Escocia, el dolor de cabeza de Londres

La Habana, 16 sep (PL) La batalla por la independencia escocesa, interpretada más allá de una reafirmación de identidad y relacionada con la lucha social, cambia el debate sobre el referendo soberanista y pone en jaque a los unionistas de Londres.
Desde luego que serán cuatro millones 300 mil residentes en Escocia mayores de 16 años llamados a las urnas los encargados de decidir el destino de esta región administrativa británica, pero el nerviosismo, muy justificado, en las oficinas de Downing Street 10 aumenta por minutos.
La alarma sonó la semana pasada cuando por primera vez una encuesta de Yougov para el dominical Sunday Times publicó un sondeo en el que los separatistas escoceses aventajaban por primera vez a los unionistas, con el 51 por ciento de preferencia frente al 49 del No.
Un estrepitoso fracaso en un segundo debate televisivo del exministro de Economía Alistair Darling, al frente de Juntos Podemos, ante el ministro principal escocés, Alexander Salmond, marcó el punto del cambio en la correlación de fuerzas para el referendo.
Ello llevó a los analistas a evitar ahora cualquier pronóstico para la consulta popular, a diferencia de apenas unos meses atrás, cuando el No se manejaba como una opción segura por el gobierno conservador de David Cameron.
Algunos medios especulan que Cameron podría verse forzado a renunciar, pues la aceptación del referendo en Escocia estuvo bajo la presión de otra consulta popular que anunció en 2013 el Primer Ministro: el de la permanencia o salida del Reino Unido de la Unión Europea.
El diario The Guardian comenta que una de las habilidades de Salmond, al frente del Partido Nacional Escocés (SNP), fue la de convencer a sus partidarios de que los unionistas son sinónimo de conservadores (tories) y, por tanto, de las políticas neoliberales aplicadas por su Gabinete.
Tales motivaciones calan con más facilidad entre los jóvenes y los trabajadores, más afectados que otras capas de la sociedad por las medidas de austeridad puestas en práctica a nivel de todo el Reino Unido por el ejecutivo de Cameron.
La idea de convertir al referendo por la soberanía en una especie de revolución social, es apoyada por sectores de la incipiente izquierda escocesa, sobre todo jóvenes, que no llegaron a vivir los recortes draconianos a gastos sociales, establecidos por Margaret Thatcher en la década de 1980.
Así, el 57 por ciento de los escoceses entre 25 y 34 años de edad favorece la soberanía, mientras un tercio de los miembros del Partido Laborista en la base se muestra proclive a votar Sí en el plebiscito.
Uno de los principales problemas para Cameron estriba en la posible pérdida del estatus de potencia nuclear del Reino Unido.
En caso de vencer el Sí, una de las promesas de Salmond es convertir a Escocia en una nación neutral, sin bases para submarinos estratégicos como la existente ahora cerca de Glasgow, considerada la segunda ciudad británica.
Tal situación puede reducir la preponderancia del Reino Unido frente a sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), comenta la prensa local.

ANTECEDENTES NECESARIOS

La historia de la formación de la nación escocesa estuvo caracterizada por batallas, tanto intestinas entre las tierras del norte y del sur de esa región, como con Inglaterra que intentó imponerle su dominación total en tiempos de Eduardo I en el siglo XIII.
Los ingleses intentaron ocupar la jefatura de Escocia, lo cual fue rechazado en las batallas de independencia, en especial, la de Stirling, por William Wallace, luego decapitado en 1305, en Londres. Finalmente, se instaló la dinastía de los Estuardo durante casi toda la etapa de la Edad Media en Escocia.
Para el año 1688, el católico Jaime VII de Escocia fue derrotado por Guillermo III de Inglaterra y acto seguido esa región que, con excepción de un corto periodo de protectorado, se mantuvo como nación independiente, prometió elegir un rey protestante.
En esas circunstancias, Londres amenazó con cerrar el comercio completo con Escocia y ésta aceptó la firma del llamado Acta de Unión, aprobada por el parlamento escocés el 16 de enero de 1707, por el cual asimilaba la creación del Reino Unido de Gran Bretaña, con un legislativo común en Westminster y un solo gobierno bajo el mando de la reina Ana.
Más recientemente, en septiembre de 1979, se celebró un referendo, en el cual los votos por restaurar el parlamento escocés fueron insuficientes hasta que en 1997 se realizó otro en el cual se aprobó el regreso del legislativo y la creación de un gobierno escocés propio.
Sin embargo, en su momento la entrada de Escocia al Reino Unido de ninguna forma supuso un cambio en su legislación interna, libertades de religión o formas de educación.
Ahora con el SNP, fundado en 1934 y en el poder desde mayo de 2011, cuando obtuvo 67 de los 110 escaños del legislativo autónomo, la batalla por la soberanía plena aumenta.
Pero el diputado de origen escocés, elegido por una circunscripción de Inglaterra, Rory Stewart, estima que los soberanistas hablan de traspasar competencias a Edimburgo como salud y educación, cuando esas prerrogativas hace tiempo ya fueron transferidas.
De hecho, uno de los argumentos manejados por Salmond en los debates es el programa para mejorar la atención médica o, mejor dicho, conservar el Sistema Nacional de Salud que Londres pretende privatizar.
Además, promete un cambio sustancial en el mercado laboral y el empleo de los recursos financieros obtenidos a partir de la explotación del petróleo y el gas ubicado frente a las costas escocesas, así como del aprovechamiento del Silicon Glez, un centro de producciones de alta tecnología.
Pero todo espera por el Sí en el referendo que, de vencer, será un dolor de cabeza para Londres, carente de alguna píldora, por ahora, para evitar tal situación.

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