Rafael Loret de Mola

Desafío

*De la Plebe “Odiosa”

*Invasión sin Balazos

*Reformas o “Parches”

Hace un año, un infortunado desliz de Paulina Peña Pretelini –primogénita del presidente en funciones y de su primera esposa, Mónica Pretelini, cuya muerte sigue poniendo nerviosos a quienes cuidan la imagen del mexiquense, señor de Los Pinos-, nos obligó a situarnos en una realidad aunque el linchamiento mediático contra la joven pareció desproporcionado y lesivo para quien apenas comienza el difícil recorrido de la vida llevando sobre sus hombros el pesado concepto de ser “hija de”. La chica se disculpó y, pese a ello, le llovieron injurias por todas las redes sociales conocidas; nadie le encaró, en cambio, quisiera creer que por miedo a los elementos del Estado Mayor. ¿O será porque los anónimos se pierden a la vista de los personajes encumbrados?

Ya he contado que, hace años, en San Miguel de Allende, la bella perla de Guanajuato donde tuve el privilegio de vivir un lustro entre buenos amigos y estupendos rincones gastronómicos, me sorprendió conocer que, al paso del execrable miguel de la madrid –quien permitió la nueva colonización de México amén del primer “boom” del narcotráfico a través de su entonces secretario de Gobernación, manuel bartlett, una historia contada por la cadena de televisión estadounidense ABC como la “Guerra de las Drogas”-, decenas de turistas que merodeaban por la bella plaza de armas, se encontraron con el ex mandatario y, como si fuera un atractivo turístico excepcional solicitaban, con apremio, fotografiarse con él cuando todavía no se popularizaba el uso de celulares con cámaras; esto es sin mirar al prodigio de la parroquia erigida por un maestro albañil, Zeferino Gutiérrez, basándose tan solo en una postal de la catedral de Colonia, Alemania.

Me sorprendí por la rapidez con la que los mexicanos olvidamos a los grandes predadores y luego los exaltamos en la calle, salvo una excepción: josé lópez portillo, quien tuvo la mala imagen de decir que defendería al peso “como un perro” semanas antes de la debacle de nuestra divisa; y, claro, los oligarcas le ladraban cuando visitaba el Sir Winston Churchill, en Polanco, un sitio de alto lujo reservado para muy contadas excepciones –esto cuando aún era requerido el uso de traje y corbata para acceder aunque, la verdad, ya no sé si sirven hamburguesas como en algunos de los mejores restaurantes de París para mi eterna desolación-.

La ausencia de juicios históricos certeros convierte a los ex presidentes lejanos en un referente que ya no lastima. Por ejemplo, los universitarios, en algunas de las conferencias en las que he participado, ya no levantan las manos cuando pregunto sobre a quien consideran “el peor de los presidentes” y menciono al genocida díaz ordaz. La década de los setenta de la centuria anterior ya les queda muy lejana en pensamiento y formación. Sólo quines no olvidamos seguimos estremeciéndonos pero sin entender cómo es que pasaron tan rápido los años y amanecemos, cada día, descubriendo formas de existencia que no hemos aún asimilado pese al respeto que nos debieran merecer a todos los supuestamente “maduros”.

Sirva esta introducción, para contarles una sentencia atribuida a un ex presidente de los Estados Unidos, despectivo ante los mexicanos como la mayoría de cuantos han ocupado la Casa Blanca, Woodrow Wilson, quien asumió el máximo cargo ejecutivo en 1913, el año cuando inició la contrarrevolución en México, se dieron los magnicidios de Madero y Pino Suárez, y dio inicio la usurpación vergonzosa de “El Chacal”, Victoriano Huerta… y ahora hasta se sitúa en este período el “inicio” del ejército mexicano en un verdadero galimatías histórico. Pues bien, Wilson decía:

–Mientras un trabajador mexicano, en promedio, no gane al día lo que cuesta un kilo de carne… podremos estar tranquilos. Nunca tendrán fuerzas para alzarse contra nosotros.

Y, por desgracia, así ha sido a través de una centuria de demagogia, mentiras, trampas evidentes, dos alternancias en el Ejecutivo federal y decenas de mandatarios que se sienten redentores cuando comienzan su gestión y luego acaban trasquilados. Una muestra: el kilo de carne de res está valorado actualmente, en los mercados, en setenta y ocho pesos aunque en algunos llegan a venderlo en más de cien pesos. Si comparamos tal con el salario mínimo, la máxima del opresor Wilson nos explicará el contexto: a ocho pesos por hora, nuestros obreros más pobres ganan, al día, tras una jornada entera, sesenta y cuatro pesos; esto es apenas el sesenta por ciento del valor de la mercancía convertida en lujo. ¡Y no nos digan que nos convirtamos en veganos! (Algunos de éstos, quienes dicen no consumir nada cuyo origen sea animal, ni huevos vamos, insisten en que fueron convertidos a esta costumbre por su respeto a la vida; ¿entonces los vegetales, las verduras y las frutas no la tienen? Debemos volver a la primaria, amables amigos. Este es una de las tendencias que me resulta complejo asimilar).

Quizá por ello, claro, la mayor parte de los mexicanos, en ese entonces todavía ilusionados por las promesas de cambio, ni cuenta se dio del “Principio fox”, vamos a bautizarlo así para ver si así no se nos olvida el concepto, gracias al cual puede abatirse la miseria mediante un método manipulador excelente: es muy sencillo, basta con corregir las maneras de medir la pobreza y establecer, como se hizo, que quienes ganan el equivalente a dos dólares por día no integran la masa de la miseria extrema por cuanto a que con ese ingreso –unos veintisiete pesos al tipo de cambio actual- pueden cubrir sus necesidades básicas. Ya me imagino a marta, la de las muchas faldas, cocinando en Los Pinos con alimentos cuyo costo no llegue a más de veintisiete pesos.

Magnífica regulación con hondas raíces sociales o extremadamente demagógica como quiera vérsele. Pero ocurrió y, desde entonces, no se reducen tales estándares para regular el “equilibrio” de una ciudadanía que observa, cada día, como los multimillonarios especulan y las mayorías se atoran por su falta de poder adquisitivo en plena nueva crisis recesiva –aunque ésta sea negada por el sabio doctor Luis Videgaray Caso, quien con estas credenciales pretende llegar a la Presidencia-.

Lo peor es que, con una hora de labores bajo el imperio de los salarios mínimos –no faltan los empresarios que insisten en terminar con este yugo… para pagar menos y reducir los precios de sus productos al estilo de los procedimientos de los explotadores del sur estadounidense-, no se puede comprar un kilo de huevos –treinta pesos-, y apenas un kilo de tortillas que, sin papel, ya cuesta diez pesos o más de acuerdo a la ubicación de los molinos; las “blancas”, bien redonditas, son inalcanzables y pueden dispararse hasta a veinticinco pesos y son muy solicitadas en colonias de clase media alta con fruición porque aseguran que las elaboradas con maíz amarillo “son para los puercos”. Una opinión muy anglosajona.

Nada hay que pueda justificar tamañas desproporciones entre la “plebe”, como le salió decir a la jovencita que habita la residencia oficial, y los multimillonarios, como Carls Slim Helú, con fortunas superiores a mil millones de dólares y negocios depauperados, como la minería en donde los obreros trabajan en condiciones infrahumanas mientras sus patrones, digamos Alberto Baillères y, sobre todo, el criminal Germán Larrea Mota-Velasco, responsable directo de la tragedia de Pasta de Conchos el 19 de febrero de 2006, gozan de fortunas inalcanzables para cualquier mexicano soñador que no haya sido heredero o alto funcionario público con derecho a la impunidad. Esta es la dolorosa verdad que nos acerca, sin remedio aparente, hacia el abismo.

Mientras, suben los gastos militares y la marina es, cada vez, más dependiente de los marines del vecino país del norte. Estamos con la soga al cuello y ya está tan apretada que apenas podemos musitar nuestras protestas, ya no gritarlas, con la mayor indiferencia por parte de un gobierno que, para sobrevivir, de plano se ha puesto de rodillas. Y, en estas condiciones, sigue imperando la doctrina Wilson sobre las interrelaciones entre quienes comen jamones de gruesa envergadura y quienes solicitamos rebanadas muy delgaditas… como parte de la cultura dl hambre y la sumisión. Todos, alguna vez, lo hemos corroborado pero sin que podamos reunir tanto dolor, tanta humillación, para levantar las voces.

¡Ay, país nuestro! Tan vilipendiado y generoso; tan productivo como saqueado; tan engañado y aún así obligado a apoyar a un gobierno que destroza y no construye.

Debate

Cuando, hace unas semanas, se cumplió un siglo desde la ocupación inmoral de Veracruz por parte de los marines norteamericanos –quienes pretendieron, luego de violar la soberanía del puerto de Tampico, que se rindieran honores militares al lábaro de las barras y estrellas, un mero pretexto-, percibimos que, cien años después, no hemos podido sacudirnos aquel estigma que nos aprisiona. No, porque la sumisión es acaso mayor y más visible.

De hecho, al contrario de la defensa heroica del puerto, ahora los “invasores” no han debido disparar un solo tiro para infiltrarse en nuestras fuerzas armadas y dirigir, con malsana tendencia, los operativos contra los cárteles, supuestamente. Lo que hacen, más bien, es asegurar los equilibrios entre la oferta y la demanda, para no lesionar a su economía ni poner en jaque la estabilidad social de su país que tanto requiere de las drogas para no caer emocionalmente en el abismo de la sinrazón. La locura de pretender sostener el destino y mando del mundo entero ha sacado de proporción cualquier justificación moral que se pretenda. En esta línea, el combate de la razón ha sido perdido ya por el gobierno de Washington.

Pese a ello, ni siquiera nos dan cuenta de ello los integrantes del célebre “gabinete de seguridad” que ha cambiado Michoacán por Tamaulipas –luego del bloqueo a Tampico por parte de los criminales con extensiones multinacionales-, como si fuera tan sencillo y sin resultados efectivos, salvo los propagandísticos de poca monta, de su paso por las tierras del Tata Cárdenas. Más parece un “tour” al estilo de la interminable y pastosa serie “Un Gringo en México”.

La Anécdota

Discuten y debaten, a cada rato y todos los días, sobre las distintas reformas políticas. La iniciativa más reciente, que dio motivo a los períodos extraordinarios cuando los legisladores cobran más y a sus anchas, no tiene más contexto que el de hacer ruido: es poco probable que se aprueben las candidaturas ciudadanas –terror de los partidos que le quedan chicos a la sociedad mexicana-, y las segundas vueltas electorales que ni siquiera están en la minuta. Es decir, se trata de revolcar más a la misma gata. Pobrecita. ¿Dónde estarán los casi santos protectores de los animales?

Las muchas reformas se quedan cortas, siempre, a la medida de los intereses de la clase gobernante. Por eso no se dan pasos definitivos de una vez por todas. Por allí, escuché:

–¿Y por qué no vamos a un nuevo Congreso Constituyente?

Y la respuesta de un legislador de gran presencia:

–Porque sale más caro construir carreteras con cemento hidráulico a mantenerlas con los “parches”… cuando se puede.

Una filosofía perfecta. ¿No lo creen?

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Web: www.rafael-loretdemola.mx

E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com

LA MANÍA POR DISIMULAR LA REALIDAD, ADUCIENDO QUE FORMAMOS PARTE DE LAS VEINTE MAYORES ECONOMÍAS DEL MUNDO PESE AL LASTRE DE LA MISERIA CRECIENTE, NOS DEBILITA TODAVÍA MÁS ANTE LAS AMBICIONES DE LOS GRANDES AGIOTISTAS UNIVERSALES. PARECIERA QUE VIVIMOS EN JAUJA CUANDO ES EVIDENTE LA AUSENCIA DE INGRESOS Y LA DEPREDACIÓN DE LA EXISTENCIA Y SUS SATISFACTORES. ¿QUIÉNES RESPONDEN POR ELLO? TODAVÍA HAY VARIOS CON VIDA.

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