradicionales se han encargado de magnificarlas como si fuesen la auténtica expresión del pueblo mexicano.

Otra tarea es torpedear los proyectos gubernamentales encaminados a estructurar las cosas de manera diferente: y así los jueces han emitido sendos amparos contra las obras del aeropuerto de Santa Lucía, el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y la legislación de la Guardia Nacional mientras le tienden un manto protector a los violentos y corruptos integrantes de la Policía Federal.

Algo semejante ha ocurrido con la Comisión Nacional de Derechos Humanos, cuyas “recomendaciones” tienen todo menos la intención de defender los derechos humanos.

Revisar la historia

Las cúpulas del PAN, y sus títeres del PRD, no se han tentado el corazón para solicitar, al más puro estilo conservador, la intervención de las potencias extranjeras en México. Aunque no han tenido eco, la semilla está sembrada y en espera de cambios en el clima político que le posibiliten germinar.

¿Recuerda el lector que en el siglo XIX los conservadores fueron capaces de coronar emperador a Agustín de Iturbide, ungir como “Su Alteza Serenísima” a Antonio López de Santa Anna e importar un emperador austriaco para gobernar México con el apoyo del entonces más poderoso ejército del mundo y de la Santa Alianza europea? Pues ellos no han cambiado.

Es previsible un violento intento golpe de estado. La rebelión de los policías federales es sólo un primer ensayo. Es una trampa muy bien urdida para medir la capacidad de reacción del gobierno y conocer el tipo de respuesta que está dispuesto a ejercer. La virulencia de los columnistas políticos que antes se mantenían del presupuesto gubernamental y que hoy se alimentan de los sectores más putrefactos de la derecha, es otro elemento de la rebelión en marcha.

No debemos olvidar que la victoria democrática mexicana de 2018 no fue la primera de América Latina; antes ocurrieron las de Chile, Venezuela, Brasil, Perú, Argentina, Nicaragua y Paraguay. Todas ellas fueron inmisericordemente atacadas por los conservadores, logrando en algunos casos destruir los anhelos libertarios de sus respectivos pueblos.

Al escribir este artículo no deseo incurrir en fatalismo. Por el contrario, hago un llamado para revisar la historia y correlacionarla con los hechos actuales, a fin de adoptar las medidas necesarias para evitar que los corruptos de siempre triunfen en sus intenciones y sumerjan nuevamente a México en el lodazal en que se encontraba hasta el sexenio pasado.

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