Asalto a Ceuta y Melilla, pasaporte a la vida… o la muerte

Madrid (PL) La muerte de 15 inmigrantes el pasado 6 de febrero cuando intentaron ingresar a Ceuta, ciudad autónoma española en África, dio una dimensión más dramática al triste fenómeno de la emigración del Sur pobre al Norte rico.

Ceuta y Melilla constituyen hoy, por arte de la geopolítica, las fronteras del continente africano con la Unión Europea, dos mundos separados por una valla o una porción de agua que puede ser atravesada en una embarcación endeble o a nado, como sucedió recientemente.

Cruzar alguno de esos obstáculos otorga el pasaporte del hambre a por lo menos una comida segura al día, de la guerra a la paz y de la desesperanza a la ilusión.

Llegar a Ceuta o Melilla abre la opción de entrar a Europa, que aún con su crisis sigue siendo un lugar de mayores opciones económicas y mejores condiciones de vida para quienes huyen de países en guerra o amenazados de hambruna.

Según el ministro de Interior de España, Jorge Fernández, del lado marroquí frente a Ceuta y Melilla se estima hay unas 30 mil personas de diferentes países esperando un momento oportuno para intentar saltar la valla o llegar por mar a una de sus playas.

Las autoridades españolas han intentado detener la avalancha con cuchillas encima de las alambradas (con críticas de defensores de los derechos humanos), proyectiles (pelotas) de goma y gases lacrimógenos, pero la presión no baja.

Ni siquiera los muertos hacen disminuir los intentos. Pocos días después de la tragedia, intentaron ingresar infructuosamente más de un centenar de sirios y lo lograron 150 francófonos (camerunenses la mayoría).

Más allá de hechos específicos como la actuación de la Guardia Civil en Ceuta, por la cual partidos políticos demandaron la renuncia del ministro de Interior, el fenómeno esconde una profunda disparidad que, mientras exista, seguirá provocando decisiones desesperadas.

Ante las críticas de la Unión Europea por las muertes, España pide ayuda a la comunidad para contener la avalancha. Al fin y al cabo son las fronteras de los europeos con el Sur.

Habría que conocer, por ejemplo, cuantos de los camerunenses tratarán de quedarse en España o intentarán seguir a Francia, donde podrían sentirse con mayores opciones solo por el hecho de hablar el mismo idioma.

Durante 2013 el 57,7 por ciento de los extranjeros que ingresaron de forma irregular a España lo hicieron por Ceuta y Melilla, según el balance de la Asociación pro-derechos humanos de Andalucía.

Dado el control de Marruecos sobre las pateras (embarcaciones) y su alto precio, Ceuta y Melilla son el acceso más fácil que les queda, afirma Carlos Arce, coordinador de Inmigración de esa organización no gubernamental.

Los cuatro mil 354 inmigrantes irregulares que entraron por las dos ciudades en 2013 evidencian un salto importante en relación con el año anterior, cuando fue de dos mil 861 para el 16,8 por ciento del total.

El método de asalto a las vallas en número de varios centenares a la vez permitió el ingreso de mil 189 inmigrantes en 2013, casi el 16 por ciento de todos los que accedieron al país y superior a 2012 cuando lo lograron 827, para el 11,8 por ciento.

El ingreso en pateras, en tanto, disminuyó de un año a otro de 69 a 45 por ciento.

En 2012 murieron en el intento de ingreso irregular 225 personas y otras 130 en 2013, disminución que en opinión de la organización andaluza puede ser debido a que hay mayor cantidad de muertes en sitios escondidos.

Según esta y otras fuentes, lo grave del asunto es que tanto España como el resto de los países europeos intentan detener las entradas irregulares sin atacar las verdaderas causas del fenómeno, ocultas en el abismo económico que obliga a emigrar.

A las vallas, cuchillas, proyectiles de goma y gases lacrimógenos, según los indicios, podrá sumarse un endurecimiento de las leyes migratorias españolas que, en opinión de algunos expertos, podría llevar a autorizar las llamadas deportaciones en caliente.

Hasta hoy las normas establecen que todo extranjero interceptado en la frontera debe ser llevado a una comisaría e identificado antes de su devolución, lo cual les daría oportunidad también de solicitar asilo si este fuera el caso.

Esa regla no se cumplió en el caso de Ceuta, pues 23 inmigrantes que arribaron a la playa fueron de inmediato devueltos a Marruecos, una práctica que podría convertirse en habitual si se cambian los modelos.

Por si fuera poco, a la presión de los subsaharianos ya tradicional se sumó en los meses pasados la de los sirios que huyen de la guerra en su país, con una nueva característica: lo hacen familias enteras.

Normalmente los subsaharianos intentan ingresar individualmente, con la esperanza de arriesgar la vida en el cruce para ayudar luego a sus familias que quedan atrás, pero los datos recientes indican que los sirios viajan acompañados generalmente de varios niños.

Pero ellos, como otros, no pretenden establecerse en Ceuta o Melilla, sino continuar hacia Europa.

La grave situación no sólo provoca críticas de la izquierda, que culpa al sistema capitalista de las profundas desigualdades o de los grupos de defensa de los derechos humanos, que piden un trato más humanitario.

A raíz de los sucesos de Ceuta el secretario general de la Conferencia Episcopal Española, José María Gil, estimó que ese hecho dramático debe espolear la conciencia europea y de la comunidad cristiana de forma especial.

Sería importante, advirtió, recordar las palabras del papa Francisco, quien llamó a no caer en una globalización de la indiferencia.

En opinión de Gil, las 15 personas muertas en Ceuta querían llegar a la Unión Europea, paraíso de la esperanza.

Hay que dar una respuesta, no limitarla a una política de contención, opinó el portavoz de los obispos, para quien las medidas de control no están dando resultados, porque explicó, como dijo un inmigrante, el hambre no conoce fronteras.

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