Desafío: Saber Rectificar

*Saber Rectificar
*Brasil en Reversa
Por Rafael Loret de Mola


La humildad no es cauce para palabras floridas ni motivo de acercamientos momentáneos con los débiles esperanzados por superar sus miserias; cuando se tiene es porque igualmente se cuenta con la capacidad de rectificar y no sólo pedir disculpas extemporáneas. Porque entre la soberbia y la prepotencia, tan fáciles de captar mirando a los ojos de los hipócritas, no pocas veces surge el peor escenario: el del altruismo por conveniencia, digamos para evitar el pago de impuestos y hasta para lavar dinero, que tanto utilizan los multimillonarios mexicanos, desde Slim, Larrea, Baillères hasta los Servitje con todo y sus falsas aureolas.

Igualmente, el presidente dice ser humilde, por su origen y formación si bien perteneció a una familia de afortunados comerciantes de Tepetitán, Macuspana, allá en Tabasco, donde la tragedia oscureció su agitada adolescencia –lo corroboré, en su momento, en 2004-, y prendió en él la chispa del poder que, tantas veces, absorbe la creatividad por la supuesta infalibilidad en el desarrollo político. Bien se saben los costos de negarle a un superior lo que estima incontrovertible: la carrera misma y una montaña de dinero de por medio.

La humildad, desde la cúpula, es la que muestra condescendencia al adversario, aún el más feroz, y busca extraer de éste lo mejor de cada propuesta para incorporarla a la propia siempre y cuando, claro, la oposición no se vuelva carrusel de vendettas en medio de la feria de las parodias. Para corregir los males es necesario aceptar los propios y tener la sencilla conducta para rectificar a tiempo, en el momento oportuno, antes de que el mal de la falsa superioridad se convierta en un quiste maligno que corroe y mata.

Ser humilde es tolerar hasta los exabruptos y repelerlos con grandeza de espíritu; muchas veces lo ha hecho así el presidente, otras no… sobre todo cuando se cansa de repetir los lugares comunes –por ejemplo para defender su cena privada con Jard Kushner en casa de Bernardo Gómez, una bofetada a cuanto el mandatario representa y airea-, y detiene el impulso noticioso con un furioso ¡basta ya!; seguido, por supuesto, de un gesto bondadoso en el rostro con la mirada rebasando al círculo reporteril de las “mañaneras”.

Fue Andrés Manuel quien nos recordó, en el círculo político, la primacía de la soberanía popular que no concluye en las urnas sino empieza en ellas. Y es este ingrediente el que falta atesorar en una comunidad ansiosa de justicia y no de palabrerías alejadas del contexto real. Cierto: algunas leyes han cambiado, poco a poco, muy lentamente, sobre todo aquellas cuya conveniencia va a la par con los impulsos presidenciales; no así aquellas que demanda el colectivo para procesar a os expresidentes, por ejemplo, o acabar con los sabotajes de los huachicoleros protegidos.

Con o sin humildad, el hecho es que, para desgracia nuestra, la violencia continúa y la Guardia Nacional parece todavía lejana en cuanto a cuanto se espera de ella: represión contra los criminales sin guerra de por medio. ¿Utopía?

La Anécdota

La caída de Michel Temer, expresidente de Brasil y quien abogó por encarcelar a Lula da Silva siguiendo el canto de los conservadores traidores, fue espejismo de cuanto debiera suceder en México con los maledicentes exmandatarios que nos avergüenzan hondamente: el gnomo de Dublín, el gran simulador, el zorro y la marta, calderín y su uniforme militar tan largo como la cola de un cometa y, finalmente, peñ A sco, el mayor entreguista.

Pero no. El presidente López Obrador se justifica a sí mismo insistiendo en que primero debe darse una ley vinculante para que los procesos sean legítimos y no producto de los linchamientos populares. Y aquí la tremenda contradicción: ¿vale o no la llamada soberanía popular? Y en este punto nos atoramos todos.


E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com
Búsquenos en YOUTUBE y en FACEBOOK