Educación vs administración

Hace muchos años que la escuela de educación básica, dejó de ser lo que era: el  lugar donde los niños acudían a instruirse y donde reforzaban los valores inculcados en el hogar.

La escuela constituía una prolongación del hogar y los maestros, los aliados de los padres en el fortuito deseo de formar académica y moralmente a los niños.

El maestro, título honroso con el que se denominaba al profesional de la educación, fue erosionándose lentamente.

De maestro pasó a los títulos de profesor, docente, instructor y en los últimos años, acompañante.

Pero la erosión o declive conceptual del profesional de la educación no fue gratuito. Fue el resultado de las políticas educativas que tuvieron el propósito de dinamitar y debilitar la condición laboral del maestro y proyectar a la sociedad la idea de que su labor, no es  trascendente ni digna de un salario decoroso y justo.

Acompañado de este funesto propósito, la función del maestro fue deslizándose en cada reforma impuesta.

De una labor meramente académica, los esfuerzos se trasladaron a una burda actividad administrativa.

El absurdo ha llegado a tal, que a lo largo de los tediosos ciclos escolares, los profesionales de la educación invierten el 80 por ciento de su esfuerzo laboral, en  insulsos informes que en nada abonan para el logro de una auténtica calidad educativa.

La retórica de nuestros “brillantes políticos”, ha hecho creer que la calidad educativa se cifra en un proceso basado en el registro puntual de todo cuanto se proyecta y hace en el aula.

La administración por encima de la academia ha sido el carácter que ha distinguido el estatus de la labor escolar en los últimos años.

Con este cambio de paradigma, la educación mexicana entró en una crisis terriblemente agobiante.

Los maestros, carentes de autoridad moral, producto de campañas de desprestigio que impulsaron los diferentes gobiernos desde hace años, ha visto reducido su capacidad de influencia en la escuela y en la sociedad misma.

Resultado de la carga administrativa, cada vez más demandante, el trabajo académico en las aulas ha pasado a ocupar un segundo lugar en importancia, dando como resultado lógico, deficiencias académicas y generando en los maestros un alto grado de estrés ya que las exigencias de eficiencia provienen de las autoridades inmediatas y por supuesto, de los padres de familia.

La deficiencia educativa, como podrá advertirse, tiene muchas aristas y por supuesto ángulos que tienen que ser atendidos por una futura reforma que tenga como propósito la búsqueda de una verdadera calidad académica.

Recobrar el prestigio del maestro debe ser una de las prioridades de un modelo que esté interesado en alcanzar óptimos niveles de eficiencia educativa.

Cuando el maestro sea contemplado como el aliado central para reducir el rezago educativo, estaremos próximos a resolver la problemática que por años, ha padecido nuestro sistema educativo.